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martes, diciembre 3, 2024

El derecho al ocio, un derecho humano

Por Alberto Acosta*

La vida en el campo y en la ciudad debe repensarse desde prácticas que generen satisfacción y alegría en su ejecución desde diversas facetas. Eso incluye replantear la organización de los tiempos de la cotidianidad, en especial los de transporte en las ciudades. Y en este punto cabe ubicar al ocio en estrecha vinculación con el trabajo.

Mihaly Csikszentmihalyi, un experto en temas de ocio afirma que “cuando el trabajo está bajo nuestro control y supone la expresión de nuestra individualidad, la distinción entre trabajo y ocio se evapora”; más aún si esa individualidad se expresa en comunidad, puesto que somos comunidad. Por cierto, esa posibilidad demanda superar trabajos alienantes, con jornadas extenuantes o condiciones deplorables, así como toda precarización laboral, como puede ser la actividad en una mina o la misma explotación de las mujeres en los hogares, por ejemplo.

Aquí emerge la necesidad de una revisión integral del tiempo destinado al trabajo. Y por igual cabe dudar ¿cuál forma social está implícita en los avances tecnológicos -presuntamente democratizadores- a los que deberíamos enrolarnos todos?

Por ejemplo, en la cotidianidad muchos “avances” tecnológicos sustituyen a la fuerza de trabajo -sea física o intelectual- volviendo caducos a varios trabajadores (Rotman 2017), así como excluyendo o desplazando a quienes no pueden acceder a la tecnología; todo esto redefine al trabajo mismo, normalmente contribuyendo a flexibilizarlo, casi siempre generando más explotación. Y por cierto habría que recuperar las reflexiones de Jeremy Rifkin que profetizó “el fin del trabajo” (1995).

Como resultado de estos procesos lo humano deviene mera herramienta para la máquina, cuando la relación debería ser inversa (como señaló Karl Polanyi, sabemos mucho más de lo que podemos explicar y quizá ese conocimiento es el que nos distingue de las máquinas (Ferrás 2017), idea similar que se recoge en la “paradoja de Moravec” (Elliot 2017).

Aunque pueda ser obvio, vale insistir en la toma de “conciencia respecto al tiempo que le dedicamos al consumo de bienes materiales a costa de los bienes relacionales y el tiempo que le dedicamos al ocio y al entretenimiento” (Schuldt 2013). Tema aún más complejo si se lo analiza desde los logros tecnológicos alcanzados, que no han provocado la ansiada liberación del trabajo alienante.

John Maynard Keynes, en un texto notable sobre las “Posibilidades económicas de nuestros nietos” de 1930, ya anticipó lo que podría provocar el avance de la técnica:

padecemos una nueva enfermedad cuyo nombre quizás aún no sea conocido por algunos lectores, pero de la que oirán mucho en los años venideros – esto es, el desempleo tecnológico. Lo que significa un desempleo debido a nuestro descubrimiento de medios para economizar el uso del trabajo que supera el ritmo al que podemos encontrar nuevos usos para el trabajo”.[2]

Desde esa perspectiva, para que exista una técnica que incluya a las personas al trabajo en vez de excluirlas, es necesario transformar las condiciones y relaciones sociales de producción. El objetivo es que la técnica potencie las capacidades humanas, y no que las reemplace y las deje en el desempleo al margen de la sociedad. Y que los avances técnicos ahorradores de trabajo –más productividad[3] dirán los economistas tradicionales, más explotación dirán los enfoques más críticos[4]– mejoren la vida de los trabajadores, reduciendo sus jornadas de trabajo.

Este punto es crucial. Resulta indispensable plantearse con seriedad la reducción, redistribución y reducción del horario laboral, abriendo espacio a ocupaciones social y culturalmente productivas (y no degradantes). Es hora de hacer realidad las reflexiones de Paul Lafargue (1848), John Maynard Keynes (1930), Bertrand Russell (1932), Karl Goerg Zinn (1998), Niko Paech (2012), entre otros, quienes -que no se distinguieron y distinguen por su vangancia, cabría apostillar, pero si por sus críticas al trabajo asalariado- desde diversas lecturas sugieren reducir la jornada a 3 o 4 horas al día. Inclusive John Stuart Mill (1848), uno de las primeras personas que anticipó la necesidad de una economía estacionaria, afirmó que

“Confieso que no me agrada el ideal de vida que defienden aquellos que creen que el estado normal de los seres humanos es una lucha incesante por avanzar, y que el pisotear, empujar, dar codazos y pisarle los talones al que va delante, que son característicos del tipo actual de vida social, constituyen el género de vida más deseable para la especie humana; para mí no son otra cosa que síntomas desagradables de una de las fases del progreso industrial. (…) la mejor situación para la naturaleza humana es aquella en la cual, mientras nadie es pobre, nadie desea tampoco ser más rico ni tiene ningún motivo para temer ser rechazado por los esfuerzos de otros que quieren adelantarse”.

