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miércoles, mayo 1, 2024

LA DEMOCRACIA CONTRA LA DEMOCRACIA

LA DEMOCRACIA CONTRA LA DEMOCRACIA

Carlos Rojas Reyes, Revista R <r.la.revista@gmail.com>

1. Los límites del régimen plebiscitario

 El régimen político ha tenido hasta aquí un claro tinte plebiscitario: acudir a los procesos electorales o de consulta, como el mecanismo clave de los procesos de legitimación. Esto se debe, ante todo, al profundo debilitamiento de las estructuras partidarias –incluidas las del partido de gobierno– y a la inexistencia de organización social consolidada que exprese a los diferentes sectores de la sociedad –con excepción del movimiento indígena–.

Hasta ahora esta política le había resultado al gobierno muy exitosa. Uno de los ejes del discurso atravesaba por el tema de las victorias aplastantes en las diferentes confrontaciones electorales. Sin embargo, acudir una y otra vez a este dispositivo de consolidación y aclamación del poder, termina por desgastarse.

La acumulación de conflictos se vuelca en las urnas. Y termina por convertirse en un sometimiento del propio gobierno a un plebiscito sobre su accionar político, sobre su gobierno. Además, esa fue la tónica de la campaña. Votar por el sí era confiar en el gobierno; votar por el no constituía un rechazo.

El debate en torno al contenido de las preguntas de la Consulta Popular fue pálido y tibio. No atravesó el conjunto de la sociedad, como el eje que serviría para definir el voto. De ahí, la polarización, el voto masivo por el no o por el sí; la poca discriminación entre pregunta y pregunta.

Sin embargo, en dos preguntas nos topamos con elementos históricos que cuentan. Y junto a esto una cierta sensibilidad que no está del todo perdida en la sociedad ecuatoriana, respecto de dos cuestiones que siempre han sido cruciales en la vida de la nación: la independencia de la justicia y la libertad de prensa.

Ambos elementos son inherentes a una democracia; por eso, un segmento de la población se resistió a apoyarlas, por el peligro que entrañan. Se puede decir que peor que una prensa en manos del capital financiero, es una prensa en manos del gobierno –de este o de cualquier otro–. Y si se rompe con el principio de independencia de la justicia, la estructura tripartita de la democracia comienza a venirse abajo.

Así que a futuro algunas cuestiones se ven como problemáticas al entrar en crisis el modelo de legitimación/aclamación plebiscitario:

–                      Las próximas elecciones presidenciales: ciertamente que el gobierno todavía tiene el suficiente caudal para ganar dicha elección; sin embargo, se ve como enteramente problemático que consiga una mayoría en la Asamblea Nacional y en los gobiernos seccionales.

–                      Al debilitarse este canal de apelación directa al pueblo, ¿qué otro sistema se implementará? Al parecer quedan dos vías: la profundización del clientelismo y el corrimiento hacia prácticas aún más autoritarias. No se ve en la perspectiva –y quizás sea bueno para nuestro país– una tendencia a la organización social que provenga del aparato del estado. (Puede darse que dados los niveles de polarización se conformen grupos de choque tanto desde el partido de gobierno como desde sectores de la derecha tradicional.)

–                      La disolución del parlamento y la convocatoria inmediata a elecciones (muerte cruzada) aparece casi como inviable, porque nadie puede garantizar su éxito. Ciertamente, como he dicho, podría reelegirse el presidente, pero también es bastante probable que tenga una asamblea de oposición.

2. El fortalecimiento de las resistencias locales

 La ausencia de instancias nacionales tanto en el plano corporativo, puramente societal, como en el plano político, hace que las resistencias se concentren en el plano local –muchas veces ni siquiera provincial sino cantonal–

Es una dinámica dispersa que responde a situaciones específicas, a liderazgos concretos, a problemáticas definidas y que encuentran su principal limitación en la dificultad de organizar acciones nacionales concertadas, que empujen el proceso en una misma dirección.

Desde luego, esto vale tanto para la oposición de derecha como para la de izquierda.

