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EN DEFENSA DE LA AUTONOMÍA UNIVERSITARIA. Por Carlos Larrea

01 de enero 2016

La universidad es por excelencia el espacio de conciencia de la sociedad sobre sí misma. Sus funciones principales, de educación y formación profesional al más alto nivel, de investigación y desarrollo en ciencia y tecnología, de construcción de saberes, análisis de culturas y de vinculación con la comunidad, le confieren un potencial único como espacio de identidad social y construcción crítica de respuestas, ante una sociedad que no ha logrado siquiera satisfacer las necesidades humanas de la mayor parte de sus habitantes.

En las últimas décadas, por primera vez en la historia, la economía mundial ha alcanzado la capacidad para satisfacer universalmente las necesidades básicas para toda la población, sin embargo, la pobreza y vulnerabilidad afectan a más de la mitad de sus habitantes mientras la inequidad social se mantiene e incrementa. El avance científico y tecnológico, frecuentemente en manos de grandes corporaciones, no siempre se ha reflejado en un mayor bienestar, y problemas ambientales globales como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad amenazan gravemente el futuro de nuestra civilización y los ecosistemas que la sustentan. América Latina, la región más inequitativa del planeta, privilegiada por su patrimonio natural y la riqueza de sus culturas, expresa con mayor dramatismo estas paradojas. El Ecuador, en particular, enfrenta una profunda crisis económica, social y ambiental, sumido en una angustiosa ausencia de respuestas viables.

La severidad de estos desafíos plantea a nuestras sociedades, y en particular a las universidades, su conciencia viviente, una formidable tarea y una gran responsabilidad ética en la búsqueda de alternativas que puedan contribuir, desde distintas disciplinas y saberes, a la construcción sustentable del bienestar futuro, en armonía con la naturaleza, y con respeto a la diversidad de culturas y cosmovisiones.

La historia nos enseña que el poder político del Estado ha sido sistemáticamente utilizado por intereses económicos vinculados a sectores dominantes, que no necesariamente buscan ni representan el bien común ni los intereses de la sociedad en el largo plazo. La reducción funcional del quehacer universitario a las prioridades del Estado desnaturaliza la esencia misma de la universidad, como espacio independiente de reflexión y construcción.

La universidad tiene el potencial para constituirse en un núcleo de pensamiento crítico y de formulación colectiva de opciones, para que la sociedad organizada las pueda evaluar, discutir y eventualmente construir. Aunque los caminos futuros de nuestras sociedades están sujetos a una compleja dinámica estructural, un requisito indispensable para el cambio hacia una sociedad equitativa y sustentable es la construcción crítica de alternativas viables. Condiciones indispensables para alcanzar este potencial son la independencia universitaria frente al poder político del Estado, la libertad de pensamiento y expresión, y un pluralismo ajeno a visiones dogmáticas, autoritarias y mesiánicas.

Desafortunadamente la universidad ecuatoriana se encuentra aún distante de su potencial y requiere de transformaciones profundas. La capacidad para un debate crítico y constructivo desde las universidades ha sido limitada y se ha visto recientemente reducida.

El espacio conformado durante varios lustros en la Universidad Andina nos da un mensaje de esperanza, por su calidad académica, independencia y espíritu crítico, que debemos fortalecer y preservar. Una condición indispensable para la construcción del pensamiento crítico es el respeto a la autonomía universitaria.

 Foto:  www.universia.com.ec

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