Otro personaje que debe ser recordado, sin ser economista o algo por el estilo, es Oscar Wilde (1891). El avizoraba que cuando las máquinas se encarguen de hacer todo “el trabajo desagradable, miserable y aburrido”, los humanos podremos gozar de un “deleitoso tiempo de ocio para idear cosas maravillosas y placenteras para su disfrute propio y de todos los demás”. ¿Cómo lograr estas metas que parecen aceptables? ¿Cómo hacer que los avances tecnológicos contribuyan a mejorar las condiciones de vida de todos los habitantes del planeta y no simplmente a continuar en la alocada carrera que demanda la permanente acumulación de capital? ¿Cuándo se entenderá que no podemos aceptar que el sufrimiento de cualquier persona pueda considerarse aceptable en interés de la abstracción del progreso, que además oculta una profunda falacia?

Uno de los más lúcidos pensadores latinoamericanos, Enrique Leff, recomienda -para lograr dicho cometido- transitar hacia otra organización de la producción y de la misma sociedad, asumiendo estos retos, para lo que pregunta y propone

“¿Cómo desactivar el crecimiento de un proceso que tiene instaurado en su estructura originaria y en su código genético un motor que lo impulsa a crecer o morir? ¿Cómo llevar a cabo tal propósito sin generar como consecuencia una recesión económica con impactos socioambientales de alcance global y planetario? […] esto lleva a una estrategia de deconstrucción y reconstrucción, no a hacer estallar el sistema, sino a re-organizar la producción, a desengancharse de los engranajes de los mecanismos de mercado, a restaurar la materia desgranada para reciclarla y reordenarla en nuevos ciclos ecológicos. En este sentido la construcción de una racionalidad ambiental capaz de deconstruir la racionalidad económica, implica procesos de reapropiación de la naturaleza y reterritorialización de las culturas.” (2008)

No hay duda que para hacer frente de manera justa y democrática al colapso climático es imprescindible transformar y repartir el trabajo, tal como lo proponen y demandan desde Ecologistas en Acción (2020). Responder a este reto ecológico, que además es simultáneamente un reto social, resulta cada vez más urgente en el mundo entero, pero sobre todo en los países industrializados, los mayores responsables de la debacle ambiental global. Que quede claro. No se trata de que los países empobrecidos se mantengan en la pobreza y miseria para que los países ricos sostengan sus insostenibles niveles de vida. Eso nunca. Lo que sí debe ser motivo de atención en el Sur es no repetir estilos de vida social y ecológicamente insostenibles. En los países “subdesarrollados” es, por tanto, igual de urgente abordar con responsabilidad el tema del crecimiento económico. Así, inicialmente, es al menos oportuno diferenciar el crecimiento “bueno” del “malo”; crecimiento que se define por las correspondientes historias naturales y sociales que quedan detrás, tanto como por el futuro que pueda anticipar.

Esta no será una tarea fácil:

Habiendo enseñado la suprema virtud del trabajo intenso, es difícil como puedan aspirar las autoridades a un paraíso en el que hay mucho tiempo libre y mucho trabajo”, más aún cuando se considera “la virtud del trabajo intenso como un fin en si misma, más que un medio para alcanzar un estado de cosas en el cual el trabajo ya no fuera necesario”. Y en este mundo del “trabajo intenso” a la postre “concedemos demasiada poca importancia al goce y a la felicidad sencilla, y no juzgamos la producción por el placer que da al consumidor” (Russel 1932).

Preocupación compartida por Keynes en 1930,

no hay ningún país, ni ningún pueblo, creo yo, que pueda mirar hacia la era del ocio y la abundancia sin temor. Porque hemos sido habituados durante mucho tiempo a esforzarnos y no a disfrutar. Es un problema pavoroso para la persona normal y corriente, sin talentos particulares, el darse una ocupación, especialmente si ya no tiene raíces en la tierra, en la tradición o en las amadas convenciones de la sociedad tradicional”.

