Edición Nro 200 – Febrero de 2016
El domingo, el pueblo boliviano votó el referéndum para reformar la Constitución del país y permitir la re reelección del presidente Evo Morales en 2019. A partir de los resultados disponibles hasta el momento, que le dan mayoría al No, Pablo Stefanoni analiza la situación política que se abre para Bolivia.
Evo Morales se metió solo en lo que, desde el comienzo, se veía como la elección más difícil en una gestión marcada por una sucesión de contundentes triunfos electorales durante una década. Como si la “abstinencia” electoral resultara insoportable para un líder que necesita de la continua aprobación de las masas, el presidente boliviano se lanzó a un referéndum para habilitar precozmente un cuarto mandato, cuando aún le quedan cuatro años para terminar su tercera gestión. De este modo, el propio gobierno que la pergeñó, decidió, luego de seis años de aprobada, modificar la nueva Constitución Política del Estado que puso las bases del Estado Plurinacional en 2009. La pregunta era: ¿Usted está de acuerdo con la reforma del artículo 168 de la Constitución Política del Estado para que la presidenta o presidente y la vicepresidenta o vicepresidente del Estado puedan ser reelectas o reelectos por dos veces de manera continua?
La primera dificultad, obvia, de un referéndum de esta naturaleza es que unifica a todos los oponentes en la opción del No. Desde los racistas que nunca quisieron un gobierno campesino-indígena hasta quienes critican lo contrario: que no es un verdadero gobierno indígena sino un sucedáneo de matriz blancoide o directamente un gobierno antiindígena, la coalición del No permitió la unificación de un voto que nunca se uniría detrás de una candidatura común. Se trata de algo natural, que no descalifica sus razones, pero matiza lecturas que, como suele ocurrir en estos casos, tratan de leer el resultado de manera unidimensional. Ni Montesquieu resucitó en los Andes, ni todo se trató de la mano negra del Imperio ni el famoso “Vivir bien” ancestral despertó a las deidades andinas de las alturas para vengar el “neodesarrollismo” populista de Evo.
Quizás se trate de algo más sencillo: una mezcla de desgaste tras una década de ejercicio del gobierno –y las consecuentes dificultades para transformar utopías movilizadoras en realidades vitales– con errores políticos intercalados, como convocar tan tempranamente un referéndum tras el triunfo electoral de 2014 con el 61% más una mala campaña electoral. De esta forma, lo que se había avizorado como un proceso de des-polarización en 2010-2014, ayudado por el éxito económico de Morales, devino renovada re-polarización, y casi por mitades. En síntesis, de acuerdo con los resultados obtenidos hasta el momento, el 21F Evo perdió con Evo más que con la oposición.
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En esta década, el Movimiento al Socialismo (MAS) puso en pie, con bastante éxito, un nuevo modelo económico basado en el estatismo y cierta ortodoxia macroeconómica junto a un nuevo Estado más abierto a la diversidad del país. “El socialismo es compatible con la estabilidad macroeconómica”, dijo en una oportunidad el ministro de Economía Luis Arce Catacora, que ocupa el cargo desde hace una década (todo un hito en un país conocido por sus convulsiones económicas, que en los 80 incluyó una hiperinflación). Los “chuquiago boys” –en referencia irónica al nombre aymara de La Paz– mostraron así una eficiencia que los neoliberales no habían conseguido, en parte gracias a los altos precios de las materias primas pero también a la política de expansión del mercado interno, nacionalización de los hidrocarburos, cobro de impuestos y gestión “prudente” de la economía (1). Hoy el escenario cambió, por la caída de los precios, pero el blindaje económico aún funciona e incluso se prevé una fuerte inversión pública.
El problema es que el referéndum despertó el sentimiento antirreeleccionista asentado en los perennes reflejos antiestatales de los bolivianos (aunque reclamen “más Estado”). Hernando Siles, impulsor de un tibio reformismo social, enfrentó una sublevación popular en 1930 cuando intentó “perpetuarse” en el poder; el líder de la Revolución Nacional, Víctor Paz Estenssoro, enfrentó un golpe de Estado tras acceder a un segundo mandato consecutivo en 1964 y debió exiliarse en Perú. Gonzalo Sánchez de Lozada, en un segundo mandato no consecutivo en 2003, debió huir en helicóptero en medio de la Guerra del Gas y así… la aversión a la “perpetuación” es una de las marcas de la cultura política boliviana y su desconfianza ante el poder. Tampoco hay que desmerecer la penetración de cierta cultura política “liberal” de la mano del afianzamiento democrático desde 1982.
