Tapa y contratapa:
Paulina Flores (Chile, 1988) estudió Literatura en la Universidad de Chile y en 2014 fue galardonada con el Premio Roberto Bolaño por el relato “Qué vergüenza” que da título a este volumen, por el que ha recibido el Premio de Literatura del Círculo de Críticos de Arte a la mejor escritora novel.
Este libro lleva el título del primer cuento, y es un acierto de la escritora porque ha elegido nueve relatos que podrían verse como nueve estados diferentes de las emociones más humanas y universales: empiezan por la vergüenza, pasan por el tedio, la complicidad y terminan en el orgullo. Y como si el reto fuese poco, estas emociones humanas están narradas desde la condición de los niños, o los débiles, o los fracasados de siempre.
Es decir, quien sea que lea estos cuentos se identificará con un eje, bien con el de las emociones, o con el de las condiciones que parecen sostener el engranaje de los 9 cuentos en perfecta armonía. Porque a la hora de las afinidades, nada resulta más cálido y cercano que aquello con lo que nos identificamos en otros, mejor aún si es contado por otros, o escrito por otros; pero al fin y al cabo que hemos vivido todes.
Paulina Flores, con 25 años en su primer libro, escribe como si tuviera 100 años, a esa edad la mitad de la pluma se la gana leyendo y de manera voraz; pues la lectura se nota en la escritura, no hay otra posibilidad. Paulina revela en un par de entrevistas en youtube, que es una fan de la literatura estadounidense. Y es que la herencia de Raymond Carver o de Alice Munro está presente en la puntillosa y cuidada elaboración de los ambientes de las historias de Flores; íntimas, cerradas, casi psicológicas; pero con su sello, en su propio contexto, en Chile, en las calles de la clase media, en las familias posdictadura.
Esta cualidad de construir un misterio alrededor de lo sencillo va de la mano, inevitablemente, de personajes sólidos que están bien armados porque pueden mostrar su fragilidad con una solvencia que deslumbra, en una línea no explícita, con un gesto no dicho, incluso. Les creemos, nos entristecemos con ellos, nos emocionamos y comprendemos su aplomo, sus rupturas o sus fracasos.
La lectora puede abrir Qué verguenza donde guste y elegir el inicio en cualquier cuento, incluso sin seguir el orden propuesto, se puede empezar en “Afortunada de mí”, “Teresa”, o en “Últimas vacaciones”, que la sensación de que alguien le está mostrando lo que tiene en frente y no se ha fijado es constante en todos, la idea de que la luz en medio de la cotidianidad tiene un brillo diferente atraviesa los nueve relatos.
Contado desde la esquina de la alfombra donde se esconde el polvo debajo. Es uno de esos libros que la lectora no ama ni odia, porque después de leerlo solo sabe que no lo va a olvidar; pues tuvo la fuerza para regresarnos a la infancia, a imaginarse madre, a saberse digna, a recordar al amigo; a ser todos para volver uno. Mientras escribo esta reseña leo que Flores en este 2021 acaba de atravesar las aguas y publicar su primera novela Isla Decepción, iremos por ella, (no en las librerías ecuatorianas claro, porque no está); y les contaremos J
“Cuando recién se fueron a vivir y no tenían nada, eso se parecía al amor, Loza y servicio dispar regalado o robado. Dos cajas de supermercado superpuestas, una cocinilla de camping oxidada encima y un colchón viejo de una plaza donde pasaban todo el día. Eso era todo. Tampoco tenían cortinas, y cuando oscurecía, el techo se iluminaba con los focos de los autos de afuera. Y ella miraba arriba, hacia el techo, y veía cómo nacía y se apagaba una onda de luz tras otra, de una esquina a otra, en un vaivén eterno como olas. Y eso de seguro debía ser el amor. Él era grande, y ella era muy pequeña, y un colchón de una plaza les bastaba. Luego, cuando él se subía sobre ella y estaba adentro, ella seguía viendo olas en el techo, olas toda la noche”.