Y esta aproximación al tema produjo una refutación apasionante y también controvertida al supuesto derecho al trabajo, un reclamo –hoy poco conocido- por una sociedad de la abundancia y del goce, liberada de la esclavitud del trabajo:

“Trabajad, trabajad, proletarios, para aumentar la fortuna social y vuestras miserias individuales; trabajad, trabajad para que, haciéndoos cada vez más pobres, tengáis más razón de trabajar y de ser miserables. Tal es la ley inexorable de la producción capitalista”, reclamaba Paul Lafargue en “El derecho a la pereza” (1848).

Esta tarea implica un esfuerzo de largo aliento y de profundas transformaciones, en el marco de transiciones múltiples[5], cuyas connotaciones adquirirán una creciente urgencia en tanto se profundicen las condiciones críticas desatadas nacional e internacionalmente, en lo social, ecológico y hasta económico. Paulatinamente se deberá revisar el estilo de vida vigente de las elites y que sirve de -inalcanzable- marco orientador para la mayoría de la población; una revisión que tendrá que procesar, sobre bases de real equidad, la reducción del tiempo de trabajo y su redistribución[6], así como la redefinición colectiva de las necesidades en función de satisfactores ajustados a las disponibilidades de la economía y la Naturaleza.[7] Más temprano que tarde, aún en los mismos países “subdesarrollados” (no se diga en los “desarrollados”), tendrá que priorizarse la suficiencia en tanto se busque lo que realmente se necesita, en vez de una siempre mayor eficiencia -desde una incontrolada competitividad y un desbocado consumismo- que terminará destruyendo a la Humanidad.

En síntesis, individuos y comunidades deberán “ejercitar su capacidad de vivir diferente” (todos y todas en dignidad, en armonía con la Naturaleza, NdA), como plantea el alemán Niko Paech; un economista que esboza el camino hacia “una economía del post-crecimiento” con el título “Liberación de lo superfluo” (Befreiung vom Überfluss, 2012); una propuesta creada desde abajo, por individuos y comunidades que presionen a que los gobernantes las incluyan en sus políticas. En esta línea caben las propuestas de Pierre Rabhi (2013), un agricultor, pensador y escritor francés de origen argelino, que invita a caminar hacia una sociedad de “la sobriedad feliz”. Los países, por cierto, deben aprender a vivir con lo nuestro, por los nuestros y para los nuestros”, como recomendaba el argentino Aldo Ferrer, reduciendo la nociva dependencia del mercado externo.[8]

En definitiva, la tarea es repensar el mundo del trabajo vinculándolo con otros mundos de los que nunca debió aislarse. Y en ese empeño toca repensar también el ocio, no para normarlo, sino para liberarlo; no para hacer de él un negocio, sino para desmercantilizarlo ampliando su potencial comunitario, creativo y lúdico, diversificándolo desde la enorme pluriversidad cultural del mundo.

Y es en el Buen Vivir (Acosta 2013) en donde las personas pueden organizarse para recuperar y asumir el control de sus propias vidas, de su trabajo y de su ocio. Pero eso no es todo. Ya no se trata solo de defender la fuerza de trabajo y de recuperar el tiempo de trabajo excedente para los trabajadores, es decir de oponerse a la explotación de la fuerza de trabajo recuperando el derecho al ocio como un Derecho Humano. En juego está, además, la defensa de la vida en contra de esquemas antropocéntricos de organización socioeconómica, destructores del planeta vía depredación y degradación ambientales. Tanto la explotación al ser humano como a la Naturaleza es inadmisible.

Lo anterior muestra cuán urgente es superar el divorcio entre Naturaleza y Humanidad, así como el divorcio entre producción alienante y ocio emancipador. Tal cambio histórico es el mayor reto de la Humanidad si no quiere terminar sus días en medio de la barbarie, la locura y el suicidio colectivo.

Todo este texto huele a utopía, y de eso mismo se trata. Hay que escribir todos los borradores posibles de una utopía por construir. Una utopía que critica la realidad desde el Buen Vivir. Una utopía posible que, al ser un proyecto de vida solidario y sustentable, debe ser una alternativa colectivamente imaginada, políticamente conquistada y construida, a ejecutarse por acciones democráticas, en todo momento y circunstancia. En la mira está superar la miseria de la modernización, tan miserable que ya nos está llevando a la modernización de la miseria.

La tarea incluye dar paso a miles y diversas prácticas alternativas, no capitalistas, muchas existentes ahora en todo el planeta. Existen muchas opciones orientadas por horizontes utópicos que propugnan una vida en armonía entre los seres humanos y de estos con la Naturaleza. En ese contexto se sintonizan estrechamente el decrecimiento y el post-extractivismo (Acosta y Brand 2017).

Para propiciar esta “gran transformación”, se cuenta con esas prácticas concretas, no con simples teorías. Inclusive existen diversas opciones de acción planteadas a nivel global.[9] Y en este esfuerzo múltiple hay mucho que aprender del Buen Vivir, sisto siempre en plural: buenos convivires.

En definitiva, hay que cuestionar el fallido intento de impulsar -como mandato global y como camino unilineal- el “progreso” en su deriva productivista y el “desarrollo” como dirección única, sobre todo su visión mecanicista de crecimiento económico. No se trata de reeditar los ejemplos supuestamente exitosos de los países “desarrollados”. Primero, eso no es posible. Segundo, no son realmente exitosos. Tercero, el mero intento nos está llevando a una hecatombe.

La tarea no es fácil. Superar visiones dominantes y construir nuevas opciones de vida tomará tiempo. Habrá que hacerlo sobre la marcha, reaprendiendo, desaprendiendo y aprendiendo a aprender simultáneamente. Esto exige una gran dosis de constancia, voluntad y humildad; y sobre todo mucha creatividad y cada vez más alegría. Una tarea que tendrá que proyectarse desde los barrial y comunitario (Acosta 2019) hacia lo global, psadando por lo nacional y regional; sin caer en las garras del Estado y menos aún del mercado (Acosta 2018). Y lo que es indispensable, tendremos que -como apunta Robert Skidelsky (2020)- recordar permanentemente que

“El bienestar humano es el fin. Inventamos máquinas para lograrlo. Pero para controlar estos inventos, necesitamos fines más atractivos que el mero desear más y más productos y servicios. Sin una definición inteligente de bienestar, simplemente crearemos más y más monstruos que se alimenten de nuestra humanidad.”

Por último, asumámoslo, los seres humanos, en tanto Naturaleza, no somos individuos aislados, somos comunidad social y natural. Eso nos conduce a un reencuentro con la Naturaleza y con la comunidad, nos conmina a dar el salto civilizatorio que demandan vigencia plena de los Derechos Humanos, en estrecha comunión con los Derechos de la Naturaleza. Un salto civilizatorio, en clave de Pluriverso, en donde el “ocio mercantil” y alienante sea reemplazado por el “ocio emancipador”.

“El bienestar humano es el fin. Inventamos máquinas para lograrlo. Pero para controlar estos inventos, necesitamos fines más atractivos que el mero desear más y más productos y servicios. Sin una definición inteligente de bienestar, simplemente crearemos más y más monstruos que se alimenten de nuestra humanidad.”
Robert Skidelsky, economista británico.


La Línea de FuegoNota: Este texto es un fragmento de la ponencia “El Buen Vivir como opción emeancipadora – Del ocio comercializado al ocio liberador”, que presenté el 28 de agosto del 2018 en la conferencia inaugural del DÉCIMO CONGRESO MUNDIAL DEL OCIO en Sao Paulo;  ponencia que no ha sido publicada por los organizadores de dicha conferencia…


*Alberto Acosta, Economista ecuatoriano. Profesor universitario, conferencista y sobre todo compañero de lucha de los movimientos sociales. Ministro de Energía y Minas del Ecuador (2007). Presidente de la Asamblea Constituyente del Ecuador (2007-2008).


La Línea de FuegoReferencias:

[1] Economista ecuatoriano. Profesor universitario. Ministro de Energía y Minas (2007). Presidente de la Asamblea Constituyente (2007-2008). Candidato a la Presidencia de la República del Ecuador (2012-2013). Compañero de lucha de los movimientos sociales.

[2] Más grave aún es ver cómo los avances tecnológicos recientes han devenido en “una herramienta capaz de controlar multitudes con la misma eficacia que el control individualizado. Las tecnologías que se han desarrollado en los últimos años, muy en particular la inteligencia artificial, van en esa dirección… se desarrollan prioritariamente aquellas que son más adecuadas para el control de grandes masas,” explica Raúl Zibechi (2018). Un ejemplo es el monitoreo absoluto chino: su sistema de vigilancia llegó a la identificación facial -logro de ciencia-ficción- en donde ya han instalado 176 millones de cámaras de vigilancia y hasta 2020 esperan colocar otras 200 millones (https://www.pagina12.com.ar/95490-la-vigilancia-china-no-deja-lugar-sin-monitorear). Nadie puede dudar que vivimos épocas de dominación tecnológica, que según el mismo Zibechi: “es parte de la brutal concentración de poder y riqueza en los estados, que son controlados por el 1 por ciento más rico”.

[3] A tomar nota de lo que denunciaba Lafargue (1848): “La pasión ciega, perversa y homicida del trabajo transforma la máquina liberadora en instrumento de esclavitud de los hombres libres: su productividad los empobrece. (…) A medida que la máquina se perfecciona y sustituye con una rapidez y precisión cada vez mayor al trabajo humano, el obrero, en vez de aumentar su reposo en la misma cantidad, redobla aún más su esfuerzo, como si quisiera rivalizar con la máquina. ¡Oh competencia absurda y asesina!”.

[4] Como Marx (1867) diría claramente: “Es evidente que, al progresar la maquinaria, y con ella la experiencia de una clase especial de obreros mecánicos, aumenta, por impulso natural, la velocidad y, por tanto, la intensidad del trabajo (…) Tan pronto como el movimiento creciente de rebeldía de la clase obrera obligó al estado a acortar por la fuerza la jornada de trabajo, comenzando por dictar una jornada de trabajo normal para las fábricas; a partir del momento en que se cerraba el paso para siempre a la producción intensiva de plusvalía mediante la prolongación de la jornada de trabajo, el capital se lanzó con todos sus bríos y con plena conciencia de sus actos a producir plusvalía relativa, acelerando los progresos del sistema capitalista”.

[5] Cada vez se plantean nuevos y más concretos elementos de cómo generar esas transiciones que, por cierto, estarán ajustados a los respectivos territorios y momentos. Entre otros se pueden mencionar y recomendar las propuestas de Christian Felber (2012) sobre cómo cambiar las empresas capitalistas hacia una economía del bien común. Hay que construir, como recomienda Eduardo Gudynas (2014), transiciones plurales, claras y precisas desde horizontes utópicos como el Buen Vivir.

[6] Véase las reflexiones de Karl-Georg Zinn (1998), Profesor de la Universidad Técnica de Aachen, que plantea generar empleo desde la redistribución del trabajo, por ejemplo.

[7] Recordemos que las necesidades son limitadas, clasificables y finitas; mientras que los satisfactores son ilimitados: Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn (1986).

[8] Las palabras de John Maynard Keynes (1933) tiene mucho sentido cuando dice que “Yo simpatizo, por lo tanto, con aquellos quienes minimizarían, antes que con quienes maximizarían, el enredo económico entre naciones. Ideas, conocimiento, ciencia, hospitalidad, viajes, esas son las cosas que por su naturaleza deberían ser internacionales. Pero dejen que los bienes sean producidos localmente siempre y cuando sea razonable y convenientemente posible, y, sobre todo, dejemos que las finanzas sean primordialmente nacionales”

[9] La propuesta de dejar el crudo en el subsuelo en la Amazonía ecuatoriana: la Iniciativa Yasuní-ITT, fue y sigue siendo un gran ejemplo de acción global, surgida desde la sociedad civil de un pequeño país como es Ecuador (Acosta 2014).

La Línea de FuegoBibliografía

– Alberto Acosta (2019); “La gran transformación desde los barrios – La ciudad, un espacio de emancipación”. Disponible en https://www.rebelion.org/noticia.php?id=260093&titular=la-ciudad-un-espacio-de-emancipaci%F3n;

– Acosta, Alberto (2018); “Repensando nuevamente el Estado ¿Reconstruirlo u olvidarlo”, en varios autores; América Latina: Expansión capitalista, conflictos sociales y ecológicos, Universidad de Concepción, Chile.

– Acosta, Alberto; El Buen Vivir Sumak Kawsay, una oportunidad para imaginar otros mundos, ICARIA, (2013), a partir de una edición preliminar en Abya-Yala Ecuador (2012). (Este libro ha sido editado en ediciones revisadas y ampliadas continuamente, en francés – Utopia 2014, en alemán – Oekom Verlag 2015, en portugués – Editorial Autonomia Literária y Editorial Elefante 2016, en holandés – Uitgeverij Ten Have 2018).

– Acosta, Alberto y Brand, Ulrich (2017); Salidas del laberinto capitalista – Decrecimiento y Postextractivismo, ICARIA, Barcelona, con ediciones publicadas en Argentina (2017), Ecuador (2017), Alemania (2018).

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–  Ferrer, Aldo (2002); Vivir con lo nuestro. Nosotros y la globalización. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.

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