Cuando descubrí que Hercules Poirot, el célebre detective inventado por Agatha Christie, estaba todavía en el Ecuador (ver “paseando en Quito con Hercules Poirot“), me animé a citarlo en una cafetería aniñada de la capital, donde sirven un café de Galápagos único como una especie en vías de extinción.
Es cierto que el relato de nuestras peripecias en las diferentes opciones de transporte en el ‘Quito que Queremos’ interesó a algunas amigas y amigos, pero asimismo les quedó corto, y me reprocharon no haberlo llevado a comer guatitas debajo del Puente del Guambra, a comer menudo en el Inca o simplemente intentar llegar a Quitumbe en transporte público. Así que lo invité ante todo por cumplir con la presión de mi entorno, aunada a la curiosidad de saber cómo trataba la vida al acucioso investigador.
Cuando llegué a la terraza de la cita, no reconocí a primera vista a don Hercules. Vestía un terno de buena calidad, tenía los cabellos engominados y gafas oscuras.Si no fuera porque me hizo un gesto amistoso al verme, lo hubiera seguido buscando entre el público. Mientras me acercaba, atribuía mentalmente este cambio a alguna belleza quiteña que lo hubiera hechizado (no sería el primero), hasta que, casi al momento de sentarme, lo vi en la mesa: un teléfono Mora[1], inequívocamente de su propiedad.Es ahí que me volví incrédulo hacia Poirot y le pregunté si estaba trabajando para el gobierno.
Con una sonrisa enigmática me invitó a sentarme y me contó que sí, que, gracias a unos contactos de coterráneos belgas, y sobre todo después de nuestra exploración conjunta del transporte quiteño, había valorizado sus conocimientos del transporte urbano en la ciudad de Quito y conseguido un camello en una instancia gubernamental cuyo nombre callaré. Ante mi sorpresa, me explicó que los había impresionado sobre todo cuando les demostró que la maquinaria sofisticada que se había comprado para cobrar el pasaje en el trolebus ahora servía de vil torniquete , que los secuestros exprés ya se dan en Quito y son bastante comunes (para prueba estaba su propia experiencia personal, ¡tengan cuidado, lectores!) y también cuando les explicó que no hay manera de identificar un bus urbano desde atrás, ya que sólo tienen escrito el destino en la parte delantera, lo que obliga a los pasajeros atrasados a la parada a batir récords de velocidad para rebasar un bus, y verificar su destino antes de tomar la decisión de subirse. Este profundo conocimiento de nuestra realidad le valió un puesto de planificador del transporte urbano a nivel nacional y un sueldo que, a juzgar por la calidad de su terno, no era despreciable.
Como visiblemente tenía dificultad en salir de mi asombro, me explicó que no era difícil trabajar para el gobierno ecuatoriano, si uno lograba ser parte de uno de los cuatro tipos de funcionarios estatales: el primero, me dijo, son los funcionarios de carrera. Estos se reconocen por su edad madura y por su precisión suiza a la hora de salir de la oficina, por la cual también son conocidos como “cuatreros” (salen a las cuatro en punto). El segundo tipo, prosiguió, son los “recomendados”. Estos entraron merced a que pudieron hacer valer su relación más o menos cercana con algún funcionario de alto nivel o figura política, relación que puede poco a poco desdibujarse con el pasar del tiempo y la rotación de estos altos funcionarios, pero que es inversamente proporcional a la calificación de la persona para el puesto. Hay que tener cuidado con no confundirlos con los “cuatreros”, porque rápidamente se mimetizan en esta primera categoría en relación a horarios de salida y otros usos creativos del elaborado sistema de control de entradas, salidas, viajes, permisos, viáticos etc…, aunque su uso de un discurso aprendido (por ejemplo, hablan “del proceso”, o agregan la palabra “ciudadano” después de cada sustantivo) les distingue fácilmente.
El tercer tipo, continuó, son los “master junior”, también conocidos como “índigos”, es decir jóvenes profesionales que han hecho brillantes estudios en universidades de renombre, de preferencia en el extranjero, y que a su regreso son atraídos al sector público por los salarios interesantes y las oficinas hightech; ocupan cargos de responsabilidad que normalmente no corresponderían a la escasa experiencia y conocimiento poco profundo del país que los viera nacer, toman cafés en tazas térmicas como en las películas y pasan tecleando en el Mora en toda ocasión (y especialmente en las reuniones).
Aquí Hercules hizo una pausa y tomó un sorbo de su café. Le urgí a describirme el cuarto tipo de funcionario, ya que me había cautivado con su descripción casi entomológica de una élite que el ciudadano de a pie conoce muy de lejos.
El cuarto tipo, continuó, les llamo los “secuestrados”. Ante mi estupor, sonrió y me explicó que eran profesionales valiosos, con experiencia, y generalmente trayectoria de trabajo en temas sociales. Han visto poco a poco reducirse los sueños de cambio de la sociedad que los atrajeron al sector público, y sin embargo no se pueden ir; tienen casas que pagar, hijos que mantener, y los paraliza el miedo de tener que enfrentar de nuevo el mercado del trabajo, con salarios menores a los que ahora tienen. Por esto, hacen contra mal tiempo buena cara, soportan las extravagancias ideológicas de jefes que pertenecen a las categorías anteriores, e intentan crear espacios de sentido común en el caos imperante.
Desesperado delante de un cuadro tan despiadado de nuestra administración, le pregunté entonces porqué había aceptado un puesto en tamaño dinosaurio. El buen Hercu me contestó recordándome primero la tasa de desempleo en Bélgica para los profesionales maduritos (¿quién hubiera pensado que era de 50%?), y después me confesó que tenía un Plan.
Como me tenía en vilo, le imploré que me lo exponga, aunque sea en sus líneas generales. Para eso, me contestó, tendrás que invitarme algo más que un café en una terraza elegante.
Y me dejó, como un náufrago en una isla desierta ve alejarse un barco en el horizonte, armando conjeturas en una mesa con restos de guaguas de pan rellenas de Nutella.
N.B. Los comentarios de Hercules Poirot no representan, de ninguna manera, un apoyo directo, indirecto, indirectamente directo o directamente indirecto a ningún candidato a la Presidencia de la República.
Continuarán……
[1] Para aquellos amantes de los idiomas foráneos, “mora” se dice “blackberry” en inglés