La derecha no va desunida a las próximas elecciones, tal como algunos interesados quieren hacernos creer. Muy al contrario, está poniendo en práctica una estrategia concertada, para colocar en la segunda vuelta a sus dos candidatos. Quiere hacer caída y limpia. Para ello especula con algunos factores.
En primer lugar, la enorme dispersión electoral. No hay que olvidar que hasta antes del correísmo casi nunca los presidenciables superaron la barrera del 30 por ciento en la primera vuelta. Menos aún lo conseguirían con la fragmentación actual. Lo que ocurrió en Pichincha en las elecciones pasadas, o lo que acaba de ocurrir en el Perú, son un reflejo de la imprevisibilidad en la que transita un electorado decepcionado del sistema político.
Algo sí es claro y concreto: hasta la fecha, únicamente hay dos figuras, Nebot y Lasso, que están abiertamente en campaña. Tienen recursos, agenda electoral e iniciativa.
En segundo lugar, el acelerado desgaste de Alianza PAIS, tanto en su versión morenista como correísta. El voto populista verde-flex fue intrínsecamente conservador. En ese sentido, es más probable que lo canalice una derecha hábilmente maquillada que una izquierda alternativa. En medio de la crisis, la gente busca certezas, no expectativas.
En esta lógica puede entenderse la amplificación que hacen los operadores electorales de la derecha respecto del potencial electoral del correísmo. Por la vía del susto buscan atraer a los sectores medios escandalizados con la corrupción del anterior gobierno. Porque no existen elementos convincentes que demuestren la supuesta fuerza electoral del correísmo, a no ser que tengamos fe en las erráticas encuestas que se difunden sin la más mínima rigurosidad. Si nos ateneos a los datos confirmados, el declive electoral del correísmo ha sido constante e irreversible desde 2011.
En tercer lugar, la necesidad de los grupos oligárquicos guayaquileños de recuperar la hegemonía económica que perdieron con el feriado bancario. Nebot y Lasso pueden tener diferencias, pero no contradicciones. Ambos representan a los sectores empresariales de la costa. Y ambos, en esencia, garantizan la acumulación de capital a las élites del país, no solo regionales sino nacionales. Lo fundamental es repartir sin intermediarios.
El estudio de Carlos Pástor sobre los grupos económicos del país permite entender mejor la lógica política de la derecha. Pástor demuestra que la estructura de la riqueza en el Ecuador no ha superado su matriz familiar colonial. Vivimos una suerte de capitalismo monárquico, donde los feudos ya no corresponden a la propiedad de la tierra sino al control de los nichos del mercado. Cada señorío empresarial tiene un espacio dentro de la ilimitada diversificación de la economía patrimonial. Las disputas entre los modernos capos empresariales pueden llegar a ser ásperas e implacables, pero siempre preservando la estructura y las relaciones de poder.
Desde una mirada de izquierda el panorama luce patético. No sería la primera vez desde el retorno a la democracia que la derecha juega con éxito a la carambola. En 1992 logró instalar en la final a dos prominentes figuras socialcristianas: Sixto y Nebot. Al final del día, las aparentes disputas se arreglaron –como era obvio– cuando el nuevo mandatario se posesionó.
No obstante, la apuesta de la derecha puede ser tan audaz como arriesgada. Entre la volatilidad electoral y la inestabilidad política cualquier estrategia puede llevársela el demonio. Solo de pensar en un Presidente que tiene un seis por ciento de credibilidad pone los pelos de punta. Cualquier trastorno puede ocurrir.
Toca ver hasta dónde la derecha persistirá con esta estrategia. En todo caso, mal harían la izquierda y los movimientos sociales en desestimar esta maniobra. Peor aún, sería un grave error caer en análisis voluntariosos, o basar las expectativas en cálculos desproporcionados. Existe un espacio político que, bien utilizado, puede modificar radicalmente la partida. No se puede olvidar que lo que está en juego es la democracia, no simplemente un cambio de autoridades.
“[…] la apuesta de la derecha puede ser tan audaz como arriesgada. Entre la volatilidad electoral y la inestabilidad política cualquier estrategia puede llevársela el demonio. Solo de pensar en un Presidente que tiene un seis por ciento de credibilidad pone los pelos de punta. Cualquier trastorno puede ocurrir”.
*Máster en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo.
Fotografía: Referencial de Agencia Andes.