Morales logró adormecer esos reflejos, y como presidente-símbolo de una nueva era ganó elección tras elección durante una década. Pero hoy esa magia se ha disipado en gran medida. De todos modos, que tras una década, en un país políticamente inestable como Bolivia, aún mantenga casi la mitad de los votos no es un dato menor. Si los del No son votos de muy disímiles sensibilidades, los del Sí son un apoyo a la continuidad del mandatario cocalero. Por eso la oposición sabe que el MAS no está vencido para 2019, pero con seguridad el proyecto oficialista se ha debilitado.
Los resultados del domingo 21F pueden leerse como una pérdida de los sectores que el MAS había venido conquistando en las urnas –mediante su expansión hegemónica– pero que estaban lejos de una lealtad electoral absoluta: los votantes de las grandes ciudades y los del oriente autonomista liderado por Santa Cruz. Los campesinos y las ciudades intermedias fueron quienes salvaron al presidente de una derrota mayor. No obstante, conflictos locales en Potosí y El Alto, mal resueltos, debilitaron a Evo en estas zonas andinas bastiones del MAS.
Evo siempre creyó que su “pacto de sangre” es con los campesinos, que son ellos quienes nunca lo van a abandonar, mientras que el apoyo urbano es siempre desconfiado, volátil. Ahí siempre residió la fortaleza y la debilidad del proyecto de Evo, que siempre se asentó en una matriz campesina (paradójicamente cuando el país se vuelve cada vez más urbano).
A estos elementos se suma una campaña en la que la eficacia estuvo en mayor medida del lado del No, especialmente en las redes sociales (de hecho, el presidente llamó, tras el referéndum, a “debatir su uso” porque se organizan guerras sucias que “tumban gobiernos”). Una serie de figuras –como los periodistas Amalia Pando (2) o el más polémico Carlos Valverde desde Santa Cruz– se sumaron a gran cantidad de autoridades regionales opositoras y dinamizaron una campaña a veces sin recursos (otra dificultad del MAS fue siempre ganar alcaldías de ciudades grandes y gobernaciones: el prestigio gubernamental de Evo siempre fue inversamente proporcional al poco brillo de sus gobiernos locales).
Desde 2009, el pragmatismo le permitió a Evo ampliar su base a Santa Cruz, al tiempo que su gobierno se volvía cada vez más “normal” y perdía épica revolucionaria. No casualmente, el discurso de la estabilidad fue reemplazando el discurso del cambio. Y, por primera vez desde 2005, la elección del 21F de Morales careció de imágenes de futuro y se refugió en las conquistas del pasado. No es casual que, tras los resultados adversos, aún en medio del avance del conteo oficial, Evo Morales recordara los ataques que, como candidato presidencial campesino, recibió en 2005, cuando lo acusaban de “talibán” o “narcotraficante”. Fue una suerte de refugio en el Evo campesino que la gestión del poder había venido borrando en su figura; un retorno a los orígenes y al entorno en el que se siente más seguro, el del “pacto de sangre” étnico-cultural.
En el marco de una creciente pérdida de iniciativa, las balas de la oposición –muy dispersa, por cierto– comenzaron a impactar frente al blindaje de meses y años previos. Así, la denuncia de que una expareja de Evo lideraba una empresa china que recibió contratos públicos sin licitación incidió sobre el capital moral de Evo, fuente de su legitimidad política. Ello se suma a los escándalos del Fondo Indígena: los proyectos fantasmas financiados por el Estado acabaron como un cuestionamiento a la capacidad indígena para renovar la política. Es más, la develación de que el vicepresidente Álvaro García Linera no concluyó su licenciatura de matemática en México tuvo una repercusión desmesurada y lo obligó a revalidar, a la defensiva, su estatus de intelectual –pese a que es un asiduo invitado a varias universidades de prestigio por su obra teórico-política.