En el caso de la derecha tradicional, se empujan procesos simultáneos en la búsqueda de un liderazgo que les pueda sacar de la crisis: concentrarse en ciertas provincias –como Tungurahua o Guayas– a ver si desde triunfos locales se alcanza a reconstruir una alternativa nacional. Se intenta, sin éxito, revivir figuras del pasado, como Oswaldo Hurtado, pero al parecer sin viabilidad alguna.

En el caso de la oposición que se ubica a la izquierda del gobierno igualmente se vive un fenómeno de dispersión de los liderazgos y debilidad de las alternativas que recién nacen. Aquí la única excepción es el movimiento indígena que muestra coherencia tanto en su comportamiento como en el aporte significativo de votos por el No en la consulta.

La lógica de las resistencias locales muestra, además, la particularidad de las luchas que se vienen en el futuro inmediato, que estarán atravesadas precisamente por circunstancias particulares; por ejemplo, la implementación de la minería a gran escala con la participación de grandes transnacionales.

No se ve en el panorama una corriente o una temática que pudiera articular esos focos de resistencia que surgieron de manera extremadamente coyuntural en la Consulta Popular, aunque han dejado la sensación de que el gobierno sí puede ser derrotado en las urnas y que esta vez hizo falta un esfuerzo mayor.

3. La democracia contra la democracia

El debilitamiento de la sociedad civil

 Hay tres fenómenos a tomar en cuenta en la relación entre la democracia y su descomposición autoritaria. En primer lugar está el fascismo (como forma de totalitarismo): el gran capital contra los pueblos, el genocidio y el militarismo como sus componentes básicos (Arendt). En segundo lugar, se encuentra la situación actual de las democracia clásicas –como la norteamericana– que desembocan en una negación de sus principios rectores; el campo –como extensión de la lógica del campo de concentración–, como privilegio del hecho sobre la ley, se desprende del núcleo mismo de la democracia y muestra su continuidad interna; esto es el caso de Abhu Graib o Guantánamo (Agamben).

Sin embargo hay una tercera situación que la podemos ver con mucha claridad en América Latina, tanto en los gobiernos de derecha como en los llamados de izquierda –aunque no lo sean–. Aquí el fenómeno se caracteriza por el hecho de que  los regímenes democráticos tienden a volverse autoritarios, sin desembocar en el totalitarismo ni en una extensión del campo de concentración.

Se puede decir que esto es tan viejo como la teoría política en América Latina y podemos recordar las teorías ya pasadas de la democracia restringida o controlada. Pero, en el momento actual, sus características son otras y se corresponden con otro tipo de comportamientos y estructuras, que es necesario precisar.

Lo primero que hay que resaltar es la insistencia extrema en mantenerse dentro del marco democrático y en usar sus instrumentos. La democracia como arma para controlar la democracia. Así, ciertamente es un mecanismo de lo más democrático acudir a la consulta popular y pedir que el pueblo se manifieste sobre esta u otra propuesta.

Sin embargo, el problema radica en que se puede consultar aspectos que tienden a fortalecer una concentración de poderes o a limitar la democracia de una u otra forma. Esta es la paradoja. Y desde luego en algunos casos de América Latina la democracia se usa contra ella misma.

Las formas de este proceso varían de país, pero tienden a ser una constante, una lógica inscrita en el modo de dominación. Quiero decir con esto que, de una parte, los gobiernos adoptan el discurso de la democracia, de sus valores, de la voluntad del pueblo, de las elecciones, las consultas, los marcos constitucionales como referentes. Y de otra parte, introducen ideológicamente los intereses del gobierno de turno –y los del gran capital financiero– en esa matriz democrática.

Una de los núcleos de esta situación está en las constituciones. Ha habido una oleada –y una moda– de procesos constituyentes generalmente mediante Asambleas Constituyentes que redefinen las constituciones, lo cual en principio no está mal.

Lo perverso del asunto se produce en el momento en que dichas constituciones no responden a un proyecto de nación, de emancipación, sino a proyectos de reproducción ampliada del capital y a intereses inmediatos precisamente de acumular poder, a través de otorgarse competencias, funciones, regulaciones.

Y cuando esto no es suficiente, se procede a un interminable juego de modificaciones de la Constitución hasta que calce exactamente en las necesidades del gobierno, del partido de gobierno o de los grupos de poder que están detrás. Nuevamente se utilizan las reglas de juego democrático para estos fines: reformas constitucionales que apelan a la voluntad popular para hacerlo.

