15 de marzo 2018
Diógenes de Sinope fue un filósofo griego, conocido también como “Diógenes el Cínico”, por su aguda crítica a la política dilatada de la antigua Grecia a la que enfrentó predicando la austeridad y la banalidad de los convencionalismos sociales. Sin embargo, se caracterizaba por vivir en soledad y aislado e, incluso, despreciaba las reglas, las costumbres sociales y su participación en la dinámica de las reuniones de intelectuales.
Irónicamente, los médicos acordaron en usar su nombre para definir una enfermedad psicológica totalmente contraria a la vida de Diógenes, la de los acumuladores: mientras Diógenes se desprendía de todo al punto de mostrar su desnudez, los acumuladores se llenan de todo, incluyendo las cosas más inútiles y terminan viviendo entre escombros y basura, todo esto dentro de su propia casa. Así, se ha devenido en llamar “Síndrome de Diógenes” a la acción compulsiva de acumular toda clase de objetos, sin que estos puedan alguna vez llegar a tener una utilidad concreta.
Según los psicoanalistas, esta enfermedad mental ataca principalmente a adultos mayores que viven solos y aislados de su entorno, carecen de una valoración personal que les permita enfrentar el futuro y creen que la acumulación es su propio seguro de vida, pues algún día llegarán a necesitar lo que guardan y en ese día, piensan, quizá no tengan la capacidad de conseguir lo que ahora pueden guardar.
Este pensamiento los lleva a acumular gran cantidad de objetos, que puede provocar problemas de convivencia con sus vecinos debido precisamente a la basura acumulada, la que puede producir malos olores y ser fuente de infecciones, atraer insectos o dar facilidades para que las ratas hagan sus nidos y se reproduzcan.
En las ciudades estadounidenses y europeas, que es donde mayor incidencia tiene esta enfermedad, es común que los antecedentes de quienes la padecen estén en su origen social, son personas que no lograron ascender desde una clase proletaria, para usar los términos marxistas, a la de clase media y media alta. La frustración entonces se traslada hacia la tenencia caótica de cosas inservibles, las que se convierten en sinónimo de riqueza. Es común también que se dé en el sentido inverso, es decir, que una persona acomodada entre en un proceso de decadencia y su ansia por sostenerse una figura de posesión abundante lo lleve hacia el síndrome de Diógenes; ésta empieza a guardar lo que tuvo como muestra de su prosperidad, aun cuando en el presente carezcan de valor. En cualquiera de los dos casos, las cosas se convierten en una obsesión y se pierde el sentido de utilidad que debe ser intrínseco a cualquier posesión que tenga el ser humano. Si una cosa pierde el sentido de utilidad, se vuelve basura.
Los corruptos no son más que enfermos mentales, poseídos por el Síndrome de Diógenes, convulsivos en acumular billetes de forma caótica en techos o colchones, o acumularlos de forma ordenada a manera de inversiones de cuya rentabilidad no son usufructuarios. Acumulan dinero sin utilidad; es decir, en sus manos el dinero pierde su razón de ser y solo se presenta como un icono de riqueza en su propia mente, porque, y para colmo, debe ocultarlo, disfrazarlo… negarlo. Las cosas mal habidas apestan, llaman la atención de los vecinos y no se puede ocultar el nido de ratas que va creciendo, sus chillidos rompen la calma y asustan el sueño.
El corrupto solo es un acumulador de basura; la cárcel no lo redime, porque la cárcel nunca podrá revertir su enfermedad, lo que hace es fortalecer su tesoro, permanecerá soñando en el cúmulo de billetes que lo espera a la salida para ser su redentor, ya que podrá redimirlo de su sufrimiento, aunque sean muchos años de sufrimiento. Saldrá airoso, proclamará que la cárcel no lo contaminó ni lo subyugó, pero no podrá decir que la fuerza de su entereza es ficticia, pues es producto de una enfermedad más grave, la de la riqueza compulsiva.
El corrupto es un ser que no cree en el futuro, en su futuro, no se cree con capacidades para enfrentarlo y piensa que el acumular de hoy le servirá para satisfacer la necesidad de mañana sin darse cuenta que la abundancia no satisface necesidades, sino todo lo contrario, crea mayores necesidades, más allá de las posibilidades de satisfacción: nada satisface una mente enferma. Encerraremos hoy a los corruptos y mañana saldrán con similares hambres, es un reciclaje del mismo Síndrome de Diógenes.
Al igual que el acumulador, el corrupto es un ser que se aísla de la sociedad, que pierde la noción de higiene, de la importancia de la relación social; para él deja de ser importante la familia pues los fardos de billetes le complacerán morbosamente; de ahí que no le importe si con su caída arrastra a su familia. ¿Cuántas madres, cuántas hijas, están ahora cargando el estigma que ha generado un corrupto?
Enfrentar la corrupción es un tema médico, de la misma forma que se procede con los acumuladores compulsivos; con los enfermos del Síndrome de Diógenes no funcionan las ordenes legales ni las amenazas de desalojo; no funcionan las advertencias de los vecinos; este es un mal que se enfrenta desde la psicología, desde la valoración del principio del vacío, tal como lo pregona Joseph Newton:
“¿Usted tiene el hábito de juntar objetos inútiles en este momento, creyendo que un día (no sabe cuándo) podrá precisar de ellos?
¿Usted tiene el hábito de juntar dinero sólo para no gastarlo, pues en el futuro podrá hacer falta?
¿Usted tiene hábito de guardar ropa, zapatos, muebles, utensilios domésticos y otras cosas del hogar que ya no usa hace bastante tiempo?
No haga eso. Es anti-prosperidad… La actitud de guardar un montón de cosas inútiles amarra su vida”.