Pero, además, el No encontró un argumento que se transformó en un arma poderosa porque encajaba con un sentimiento generalizado, sobre todo en sectores urbanos: que el de Evo fue, en efecto, un buen gobierno en muchos aspectos, pero que no es bueno que se “perpetúe” en el poder. Por ejemplo, el escritor Edmundo Paz Soldán declaró que ve a Bolivia en esta década “con una economía que no ha dejado de crecer, que ha permitido la disminución de la pobreza extrema, la expansión de la clase media y la mejora notable de nuestros indicadores de salud y educación”. Agrega que “Morales ha sabido manejar la economía, ha promovido necesarias políticas de inclusión de grupos excluidos, y ha consolidado una política marítima coherente; ha proyectado también al país en el campo internacional”. Sostiene que “en lo negativo, están la corrupción institucionalizada, la falta de independencia del Poder Judicial, la falta de políticas de equidad de género, y la ausencia de un verdadero plan de industrialización que haga que Bolivia deje de ser una economía dependiente de sus materias primas”. Y concluye: “Yo solo espero que Bolivia esté a la altura y le muestre al continente que, por más que admire a Evo y apruebe su gestión, confía más en sus instituciones y en una democracia que limita los impulsos que tienen sus líderes de quedarse para siempre en el poder” (3). En este razonamiento están contenidas muchas de las percepciones que fortalecieron el voto por el No; las más difíciles de neutralizar desde el gobierno, con sus datos económicos.
Pero la pérdida de magia también resucitó otros fantasmas. La quema de la alcaldía de El Alto, en manos de la joven alcaldesa opositora Soledad Chapetón (4), por parte de “padres de familia”, que protestaban dejó en evidencia que los repertorios de acción colectiva que en 2003 abrieron paso a la épica Guerra del Gas, en otro contexto pueden ser la pervivencia de formas de protesta desmesuradas, que impiden un funcionamiento normal de las instituciones y causan muertes. Todo esto genera un fuerte rechazo de las “mayorías silenciosas” hacia los movimientos sociales, replegados a instancias corporativas e incluso con tonalidades mafiosas, como ocurre con el cacique sindical alteño Braulio Rocha, quien había advertido a Chapetón que él sería “su pesadilla” y ahora fue detenido por el incendio.
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Un aspecto de los gobiernos nacional-populares es su dificultad para aceptar un nuevo orden, plasmado por ejemplo en las Constituciones aprobadas durante sus gestiones y su tendencia a pensar esas Cartas como resultado de correlaciones de fuerzas transitorias que hay que cambiar ante la menor posibilidad de “avanzar”. Eso provoca situaciones paradójicas –que también ocurrieron en Venezuela–: que dados los intentos de cambiar las nuevas Cartas Magnas, la defensa de esas Constituciones termine en manos de las derechas que en su momento buscaron impedir su aprobación. Otra dificultad es hacer política con eficacia una vez debilitados sus enemigos.
Si se confirman estos resultados, el MAS deberá pensar en otro candidato para 2019, lo que podría tener como resultado positivo obligar al partido a abandonar la inercia de los triunfos electorales automáticos y actualizar su oferta transformadora. Por ahora es temprano para anticipar posibles candidatos. ¿El canciller David Choquehuanca?, ¿el vicepresidente Álvaro García Linera? ¿el presidente del senado y experiodista Alberto Gringo González? En una reciente entrevista en el diario El Deber, el presidente pareció incómodo cuando le preguntaron por la posibilidad de que el vicepresidente (que lo acompañó estos diez años), sea el Plan B en caso de perder. Aunque lo elogió como una especie de copiloto, lo asimiló a un “secretario” más que a un “presidenciable” (5). Quizá sólo fue una frase producto de la incomodidad de responder sobre una posible derrota. Pero quizás también marcó la cancha. Por otro lado, el referéndum habría sido también un No a García Linera ya que se consultó sobre la habilitación del binomio completo para un nuevo mandato. ¿Tratará de ser Evo una especie de Putin en busca de su Medvédev o un Lula en busca de un candidato que no sea un mero delfín? En algún momento se habló de una mujer “para completar la revolución cultural” pero al menos hoy Gabriela Montaño, ex presidenta del Senado y actual presidenta de Diputados, aún debería sortear un escenario cuesta arriba en las encuestas. Aunque con Evo no hay que descartar ninguna sorpresa en término de futuros nombres. Los cambios en la región, sin duda, no ayudan por ahora al MAS.
