26 agosto 2012
El caso de Julian Assange merece dos niveles de análisis. El uno referido a desmitificar su condición de enfant terrible de la informática, que vale antes y después del asilo, y el otro referido a la figura propiamente del asilo. Los dos análisis confrontan la escenificación mediática del caso, así como el desciframiento de los códigos de comunicación política inmersos, no siempre con cautela, en los despachos informativos de las redes globales.
I
El desplazamiento de los nudos de análisis ha sido la característica fundamental de las estrategias de las transnacionales mediáticas para condenar a Julian Assange -antes y después de la concesión del asilo diplomático por parte de Ecuador-.
Ciertamente, el carácter político de sus acciones, al margen incluso de lo que el mismo Julian Assange haya deseado a la hora de divulgar, a través de WikiLeaks, cables diplomáticos secretos de las potencias más cínicas del mundo, es lo que impulsa la cruzada de sus opositores a todo nivel. El desplazamiento al que aludo es el más fácil de todos: anular o eclipsar los hechos que denuncian los cables –el espionaje diplomático, para decirlo sin remilgos– y situar el debate en el ámbito más escabroso de las relaciones humanas: el sexo. Funciona bien en sociedades moralmente decadentes y en las que lo íntimo y subjetivo ocupa el lugar el morbo, la ambigüedad y el espectáculo. Por eso, cuando Mario Vargas Llosa[1] analiza el tema y lo saca de la trama política para instalarlo en la cama de Assange y las mujeres, actúa como todo intelectual orgánico de Occidente: con la ideología frívola del legalismo liberal.
Porque no es nuevo que los asuntos privados de las recámaras de los poderosos –a nivel material o simbólico- se discutan y cuestionen en coyunturas especialmente críticas para el poder y no para los poderosos… He ahí la trampa de creer que porque alguien es un sátrapa en el lecho, tiene que serlo en todos los aspectos de su vida laboral o profesional.
Como si no hubiera el contexto global de una diplomacia funcional a los influjos del gran capital, quienes desplazan la connotación política del caso Assange lo hacen sin inocencia y a conciencia de que hurgar más en los cables divulgados por WikiLeaks se transforma en una operación terrorista, por tanto, ajena a lo que realmente debería saber el “público” (los ciudadanos de cualquier país) o las “audiencias” de la Internet. Y aquí subyace el segundo desplazamiento: no dar importancia a una información (robada) que en realidad no ha cambiado en nada las relaciones internacionales o la diplomacia desde los pragmáticos cánones de Henry Kissinger. Y semejante tesis aspira vaciar el imperativo social de conocer información que los gobiernos ocultan en detrimento del interés general de las personas en cualquier lugar de la tierra.
Y, oh sorpresa, de aquí se extrae el tercer desplazamiento: cuidar la capacidad de coerción del Estado. Y más si representa a una potencia-imperio. Esa capacidad de coerción, negociada y pactada desde la modernidad europea, vuelve sobre sus fueros en pleno siglo XXI, cuando la geopolítica mundial acusa una evidente ruptura con la real politik del siglo pasado, y plantea otra reconfiguración del poder. Sí, lo digo bien, otra reconfiguración del poder, no su desistimiento de aplastar a los débiles.
Legitimar y normalizar la coerción de un Estado-Imperio, o sea, su facultad de espiar, controlar y manipular la información de otros Estados, y, además, menospreciar al “público” porque todo lo que hace el Estado –como entidad abstracta- es por su bien, en cualquier zona del planeta, es una falacia conceptual que justificaría, sin excepción, las guerras que ese Estado-imperio desata allí donde su espionaje diplomático ha descubierto el caudal social de la resistencia o la subversión o, a ratos, el terrorismo.
Como podemos ver, lo que ha destapado con el caso Julian Assange no es la sábana que envuelve sus intimidades con unas señoras irritadas por su mala educación sexual, sino los cobertizos de una especie de industria diplomática que pugna por intervenir en las decisiones políticas (y económicas) de cualquier Estado. Los WikiLeaks son más que una información desclasificada por la conveniencia de una potencia en un momento dado. Son, efectivamente, el resultado de una destilación política sin vapores eróticos. Pero tal destilación, por sutil y potente, no tiene el morbo de un preservativo roto. Sin embargo, aquí puntualmente, se despliega el cuarto desplazamiento que pretende banalizar el impacto de WikiLeaks: el derecho de las mujeres (suecas) de denunciar por presuntos delitos sexuales al hombre con el que mantuvieron relaciones íntimas. Y no es sencillo el tema, sobre todo en Europa. A pesar de esa dificultad las cadenas informativas y muchos de sus periodistas e intelectuales orgánicos han hallado la manera de explotar el uso de este recurso judicial; porque, dicho sea de paso, semejante expediente alimenta el morbus de unas audiencias subyugadas por las más increíbles vulgaridades mediáticas.
