16 julio 2014
Las comunidades de “arriba” y las de “abajo” se han disputado siempre en la tradición de facciones o “partes” característica de los pueblos andinos, pero la animosidad con que ahora los grupos de danzantes se enfrentan en Cotacachi lo han convertido en lógica de guerra y de enfrentamiento violento. Hasta la música se vuelve secundaria, antes predominante, alma de la fiesta, ahora es el paso marcial, y los gritos de animosidad y afirmación que priman. Esta fiesta de las Cosechas, tenía en 2014 a la plaza principal de Cotacachi llena de policías, varios vestidos en ropa antidisturbios. El sábado en la mañana, mayores y jóvenes bailaban en la plaza disputándose el espacio. En la noche hasta media noche, casi llena estuvo la plaza con grupos sobre todo de jóvenes que ellos daban valor a la música pero no dejaban de demostrar sus gritos de afirmación tensa y que definen enfrentamiento. El domingo era el espacio de enfrentamiento. En la mañana y en la noche, en Cotacachi la fiesta es primero y, ante todo, de los hombres, las mujeres son excepción. Pero es desde luego significativo que los jóvenes hayan tomado gusto por este ritual festivo y con nuevos atuendos o símbolos lo hagan suyo.
Cotacachi y su lógica de enfrentamiento merece análisis y explicaciones finas. No es suficiente el indicar que los mitos preincaicos e incaicos, predominantes en Perú y Bolivia, de ofrecer sangre a la tierra para su renacimiento, hayan sido importados ahora en sus versiones del pasado. Cotacachi no hace mucho, si bien vivía esta disputa simbólica en la plaza, no llegaba al tipo de enfrentamiento y de verdadero ritual de guerra actuales, con uso de armas incluido. ¿Qué implica esto para los jóvenes rurales o semi-urbanos de la zona? ¿Qué están viviendo para llegar a ello? ¿Hay nexo con la creciente “colombianización” de negocios o del narcotráfico en la zona? ¿La competición que el cantón vivía ante Otavalo está por algo? Ya no son poblaciones exclusivamente campesinas, los procesos de cambio acelerado que conocen conllevan cambios de vida, de visión, de proyectos de futuro que no necesariamente tienen éxito. ¿La política tal como está crea esperanzas o lo contrario?
El contraste es grande en varias ámbitos entre Cotacachi y la alegría festiva demostrada en todo la región de Cayambe y de la Cordillera Oriental, en dónde en cambio predomina la música y el canto definido por las mujeres que hacen del sarcasmo de sus amores e ilusiones, una sonrisa a la vida y un guiño a la evocación de nuevos destinos. En otros grupos predominan los hombres pero las mujeres nunca están ausentes. Es ya una constante de estos años que crece el interés por estas fiestas, las aglomeraciones de gente participante del ritmo como de los observadores se incrementa a cada vez. En Olmedo, el pueblo entero y sus alrededores afirmaban que “año por año” el solisticio es su fiesta principal con sus mujeres que, como en toda esta zona de la cordillera nororiental, definen el baile y las canciones. Aquí se puede afirmar que se trata primero de una fiesta de mujeres, es su alegría el bailar con sus mejores atuendos y Zuleta, la hacienda con su inmenso y majestuoso patio principal y el secundario así como su larga y ancha entrada no daban cabida a tanta gente deseosa de ser parte del ritual. En Cayambe, sus calles principales estuvieron copadas, horas enteras de baile llevaba a todos hacia la montaña cercana, Puntiachil, en dónde el ritual del equinoccio es de rigor. La montaña se vuelve estrecha para tanta gente.
En los tres sitios, Cotacachi, Cayambe y la Cordillera nororiental en todo caso, la fiesta a cada vez revela que Ecuador en los hechos, no en la racionalidad de los discursos, integra a todos en un champuz de interculturalidad, con ritmos de varias latitudes incorporadas a las suyas, vestimentas extrañas hechas propias, pero ante todo porque en sus danzas, ya no son sólo indígenas los danzantes, sino gente de todas las latitudes, en particular porque ahora ahí se borran “simbólicamente”, pero cuan significativamente, diferencias de etnia y condición social. Los hacendados o sus hijos bailan, se disfrazan, beben y cantan junto a la gente del lugar, en compadres del momento.
Sin embargo, en Cayambe está la intención reiterada del Municipio de controlar y encaminar la fiesta. Ha habido varios ensayos desde aquel de poner en un camión unos inmensos parlantes e imponer un ritmo para que todos atrás lo bailen, a tener ahora un tarima con “autoridades”, ante las cuales cada grupo debe hacer prueba de sus habilidades. Lógica de control o de domesticación de lo festivo que destruye lo medular de la fiesta que es hacer suyo el espacio urbano y convertirlo en el de la festividad definido por el ritmo, cantos y expresiones de lo que cada grupo quiere y admira. La libertad de la expresión festiva está aquí, como en el pasado, rememorando el ritual de encuentro con el hacendado, en homenaje a este y en el consentimiento de éste para la festividad. En Cayambe se le ha recreado con las “autoridades”. Que difícil es cambiar la dominación y aprender la ciudadanía, pura y simple; aún más en un contexto que se ha hecho del discurso ciudadano medio de afirmación de la autoridad.
Orden y festividad se han disputado en todas partes. También orden y desorden sociales se expresan en los rituales festivos. Por ciclos de la vida anual o no, los carnavales con varios nombres (San Juan, Corpus Christi..), permitían que la lujuria prohibida sea, que el derecho a decir lo guardado se exprese, que el deseo recóndito pueda ser, que el orden social o político sea minimizado, devaluado, desoído. Que en Cotacachi se quiera anular le orden con una dinámica de la confrontación y que en Cayambe se quiera imponer un orden de arriba para encarrilar la fiesta, nos figuran uno de los dilemas entre ruptura e imposición del orden, la reglamentación excesiva es un medio para esta imposición, pero en general cuando ésta se impone la primera es una de sus manifestaciones. Exceso de orden generalmente convoca al desorden o a la ruptura, las fiestas nos lo recuerdan.