Pero más allá de candidaturas, la duda es si el gobierno logrará re-enamorar a los bolivianos con nuevas propuestas transformadoras. Las ideas sobre una Bolivia potencia energética contuvieron un exceso de exitismo (y tonalidades de los años 50), que opacaron algunos avances efectivos en materia hidrocarburífera, mientras temas como salud y educación seguían como asignaturas pendientes. Lo mismo ocurrió con la compra de un satélite chino, que generó demasiada sobreactuación, efectiva al comienzo pero contraproducente después. Como señalamos en un artículo reciente “la posibilidad de dar el ‘gran salto adelante’ industrial, sin un aparato técnico-científico que lo acompañe, se vuelve ilusoria y lineal. El Plan de desarrollo 2025 es demasiado general (…) La importancia que el presidente boliviano asignó a que el rally Dakar pase por Bolivia –pese a su colonialismo intrínseco así como sus efectos ambientales– es uno de los elementos de tensión discursiva en el relato oficial, que transitó hacia derivas más centristas. Al mismo tiempo, el énfasis en la macroeconomía y sus cifras, ocluye algunos debates más generales sobre el horizonte futuro del país” (6).
Del lado del No, una oposición de “nueva derecha”, con bases territoriales en diversas regiones, buscará capitalizar los resultados frente a esfuerzos más minoritarios de construir una opción progresista no oficialista. El campo del No vivirá sus propias batallas, para superar una fuerte disgregación, desprestigio de las viejas figuras (asociadas a los gobiernos del pasado) y necesidad de renovación generacional (ahí hay alcaldes y gobernadores sub 50 que ya mirarán con otros ojos su futuro político). Por ahora, el No es una yuxtaposición de múltiples voces (contra la “soberbia”, los “abusos”, las “nuevas élites”, los más exaltados contra la “dictadura” –y los todavía más exaltados contra los indios– y muchos en favor de la “democracia” o la “Constitución”) que articulan demandas genuinas, rechazan agravios innecesarios y ponen en cuestión el manoseo a una Constitución que se pretendió refundacional. Pero como ya sabemos, la política depende mucho de quiénes se apropian de los “instantes huidizos” de la historia (7). Y esos instantes sobrevendrán en mayor medida con la salida del juego electoral, al menos como candidato –si se confirma el triunfo del No–, de Morales y la apertura de un escenario completamente nuevo desde 2006. Mientras tanto, la figura de las “dos Bolivias” –tan citada entre 2006 y 2008– volvió a la escena. No obstante, contra las tentaciones acerca de la circularidad de la historia, Bolivia no es la misma; sin duda, ha avanzado en muchos sentidos. Aunque muchos de sus fantasmas se nieguen a retirarse.
1. Óscar Granados, “Un decenio con los ‘Chuquiago boys’ de Evo Morales”, El País, Madrid, 20-2-2016.
2. Pando renunció a su programa en radio Erbol, uno de los más escuchados, denunciando que el gobierno estaba ahogando financieramente a la radio al quitarle la publicidad oficial.
3. “Evo Morales tiene muchas características de caudillos de siglos pasados”, La Tercera, Santiago de Chile, 20-2-2016.
4. Pablo Stefanoni: “La nueva derecha andina”, revista Anfibia, http://www.revistaanfibia.com/cronica/la-nueva-derecha-andina/.
5. Pablo Ortiz: “Evo Morales: ‘Álvaro es mi mejor secretario, jamás se ha creído presidenciable’”, El Deber, Santa Cruz de la Sierra, 20-1-2016.
6. Pablo Stefanoni: “¿Puede perder Evo el 21F?”, revista Panamá, http://panamarevista.com/puede-perder-evo-el-21f/
7. La expresión, dicha por Mussolini, está citada en Emilio Gentile, El fascismo y la marcha sobre Roma. El nacimiento de un régimen, Edhasa, Buenos Aires, 2014.
* Autor de “Los inconformistas del Centenario. Intelectuales, socialismo y nación en una Bolivia en crisis”, Plural, La Paz, 2015.