“Pueblos libres, recordad esta máxima: Podemos adquirir la libertad, pero nunca se recupera una vez que se pierde.”
Rousseau, Jean Jacques
“La libertad es singular, siempre que exista la libertad plural”.
Croce, Benedetto:
La falacia es argumentación con intenciones sanas o perversas, forjando resultados a término de engaños fraudulentos. Como todo argumento que usa la palabra, tiene su carga de dominio y su cosmética seductora, lo practican los políticos y más precisamente los que buscan o preservan el poder ya que el acto de gobernar a otros presume de un caballo de Troya semántico que siembra cadenas de ilusión. Si las argumentaciones políticas no mistificaran, se volverían evidentes y no fueran problemas, Así las cosas y hablando de mitos el Ser revolucionario debe actuar como Sísifo; enfadando a los dioses con astucia aun en minoría o en soledad. Solo los ingenuos hacen quórum a la creencia. Querencia y creencia, confusión, conflicto entre la emoción y la razón
A veces un argumento falaz se esconde entre premisas verdaderas y conclusiones buenas porque lo falaz se expone en lógica formal, que solo se desnuda en la dimensión de su flaca coherencia. Decirse parte de una corriente de cambio y estropear a los que siempre fueron sujetos de acción, propiciar derechos y atentar contra ellos (también los de la naturaleza) o impedir la autonomía de la mujer agredida (derecho al aborto por violación) no son pequeños fallas de un proceso, son indicadores que revelan la magnitud de una farsa; desnuda en verdad falaz, que invalida todo argumento previo. La proposición “revolución” es falsa porque la suma de argumentos, son contradicciones esenciales fracturando sin coherencia estructural donde el auto reparación del continente en amorfo conversión es imposible y lo posible es inversamente proporcional a su propia retorica como diametralmente opuesto al cumulo esencial -existencial de nuestra promesa.
La consagración del estado, la familia y la propiedad privada, sellaran toda duda razonable, porque las falacias del poder no pueden ocultar su rol protector en la conservación del sistema de castas y de clases y la incongruencia de sus verbos no son errores lógicos sino imágenes del fraude, (no como tema electoral sino como adulteración) La idea de revolución con vehículo en reversa, impugna todo saldo de confianza hacia los inquilinos del estado.
¿Cómo construimos la consistencia básica de lo alternativo desde la dialéctica de nuestra coherencia? La primera norma será contrastar nuestros argumentos con nosotros mismos a fin de establecer con veracidad si los cambios obvios y hasta necesarios no nos pulieron los sueños, y luego contrastar nuestros argumentos con los otros de los otros para advertir la amenaza de las falacias imperantes, los que con su retórica espinosa seducen a un auditorio manipulable y frágil, no deliberativo.
Considerar a priori que nuestros argumentos son válidos por puros o inmutables sería un error y abonaría terreno para nuevas falacias. Nuestras proposiciones podemos defenderlas como sanas y posibles porque se amparan (y así deben serlo siempre) en la coherencia y en la universalidad (factor de coherencia: equilibrio entre recuerdos y sueños o como factor de universalidad, la invariabilidad de la condición humana a respetar) incorporando a lo clásico, valores antes desconsiderados en la utopía, como la libertad individual, el respeto al pensamiento ajeno. Y conservando el desprecio a la represión en todas sus formas, ejercer el repudio revolucionario a todas las formas de explotación humana.
Si una fauna confusa se mueve en laberinto de penumbra pretendiendo gobernar destino y porvenir, la debilidad está en no intentar clarificar los sueños. La Utopía revolucionaria tiene chance si actualiza la agenda de lo útil para desarrollar una perspectiva histórica donde la libertad y la justicia se construyen a partir de una democracia profunda total y cotidiana.