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sábado, mayo 4, 2024

LAS FALACIAS DEL PODER EN EL ESPEJO DEL FRAUDE. por Tomas Rodríguez león

Pueblos libres, recordad esta máxima: Podemos adquirir la libertad, pero nunca se recupera una vez que se pierde.”

Rousseau, Jean Jacques

“La libertad es singular, siempre que exista la libertad plural”.

Croce, Benedetto:

 La falacia es argumentación con intenciones sanas o perversas,  forjando  resultados a término de engaños fraudulentos. Como todo argumento que usa la palabra, tiene su carga de dominio y su cosmética seductora, lo practican  los políticos y más precisamente  los que buscan o preservan el poder ya que el acto de gobernar a otros presume de un caballo de Troya semántico que siembra  cadenas de  ilusión. Si las argumentaciones políticas no mistificaran, se volverían evidentes y no fueran problemas, Así  las cosas  y hablando de mitos  el Ser revolucionario debe actuar como Sísifo;  enfadando  a  los dioses con  astucia aun en minoría o en soledad. Solo los ingenuos hacen quórum a la creencia. Querencia y creencia, confusión, conflicto entre la emoción y la razón

A veces un argumento falaz se esconde entre  premisas verdaderas y conclusiones buenas porque lo falaz se expone en  lógica formal, que solo  se desnuda en la dimensión de su flaca coherencia. Decirse parte de una corriente de cambio y estropear a los que siempre fueron sujetos de acción, propiciar derechos y atentar contra ellos (también los de la naturaleza) o impedir la autonomía de la mujer agredida (derecho al aborto por violación) no  son pequeños fallas de un proceso,  son indicadores que revelan la  magnitud de una farsa; desnuda en  verdad falaz, que   invalida todo  argumento previo. La proposición “revolución” es falsa porque la suma de  argumentos, son contradicciones esenciales fracturando sin coherencia estructural  donde el auto reparación del continente en amorfo conversión es imposible y lo posible es inversamente proporcional  a su propia  retorica como diametralmente opuesto al cumulo esencial -existencial de nuestra  promesa.

La consagración del estado,  la familia y la propiedad privada, sellaran  toda duda razonable, porque las falacias del poder no pueden ocultar su rol protector en la conservación del sistema de castas y de clases y  la incongruencia de sus verbos  no son   errores lógicos sino  imágenes del fraude, (no como tema electoral sino como adulteración)   La idea de revolución con vehículo en reversa, impugna todo saldo de  confianza hacia los  inquilinos del  estado.

¿Cómo construimos  la consistencia básica de lo alternativo   desde  la dialéctica de nuestra coherencia? La primera norma será contrastar nuestros argumentos con nosotros mismos a fin de establecer con veracidad si los cambios  obvios y hasta necesarios no nos pulieron los sueños, y luego contrastar nuestros argumentos con los otros de los otros  para advertir la amenaza de las falacias imperantes, los que  con  su retórica  espinosa   seducen a un auditorio  manipulable y frágil,  no deliberativo.

Considerar  a priori  que nuestros  argumentos son válidos por puros o inmutables  sería un error y  abonaría  terreno para nuevas falacias. Nuestras proposiciones podemos defenderlas como sanas y posibles porque se amparan (y así deben serlo siempre) en la coherencia y en la universalidad (factor de coherencia: equilibrio entre recuerdos y sueños o como factor de universalidad, la invariabilidad de la condición humana a respetar) incorporando a lo clásico, valores antes desconsiderados en la utopía, como la libertad individual, el respeto al pensamiento ajeno. Y conservando  el desprecio a la represión en todas sus formas, ejercer el repudio revolucionario a todas las formas de explotación humana.

Si una fauna confusa se mueve en laberinto de penumbra pretendiendo  gobernar destino y porvenir, la debilidad está en no  intentar clarificar los sueños. La  Utopía revolucionaria   tiene chance  si actualiza la agenda de lo útil   para desarrollar una perspectiva histórica donde la libertad y la justicia se construyen a partir de una democracia profunda total y cotidiana.

 

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