Tanto se maneja este desplazamiento del morbus que cierto feminismo europeo lo catapulta para, en simultáneo, y acaso sin proponérselo, despojar al tema de su sustrato político global. Por supuesto, puedo coincidir con aquello de que el cuerpo es el primer territorio de lo político; pero en el caso que nos ocupa bien sabemos que las conspiraciones atacan al cuerpo y no precisamente a la moral que bloquea e intimida al cuerpo mismo. Ergo, las feministas que quieren castigar a Assange, desde el discurso y con la ley en la mano, parecen olvidar, con un talante que pasma, que el poder –real enemigo de todas las reivindicaciones humanas- opera (primarios) dispositivos morales más allá y a pesar del constructo feminista que supone liberará a las mujeres de la opresión machista de hombres y mujeres. Luchar por la supremacía del cuerpo femenino con los mismos aparatos morales que el poder fabrica en sus circuitos jurídicos, y que las feministas usan desde una militancia o “empoderamiento” legalista, es hacerle un flaco favor al cuerpo de las mujeres y, también, al corpus social en el que debería moverse el feminismo del siglo XXI.
El quinto y último desplazamiento que pretende despolitizar la dupleta Assange/WikiLeaks es justamente disolver la dupleta. WikiLeaks es una cosa y Julian Assange es otra, recalcan. En Europa, casi por arte de magia, muchos han excluido y relegado sus denuncias –lo asumo mirando y leyendo las reacciones antes y después del asilo otorgado por Ecuador-, y solo se lo indaga, se dice, por supuestos delitos sexuales. Se individualiza de tal modo su afrenta sexual que la inverosímil neutralidad del gobierno británico, el rigor de la justicia sueca (que no quiso interrogar a Assange en nuestra Embajada en Londres) y la laxitud de la policía sueca en el sumario contra Assange, como lo recogió Naomi Wolf en febrero de 2011[2], no hacen más que incrementar sospechas sobre el meollo evidentemente político –y legal- que tiene el caso dentro y fuera de Europa, es decir, la posible extradición de Assange a un tercer país. Disolver la dupleta para montar un caso de delitos sexuales es una coartada que a estas alturas del partido pocos se la creen, principalmente porque en las esferas del poder nada se olvida y todo se cobra. Julian Assange no existe sin WikiLeaks.
II
Una vez concedido el asilo diplomático a Julian Assange por el Ecuador, es indudable que los desplazamientos anteriores actuaron al unísono, entre otras cosas, porque debatir la figura del asilo mueve y complejiza el debate hacia el derecho internacional y, en concomitancia, a todos los instrumentos jurídicos que lo hacen posible y que obligan a los Estados a acatarlo sin melindres.
No obstante, los debates sobre el tema siguen repitiéndose sobre los cinco tópicos arriba descritos por funcionarios internacionales, analistas políticos, opositores del gobierno ecuatoriano y periodistas de distinto signo ideológico que no dudo en denominarlos ahora como los nuevos “intelectuales orgánicos” del poder global.
Al margen de todo ello, cuando se revisa el documento completo que sustenta el asilo diplomático para Julian Assange, se cae en la cuenta del cabal argumento que lo reviste de seriedad y corrección jurídica. Es notorio que no se descuidó la axiología del humanismo para batallar a favor de la vida de un hombre que sufre persecución política; aunque ésta se halle maquillada de hipotéticos delitos no políticos.
El mismo hecho de que pocos medios y pocos analistas hayan reparado exhaustivamente en el soporte argumentativo del asilo, empuja a pensar que los debates sobre figuras diplomáticas consideradas viables y aplicables a través de los instrumentos jurídicos internacionales, muchos de ellos vinculantes, tal es el asilo, no interesan a los responsables de conducir y sustanciar a la opinión pública mundial. El mismo Vargas Llosa ni siquiera nombra una sola vez la palabra asilo. Es otro modo de eludir y despreciar la figura del asilo, por considerarla producto de una simpatía estrictamente ideológica con respecto a Julian Assange, y, a su vez legitimar, sin ningún rubor, la capacidad coercitiva de los Estados al ocultar información que por un lado protege al estado-imperio espía y, por otro, vulnera los cauces diplomáticos virtuosos de los estados-no imperio.
La obviedad de prescindir del debate sobre el asilo solo muestra la intencionalidad política de los desplazamientos mediáticos del tema Assange; aunque justamente se niegue que el caso albergue repercusiones más allá del ámbito sexual.
Pero la política, en su sentido más general, es la que ha permitido que el Caso Assange pase de la espectacularidad efímera de las cadenas informativas a la realidad de los instrumentos jurídicos internacionales.
El asilo para Assange prefigura un triunfo de la diplomacia ecuatoriana que pocos pueden tapar sin caer en la propaganda de los Estados que pugnan todavía por ser imperios fuera de América y fuera de Europa.
[1] Julian Assange en el balcón, artículo de Mario Vargas Llosa, publicado el 26 de agosto de 2012 en el diario El País de España, http://elpais.com/elpais/2012/08/24/opinion/1345819181_800344.html. He tomado de referencia este texto porque resume de manera magistral casi todas las falacias mediáticas y aparentemente apolíticas en el tratamiento del Caso Assange.
[2] http://markcrispinmiller.com/2011/02/eight-big-problems-with-the-case-against-assange-must-read-by-naomi-wolf/. Para un resumen en castellano, ver http://www.jornada.unam.mx/archivo_opinion/autor/front/25/33730.
*Socióloga. Comunicadora. Magíster en Relaciones Económicas Internacionales y Magíster © en Literatura Hispanoamericana. Ensayista de temas culturales, políticos y literarios. Articulista de opinión. Actualmente ejerce la cátedra en la Universidad Central del Ecuador y en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.