18 de abril de 2016
Otra vez la potencia de la naturaleza interrumpe el tiempo social. Y entonces, los esfuerzos por controlar el tiempo y las energías sociales desde el Estado muestran su impotencia, su frontera. Y regresa la fuerza capaz de devolver a los sufrientes el discernimiento de lo humano: la solidaridad desde abajo, desde los iguales.
No estuvimos preparados para el desastre. Ni siquiera para la información. Todos fuimos sorprendidos por dos minutos de temblor de la tierra. Pudimos marcar el tiempo cronológico: el sábado 16 de abril, a las 18:58 un terremoto de magnitud 7.8 en la escala de Richter sacudió el Litoral del Ecuador, el epicentro fue a 17 kilómetros de Pedernales y a 10 kilómetros de profundidad. Manabí es la provincia más afectada.
Tardíamente desde afuera empezamos a ver la dimensión del terremoto: el informe oficial de víctimas mortales fue subiendo desde las 41 anunciadas inicialmente por el Vicepresidente hasta las 272 reportadas 24 horas después, más 2527 heridos y el número trágicamente se duplicará. El grito del Alcalde de Muisne expresaba la magnitud: No se trata de la caída de algunas casas, todo el pueblo está destruido. Y el clamor de auxilio ante la demora de la ayuda.
Los medios privados y oficiales, entrenados en las pugnas cotidianas, empezaron a reaccionar tardíamente. Para conocer algo había que acudir a las redes sociales. Y el primer anuncio del alcance vino desde afuera, 7,8 de la escala de Richter. Los canales oficiales seguían con la programación ordinaria sobre las obras del régimen. Los canales privados seguían en la propaganda del mercado. Mientras la angustia, la vida y la muerte se entrecruzaban por las puertas, las vías, las calles destruidas. No había espacio en la pantalla para los gritos y los lamentos, para el llanto y los llamados de auxilio.
No estuvimos preparados. Y no de ahora, sino desde atrás. No tenemos una cultura de armonía con la naturaleza. Las construcciones más afectadas son las modernas edificaciones, el cemento armado de las casas, el pavimento de las carreteras. No tenemos una política previsiva de construcciones antisísmicas, aunque sabemos que estamos sobre el Cordón de Fuego, en la frontera de la Plataforma de Nazca y la Plataforma Continental.
Y no de ahora, sino de ayer: cuando se anunció la amenaza del Cotopaxi, tampoco había preparación. Sabíamos los mapas de riesgos y sin embargo allí se construyeron viviendas privadas y edificios públicos. La invasión urbana sobre el espacio rural, sin tratar las características del suelo. Y recién ante la amenaza los planes, las capacitaciones apuradas, las evaluaciones que demostraron que el 70% de las construcciones en Quito no cumplían las normas técnicas antisísmicas. Ventajosamente el volcán nos dio tiempo. Y otras vez el silencio y el olvido hasta la nueva emergencia.
Aunque tenemos un recurso profundo con el que estamos preparados para estas horas difíciles: la solidaridad desde abajo, la solidaridad de las familias, la solidaridad de los pueblos. Un poder civilizatorio que viene desde atrás, desde el sentido de la comunidad. Las escenas conmovedoras de los padres, de las madres en búsqueda de los suyos, de los hermanos, de los hijos, de los vecinos, de los amigos. Una solidaridad impregnada de un sentido religioso, que se convierte en el refugio ante el dolor y la muerte. Las escenas de rescate en medio de los escombros, el esfuerzo de los bomberos, de los rescatistas, de la gente, para dar espacio a la vida.
Y en medio del desastre la tentación de la política, el afán de la figura y la imagen del poder oficial y del poder opositor. Una competencia que durará el tiempo del espectáculo. Las caravanas, los anuncios de fondos de reconstrucción, los reportes oficiales de las evaluaciones y planificaciones, la prolongación de las transmisiones. Y luego volverá el silencio, y otra vez quedará sólo la solidaridad de la comunidad como refugio.
La prueba de la respuesta eficaz está en la dimensión del tiempo. ¿Cómo salir en búsqueda del tiempo perdido, compensarlo con el nuevo tiempo? En la continuidad de las redes de solidaridad desde abajo, desde la sociedad civil, desde las organizaciones sociales, desde las comunidades de base. En la información la labor de los comunicadores alternativos: rescatar también los dramas profundos, investigar las experiencias de vida y de muerte, más allá de la escena. En el conocimiento la labor de la universidad crítica: reponer la deuda del conocimiento geofísico de la naturaleza, la producción de políticas públicas de prevención, de normas y técnicas de construcción antisísmica, de organización social. Porque podemos devolver la palabra a las víctimas, ya no como víctimas, sino como actores, como testigos, como sujetos de un discurso colectivo que busca la continuidad de la vida.
Devolver el sentido a la política: “La política no tiene nada que ver con la política de los políticos: intrigas palaciegas, negociaciones de despachos, competencia entre partidos por el poder. Es una forma de acción y de subjetivación colectiva que construye un mundo común, en el que se incluye también al enemigo. La acción política crea identidades no-identitarias, un ‘nosotros’ abierto e incluyente que reconoce y habla de igual a igual con el adversario. (…) el único remedio es la acción política incluyente y desde abajo” (Ranciére)
No hay que devoler el sentido a la política. Así como no hay que devoler el sentido a la democracia. Ni a la cacareada ciudadanía. Todas ésas son solo la formas de expresión en crisis del sistema político vigente que es la del capital. Abajo, es otra cosa. Ahí donde se preserva la humanidad, la política, la democracía, son otras prácticas que no han perdido sentido porque son el entramado de relaciones comunitarias en resistencia. No por eso químicamente puras, pero existentes, en lucha por su autodeterminación, frente a las formas de esa política de arriba de la que, por desgracia, forma parte esa llamada izquierda ecuatoriana (a la que patéticamente se ha alineado la CONAIE perdiendo su oportunidad de ofrecer otra cosa) que hoy acude al llamado del calendario electoral. Ese sistema político ¿el de los socialistas ecuatorianos que destrozaron el socialismo revolucionario con su socialismo amarillo y que ahora lo proclaman como suyo? ¿Que se legitiman mintiendo que casi casi fueron discipulos de Agustín Aguirre cuando lo vapulearon?. ¿Los del acumulado oportunista del MPD?. ¿El “ponderado” Alberto Acosta que se apantalla sorprendiendo en foros internacionales que también ellos tienen “algo parecido” a los zapatistas?. ¿Los domesticados de Alianza País?.
Les creería, si fundaran el PPD, Partido Patético Depredador del movimiento social. (!ya es hora de que en Ecuador alguien lea a Marx sin mente liberal, como hasta ahora se ha hecho)
Excelente artículo estimado amigo y compañero Napoleón Saltos; gracias por compartirlo .. un abrazo
Considero que hay un problema de mistificación del estado en la problemática y una banalización de la sociedad en la propuesta. Al primero se lo declara culpable, y si así fuera, eso no implica que no se requiera de una institucionalidad que resuelva las necesidades inmediatas o diferidas de la sociedad a escala global. En cuanto al segundo, más allá de las demostraciones de una solidaridad civil generalizada como una condición humana, hace falta reconocer tanto la necesidad de una sociedad crítica, como de una crítica de la sociedad. Para pretender caminar más allá de la continuidad de esa vida, quizás a lo que realmente debemos aspirar, que es la transformación de la realidad socio-espacial y económica de los pueblos damnificados.