La Constitución deja de ser el referente del Estado-nación y se convierte en un instrumento más del juego político coyuntural, inmediatista. Así en cada cambio de régimen, este se ve en la obligación de hacer su propia constitución, en ese afán interminable de re-fundar la patria una y otra vez, proceso que dura hasta el próximo régimen que a su vez exige una nueva constitución que hará cambios históricos.

Las constituciones se suceden unas a otras, se copian, se añaden, se cambian y la realidad es la única que no cambia; es la concreción del gatopardismo: cambiarlo todo para que nada cambie.

Hay, desde luego, en el período actual en América Latina ese “mesianismo democrático” que trata de salvar al pueblo sin el pueblo, en donde el líder pretende encarnar la totalidad de la voluntad popular, sin trabas y sin límites, pero a su vez sujeta a los procedimientos democráticos, que se modifican a voluntad para dirigir los procesos políticos en la dirección que se quiera. Basta mencionar los cambios en las constituciones en varios países latinoamericanos para permitir la re-elección de los presidentes más allá de los límites establecidos.

(Indudablemente es en este marco en el que se inserta –con una cierta lógica- los debates sobre el populismo en América Latina; sin embargo, creo el fenómeno es bastante diferente y merece –más allá de las denominaciones– acercamientos precisos que den cuenta ante todo de lo novedoso de los regímenes actuales.)

Si a esto se añade que todavía no hemos salido de una de las peores derrotas históricas del movimiento de masas, de las organizaciones políticas de izquierda, de la idea misma de revolución socialista, entonces se cierra el cerco del capitalismo sobre la democracia.

Y vemos aparecer ese distorsionado rostro de la una democracia que se muerde así misma, convertida en un Uróboros político[1].

El imaginario social

 Generalmente los análisis políticos se centran en las declaraciones de los gobernantes y en las respuestas de la oposición. Además, se incluye el análisis de los programas y las acciones concretas para descifrar las tendencias –especialmente en política económica–. Desde luego, esto está bien, porque es un elemento de la realidad a ser tomado en cuenta.

Sin embargo, hay que ir más adentro y tenemos que preguntarnos por el estado de ánimo de las masas, por sus elementos ideológicos, por su orden imaginario. Las masas, a partir de sus condiciones de vida concretas, imaginan el mundo en el que viven y en el que quisieran vivir.

Y es a partir de este orden que salen a buscar a sus dirigentes, para encaramarlos en el poder. Ciertamente terminan por encontrar a aquellos que coinciden con su orden imaginario y que al mismo tiempo llena la promesa de resolver los problemas que se viven día a día.

El ascenso de un determinado gobierno se produce en el encuentro del discurso –y los ofrecimientos– y el estado de ánimo del movimiento de masas. Esa proximidad puede volverse cada vez más cercana o producirse rupturas más o menos profundas. Llega un momento, tarde o temprano, que el gobierno no puede ya cumplir con esas expectativas y es reemplazado, sea por la vía democrática sea por otras vías híbridas como es el caso de la experiencia ecuatoriana.

Ahora bien esa relación entre el orden imaginario de las masas y sus gobernantes, se hace de muchas maneras, a través de diversas mediaciones. Tenemos en este campo aquellas que ya todos conocemos: los partidos políticos, las organizaciones sociales, las corporaciones –especialmente las que representan al poder económico–, la iglesia, entre tantas otras dispersas nacionales y locales.

La cuestión que surge en el caso ecuatoriano radica en que dichas mediaciones se encuentran profundamente debilitadas; y en el caso preciso de los poderes económicos profundamente invisibilizados. La relación entre el Estado y las masas tiende a darse de manera directa.

De allí proviene esa necesidad de nuevos modos de legitimación plebiscitarios o el manejo de la opinión pública como uno de los ejes centrales. La batalla por la prensa tiene ciertamente el componente de terminar por derrotar a la oposición; sin embargo, detrás de todo también está el componente de ser una de las mediaciones indispensables de control al no haber otras. Así terminamos emparedados entre la prensa que responde a intereses de ciertos capitales privados y la prensa en manos del Estado. La prensa independiente, que trata de hacerse un lugar, por ejemplo, a través de las radios, tiene cada vez menos espacio democrático.

