Camufladas como clínicas de rehabilitación de adicciones, existen y proliferan en todo el mundo centros de tortura que prometen corregir la homosexualidad. Las principales víctimas son lesbianas que llegan engañadas o raptadas por sus propias familias. La activista ecuatoriana Tatiana Cordero Velásquez, que hace años viene denunciando este delito, cuenta cómo funcionan estos centros altamente rentables y cómo es posible desarticularlos.
No parece cierto en los albores del nuevo siglo, pero lo es. Tan cierto como el asesinato de la Pepa Gaitán o cualquier otro crimen de odio cometido contra la población glttbi. No es una película de terror lesbofóbico al estilo Electroshock, aquella escalofriante historia que transcurría durante el franquismo en España, en la cual la protagonista, una joven lesbiana enamorada, era sometida a cruentas prácticas que la psiquiatría de hierro de aquellos años aplicaba sin miramientos. No es esa película, no, pero en Ecuador –y no sólo en Ecuador– pasan las mismas cosas o peores todavía. “Las familias piden ayuda a las clínicas y las clínicas las ayudan con su cuerpo de seguridad –cuenta la activista ecuatoriana Tatiana Cordero Velásquez–. En muchos casos interviene la policía, es decir, gente del Estado que colabora con este secuestro. Se engaña a las lesbianas. Se les dice vamos a visitar a una amiga, a cualquier persona a la clínica. Se les inventa esta excusa u otra, y cuando están ahí son internadas a la fuerza. Violencia, engaño y secuestro, en muchos de los casos que hemos conocido.
Ellos tienen la concepción de que el lesbianismo es un vicio. Una vez internadas se les dice que se lo van a quitar.” Lo que sigue en su relato son los detalles del siniestro proceso al que se somete a las víctimas: torturas psíquicas (“si no dejas esto tu mamá se va a morir”, “tu familia se va a enfermar”), torturas físicas, inanición, violaciones. Tatiana Cordero Velásquez es una de las activistas que desde hace más de diez años viene denunciando, sin demasiados resultados, la existencia de estos centros que prometen “curar” la homosexualidad en su país. Pero el escenario de esta tragedia no se acota al Ecuador, y sin embargo se trata de una realidad prácticamente ignorada en el resto del mundo (qué casualidad la invisibilidad tratándose de un tema lésbico, ¿verdad?). En toda Europa hay clínicas como ésta, no es una situacion privativa de Latinoamérica. “El alto comisionado de las Naciones Unidas recabó datos de los países donde esto ocurre –explica Tatiana–. Dentro de Sudamérica, hemos conocido alguno también en Perú. Muchos son sedes de las bases que están en EE.UU. y que tienen una concepción religiosa.” Es el caso de Bachman & Associates Counseling Center, que se promociona con el slogan “Donde nosotros podemos rezar y mantener a los homosexuales lejos” y que pertenece a la candidata republicana Michelle Bachman.
Pero no se trata, obviamente, de personas y emprendimientos aislados, sino de una red bastante prolífica en el país del Norte. “Si estamos decididos, contamos con el amor de Dios y el apoyo de otras personas, la curación es posible. Por supuesto, en el momento actual, muchos dirán que no es posible salir de la homosexualidad. Eso es, sencillamente, un mito, porque el cambio es posible”, aseguró el afamadísimo norteamericano Richard Cohen, uno de los “terapistas de conversión” más emblemáticos del mundo. El fue director de la Fundación Internacional para la Curación (IHF) y autor del libro Comprender y sanar la homosexualidad. Cohen, que pone fichas en la deshomosexualización por experiencia propia (tuvo una pareja gay), fue expulsado del American Counseling Association, como también de la mismísima profesión, y se le retiró la licencia para ejercer como médico y terapeuta. Esta postura ha hecho eco también en América del Sur, donde se pueden escuchar voces como la de la Dra. Marcela Ferrer en Chile que, entre otras cosas, posee un master de Bioética en Canadá, y para quien es posible evitar las tendencias homosexuales. Ella es creadora de una “terapia reparativa” que se basa en citas bíblicas y desconoce conclusiones básicas de la Organización Mundial de la Salud que explican que la homosexualidad no es una enfermedad.
LAS GRANJITAS
“Porque esta propuesta, por un lado, viene de la mano de la psicología y la psiquiatría, desde una perspectiva de la enfermedad y, por el otro, de los diferentes credos religiosos. Para esa gente la homosexualidad es algo antinatural que a través de la fe puede revertirse y así la sexualidad vuelve a su estado natural”, cuenta Cordero. Pero el sadismo que por ese afán conversivo desarrollan en estos lugares toma como modelo no sólo la palabra de Dios, sino que también abreva, en muchos casos, en las mentadas terapias de shock, tan de moda en la década del ’90: “Se les hace un tipo de tratamiento parecido al de Alcohólicos Anónimos –dice la activista–, donde se ven obligadas a reconocer frente al resto que tienen un problema y que se quieren curar”. El diagnóstico con que se ingresa a las víctimas a estos centros es el de “Trastorno de conducta”, un diagnóstico impreciso que pretende encubrir ante la ley que lo que verdaderamente se busca remitir es la identidad sexual misma y la expresión de género: “Hemos conocido casos en los que las hacen vestirse como trabajadoras sexuales, para que puedan ejercitar su feminidad. Entonces, la contraposición: si eres lesbiana, eres machona, para que seas mujer vamos a extrapolar la cosa vistiéndote como trabajadora sexual, haciéndote caminar así delante de los demás. Por supuesto que de fondo está el prejuicio lesbofóbico de que si eres lesbiana es porque no has conocido un hombre de verdad”.
El caso de Paola Zirit, una joven ecuatoriana de 28 años, es uno de los tantísimos ejemplos del trabajo que se lleva adelante en estos “centros”. Según el portal de noticias de Terra, Zirit sufrió diferentes tipos de abusos, incluso sexuales, insultos y torturas, como estar maniatada durante días, sin comer, recibiendo palizas, mientras los guardias le tiraban orina y agua helada. La chica pasó tres meses en total soledad, esposada contra unos tubos en una habitación a la que llamaban “el sauna”, donde no entraba ni una gota de luz. Esto sucedió en Quito. Un poco más lejos, en Manabí, una pareja de mujeres con hijos fue separada cuando la familia de una de ellas recurrió a una de estas clínicas. Los padres trabajaron arduamente hasta lograr, finalmente, pagar el tratamiento con la esperanza de devolver a su hija al paraíso de la heteronormatividad. Nunca lo consiguieron, ¿hace falta aclararlo? Otra lesbiana con madre esperanzada es Ana, de 21 años, quien detalló para la página de noticias ecuatoriana Dos manzanas la logística del secuestro: “Hace unos meses, una mañana, mi madre me dio algo amargo de beber y me empezó a entrar sueño. De repente entraron cinco personas a casa, dos hombres y tres mujeres, que me dijeron que eran de la Interpol. Me informaron que venían a buscarme porque tenían fotos mías vendiendo drogas. Fuera no había ninguna unidad de la entidad, había un taxi y todos iban con camisas blancas, sabía que me estaban capturando por mi orientación sexual”. Ana fue internada y desde el encierro alcanzó a comunicarse con su novia Marta quien, tiempo después, consiguió sacarla de aquel infierno que como el resto de las clínicas de su “rubro” se autodefinen como de “rehabilitación para adicciones”. Cuenta Tatiana Cordero que se trata “de una práctica que venimos denunciando desde hace una década. Estas clínicas aparecieron para
tratar adicciones al alcohol o a las drogas. