Cuentan quienes lo conocen de lejos, que el Oswaldo Jota nunca se ríe. Jamás. Su eterna cara de descanso-atención-firmes, ahuyenta hasta a los nietos, pero a él no le importa. “Con que me teman es suficiente”, grita mientras duerme. Dicen que, de pequeño, cuando se portaba mal, lo disfrazaban de mendigo en las comparsas; de ahí su odio a los pobres.
Su infancia fue complicada, no solo porque comía arañas a escondidas y lo despertaban todos los días a las 4 de la madrugada a bañarse en agua fría, sino porque sus compañeros de escuela le temían. “Ya llegó el cara de terror”, comentaban, y corrían para que no se les acerque. Cuando alguien se le cruzaba por el camino, lo conminaba a hacer flexiones de pecho, sentadillas y abdominales hasta que llore.
En la adolescencia tuvo acné agudo. Cada espinilla era reventada con aguja de cocer –previamente esterilizada con gasolina subsidiada- y expulsada con furia de su sitio con dirección al espejo. Después de esta acción de higiene radical, se cuadraba en firmes y colocaba una boina roja en su cabeza que le había regalado su tío, que nunca fue militar. Nunca se le conoció una novia. Se cuenta que su forma de seducir a las chicas no era muy ortodoxa: las visitaba en la noche vestido de camuflaje y les cantaba el himno nacional de los Estados Unidos en castellano.
Cumplió su sueño de ingresar a las Fuerzas Armadas. Ascendió por sus buenas notas y por su amor a la bandera de franjas y estrellas. Como vivió en tiempos de insurgencia y de la amenaza comunista, solicitó ser enviado a los Yuneites Esteites para aprender Derechos Humanos en la Escuela de las Américas. Fue un destacado alumno y soñaba con ser el Pinochet o el Videla ecuatoriano. Un testigo desconocido afirmó que el futuro General le escribía cartas a Augusto todas las semanas, donde le demostraba su admiración por la forma en cómo combatía a los subversivos. Nunca recibió respuesta, pero eso sí, se mandó a confeccionar once pijamas de dormir con la foto del dictador en el lado derecho de su corazón. Desde esa vivencia en el país del norte se acostumbró a dormir con las botas puestas, y solo se las saca en las cadenas nacionales cuando donde habla su presidente.
Se graduó con honores y fue Jefe del Comando Conjunto Disyuntivo de las Fuerzas Armadas, así como Ministro de Armémonos en Defensa Propia. Se comunicaba a diario con sus amigos del Comando Sur y del Pentágono, donde lo recuerdan por su manía compulsiva de cambiarle los nombres a las verduras que no le gustaban. A saber, a los rábanos les llamaba terroristas; a los brócolis, insurgentes; a los nabos vándalos; y, a las alcachofas, conspiradoras.
Cuentan también, que dictaba clases en alguna Universidad de posgrados. Sus estudiantes lo recuerdan como un docente que se dormía parado, recitaba libros de seguridad nacional de memoria y en inglés; y, si alguien le cuestionaba su pedagogía le respondía con dureza: “no provoque a las fuerzas armadas”. Se sabe que dejó a medio curso en su materia porque no supieron descifrar la teoría de los riesgos y amenazas híbridas que se esconden en las universidades y en el páramo.
El Oswaldo Jota, hoy es un General retirado que siempre asiste a misa los domingos; no se arrodilla nunca, pero saluda al altísimo con su mano en la frente, y se retira con paso de ganso. Es autor de un libro titulado: “El uso, sin contemplaciones de la fuerza y de las armas letales contra los vándalos, insurgentes, terroristas y campesinos”.
Relatan los entendidos que quiere que se lo recuerde como un militar que descubrió que en el país hay más subversivos que mote en los mercados. Y, que en su epitafio se inscriba la siguiente leyenda: “aquí yace un general, convencido que la paz solo se consigue con plomo y la obediencia con miedo. Media vuelta, ¡marchhh!”.
“Un testigo desconocido afirmó que el futuro General le escribía cartas a Augusto todas las semanas, donde le demostraba su admiración por la forma en cómo combatía a los subversivos”.
Fotografía: Revista Mundo Diners / Edición 413 – octubre 2016.