La voluntad popular, sin las mediaciones mencionadas, se encarna en el gobernante, penetra en su interior y conduce a que el régimen se vuelva hiperpresidencialista y que el gobierno adquiera ese tono mesiánico tan típico de nuestra política, tan repetido una y otra vez especialmente en el mundo andino.

Si la voluntad popular se fija en un individuo y este lo asume como tal, entonces el gobernante es quien salva al pueblo, resuelve sus problemas, hace la revolución, para la gente y sin la gente; quiero decir, sin su organización, sin su movilización, sin su educación política rigurosa, sistemática, consistente.

Al representar la totalidad de la voluntad general sin mediación, la concentración de la autoridad aparece como su lógica consecuencia. Es indudable que en este tipo de régimen sea indispensable contar con la mayoría en la Asamblea Nacional y con el control de la justicia. La repartición del poder en los tres poderes del Estado no le es funcional. (Sabemos que los llamados otros poderes, esa invención tan extraña de nuestra democracia, prácticamente no funcionan o no tienen el peso político para hacerlo.)

Volvamos ahora a la cuestión central: ¿cuál es el estado de ánimo de las masas, de dónde se derivan, cuáles son sus necesidades fundamentales, desde las cuales estructuran su orden imaginario? ¿A quién gobierna el actual gobierno; quiero decir, cuál es su sustento mayoritario?

Señalemos algunos fenómenos: tenemos una enorme masa de subempleados, que junto con los desempleados son algo más de la mitad de la población económicamente activa. Junto a eso, sigue allí presente la migración; oleadas de ecuatorianas se marchan de nuestro país, a pesar de la crisis de los países desarrollados y el retorno prometido no se ve por ninguna parte. La inseguridad prolifera en todos los aspectos y rincones, casi sin control. (Ha sido uno de los ejes justificativos del gobierno para modificar la justicia.)

Desde aquí –junto con muchos otros elementos coyunturales y concretos propios de cada región y localidad– las masas construyen su imaginario: ansiedad de seguridad, búsqueda de cambios, generación de empleo.

Y a ese orden de expectativas construido por la gran masa de habitantes de este país, se responde canalizando para que los sueños populares encuentren una cierta correspondencia con la realidad, aunque todos sepamos que jamás coincidirán plenamente.

Ansiedad de seguridad que se canaliza en un gobierno fuerte, capaz de derrotar a cualquier que se ponga delante, que se confronta con el segmento social que haga falta, desde la oposición más recalcitrante hasta la iglesia, pasando por la Embajadora de Estados Unidos; que cada semana nos muestra quiénes son los “enemigos del pueblo” a lo que hay que derrotar.

Búsqueda de cambio que se resuelve con la incesante propaganda a cada momento en cada espacio de la opinión pública de que en este país está sucediendo una revolución, de que se están produciendo transformaciones radicales, tan grandes que van a cambiar el país como nunca antes se había hecho. “La revolución está en marcha…” sacia la sed de cambio de una masa largamente decepcionada gobierno tras gobierno. Es como si dijeran: “ciertamente que no es un gobierno perfecto, pero tenemos que darle una oportunidad.” Y aquí las razones cuentan poco; las adhesiones son más bien de tipo emocional, que son justamente a las que acude el gobierno.

Empleo: se lanza una maquinaria para mostrar cómo el desempleo baja considerablemente y la economía mejora. No se menciona que crece el subempleo y que esa misma tasa de empleo es la que ya se tenía al inicio de la gestión del gobierno. A esto se añade esa ansiedad de dar pasos hacia la formalización de la economía, al menos regularizando a los trabajadores por medio de la afiliación obligatoria al IESS.

Los resultados de la Consulta Popular –en donde gana el sí con dos o tres puntos en las preguntas fundamentales– significan, al parecer, un primer desprendimiento de las masas de ese orden imaginario y de las expectativas puestas hasta ahora. Como si la ideología del pueblo se estuviera diciendo: está yendo demasiado lejos. Más de la mitad de los electores de este país no han votado por el gobierno, lo que quiere decir que han puesto un gran signo de interrogación sobre él.

