16 Diciembre 2014
Ahora cuando la cultura va siendo entendida cada vez más como medio de fortalecimiento del sentido profundo de la vida, el presidente Correa le da las espaldas y pasa por alto su importancia. Una demostración de semejante actitud son los insufribles discursos que lanza en las sabatinas, que no educan ni mejoran la capacidad de discernimiento, ni estimulan la tolerancia o el pluralismo. Sin posibilidad de reflexión o crítica por parte del público, el discurso se vuelve narcisista, y la audiencia debe soportar la cantaleta de cada semana sobre las dádivas del régimen y las quejas contra la “prensa corrupta” y los “sufridores”. La última máxima que ha acuñado -“si me siguen molestando, me lanzo a la reelección”- suena a capricho infantil, pero entraña una buena carga de despotismo.
La comunicación es cultura
El desentendimiento del mandatario de lo que implica la comunicación como manifestación cultural se revela en su afán de reducirla a servicio público. La estigmatización de los medios de comunicación opositores, o simplemente independientes, equivale a negar que la cultura sea el mecanismo que activa y expresa a toda sociedad. Sin duda, los sectores dominantes detentan el poder a través de los medios de comunicación con los que controlan a esta. Sin embargo, desde el punto de la Semiótica, la comunicación es un espacio generador de sentido, conformado históricamente por una persona colectiva única, poseedora de autoconciencia y caracterizada por la acumulación de experiencias.
Si se pone límites a la comunicación, como lo hace el presidente, se echa al olvido la experiencia histórico-cultural del país. La gente lee las publicaciones periódicos, escucha la radio y ve la TV para enterarse de los acontecimientos a través de varias fuentes y versiones. Es un derecho del público aceptar o descartar las opiniones del oficialismo. La libertad de expresión requiere que la comunicación fluya sin obstáculos, y no se saca nada con reprimirla, más aún ahora cuando los medios digitales permiten que cualquier receptor sea capaz de producir sus propios mensajes.
La cultura puede ser revolucionaria
Declaración de Correa (1º octubre 2011): “…la pequeña propiedad rural va en contra de la eficiencia productiva…” En otros términos: la propiedad de la tierra comunal dificulta el paso a la libre economía del mercado; es una rémora para implantar la matriz productiva capitalista y por lo tanto hay que terminar con los retazos de tierra.
Solo retazos de tierra les quedó a las comunidades indígenas luego del saqueo que comenzó en la Colonia, pero la cultura comunitaria no ha muerto en la conciencia y la ideología de sus pobladores y puede llegar a ser revolucionaria en virtud de su esencia colectivista. Son los territorios de todos, de alto significado simbólico, donde se discute, se dialoga, se trasmite, se dinamizan las lenguas, se reproducen las visiones del mundo, se ritualizan las fiestas. Ahí se educa y se vela por la salud a través de las costumbres, se fomenta la economía y se preserva el medio ambiente.
Producción agraria y cultura
La situación socio económico de la población indígena ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años y, “a pesar de la privatización de gran parte de su territorio todavía conservan posibilidades de construir modelos alternativos bajo el sustento de la comunidad, más como ente socio-político que productivo” (Luciano Martínez). Esto significa que la cultura de las comunidades puede ser revolucionaria por su propia naturaleza, ya que permite ampliar la visión del mundo y crear maneras de vivir y actuar más justas y equitativas que las que hasta ahora predominan.
La experiencia cultural indígena
El verdadero ayllu sumak kawsay (vivir a gusto) es un concepto surgido del sentir comunitario, expresado también en el kusi killpu kay (la ventura de las cosas) y la cheka manta (vida dichosa), que presuponen espacios de encuentro. Los conceptos de ñaupa o k´ipa son característicos de la conciencia indígena y amplían los horizontes intelectuales. La manera de abordar las matemáticas con la taptana, es una garantía pedagógica para los niños. Los espacios de las purinas aplican restricciones comprobadas a las incidencias del hombre en el medio ambiente de la Amazonia, la ayaguasca y el yagé atesoran sustancias y posibilidades ocultas todavía para la ciencia.
Visiones plagadas de prejuicios contra lo indígena plantean que las comunidades no tienen cabida en el mundo actual, pero son precisamente estos núcleos tradicionales, ajenos a la cultura dominante, los que resuelven en gran medida el problema del abastecimiento alimenticio de la mayoría de la población en países como el nuestro, y ello a pesar de que sus cultivos carecen de los adelantos técnicos contemporáneos. Cada vez hay más familias indígenas que emigran a las ciudades sin abandonar del todo la comunidad, a la que vuelven para retomar experiencias milenarias, la lengua, modos de vida.
Ley de Tierras y desalojo de la Conaie
Ahora con la coartada de la modernización, el acelerado desarrollo capitalista y el carácter de institución total que ha adquirido gobierno, la Ley de Tierras que está próxima a expedirse se anuncia como una verdadera amenaza a la supervivencia de las pequeñas parcelas de tierra de los indígenas, lo que devendría en una verdadera catástrofe cultural, cuyas consecuencias tendrían que soportar no solo estos sino, también, el resto de la población.
Las agresiones del régimen a los indígenas no cesan: por decisión presidencial, la Coanie se ve abocada desalojar el local que se le entregó en comodato secular. Liquidar al movimiento indígena es un objetivo prioritario para el gobierno de Correa, que sabe que ésta es una fuerza política nacida de la necesidad de supervivencia de pueblos enteros, cuyos intereses vitales chocan con los afanes del extractivismo capitalista promovido por una gestión neoliberal en esencia, aunque enmascarados con la careta del “socialismo del siglo XXI”.