¿Qué suceda en los dos años venideros? Dependerá de lo que el gobierno haga para asegurarse la mayoría la voluntad popular y de la capacidad que tengamos desde los movimientos sociales y los grupos ubicados a la izquierda, de generar una alternativa correcta pero al mismo tiempo creíble.

4. Facebook y el gobierno

 Hace falta un análisis detallado de la utilización de las redes sociales en las campañas electorales y del impacto que tuvieron en la Consulta Popular y del futuro que les espera. Sin embargo, el interés en este segmento no pasa por estas preocupaciones justas.

Los dos fenómenos están allí uno junto a otro. Aparecen yuxtapuestos o en el mejor de los casos el uno apenas si sería un nuevo instrumento y lugar en donde se hace política. Algo mucho más de fondo existe, a mi entender.

Quiero decir que la lógica del Facebook atraviesa la política ecuatoriana y se manifiesta de manera privilegiada en la cadena gubernamental que se emite los sábados. Se puede encontrar un paralelismo bastante ilustrativo que servirá para iluminar algunos aspectos del quehacer político en el mundo actual (porque, con otras expresiones, también se manifiesta en otros países).

Facebook representa una inversión poderosa de los ámbitos de lo público y de lo privado. Nunca antes en esta magnitud lo privado –la individual, familiar, de grupo– ha sido expuesta a la mirada colectiva. Allí se han construido millones de escaparates virtuales en donde el reality-show de cualquier persona que quiera se ve expuesto y entregado a su libre circulación sin límite.

Es ante todo un espacio en donde triunfa la banalidad sobre las grandes discusiones, aunque estas existan son marginales.

Por otra parte, los asuntos públicos desaparecen de la devoradora mirada del Facebook y se esconden en la esfera de lo privado. Las grandes decisiones económicas, políticas, ecológicas, brillan por ausencia en esa enorme esfera que es internet y las redes sociales.

Cuando el fenómeno se lleva al extremo por parte de algún individuo se produce aquello que se llama Diary me: mi dosis de exposición, de narcicismo diario, que coloco en la red, muchas veces sin importar si alguien comenta, ve o le interesa.

Así que podemos extender esta noción y decir que las cadenas de los sábados son un Weekly me: la exposición detallada del recorrido del gobernante por los vericuetos del poder, en donde se narra todo lo que ha hecho.

En dicha narración importa ante todo la anécdota, lo que no tiene mayor importancia; y cuando se tocan puntos de fondos, se mencionan sin una referencia a fondo  a sus contenidos, a sus implicaciones. Allí no encontramos una especie de radiografía del estado de la nación, para ver cómo esta avanza.

Desde luego que se ha producido en este Facebook político una fusión entre el hecho de gobernar y el recorrido producido en el Weekly me, que parecieran disolverse el uno en el otro. Uno se pregunta si puede ser tan banal gobernar y, de hecho no lo es, sino que las grandes decisiones sobre la economía, la política, el destino del país no aparecen. Eso se juega en otro espacio que, justamente, se ha tornado privado.

Se puede decir que los dos fenómenos comparten una misma semiótica y que la forma en que a diario la gente se aproxima y manipula su Facebook, vuelve a encontrarla –sin saberlo- allá en el ejercicio de la política, en la inversión de público y privado. Es como decir: “Bueno yo también hago todos las semanas lo mismo; pongo en el Facebook lo que hice: verme con mis amigos, la última foto de mi familia, un comentario sobre mi trabajo…” y así interminablemente. Lo importante, lo trascendental para cada uno de nosotros, eso no se pone. O se comenta de manera muy limitada.

La pregunta de fondo consiste en interrogarse por el paso sin más de las estructuras de los nuevos espacios de la opinión pública –virtuales, en las redes sociales- al modo de organizarse la política. En el mundo actual hemos visto que pueden ir en direcciones completamente opuestas: colocadas al servicio de la banalización infinita de la existencia o instrumentos de movilización popular, convocadores de las masas en contra de los gobiernos dictatoriales en el África del Norte.

[1] El Uróboros es un ser mitológico representado por una serpiente tragando su propia cola (Ed.).

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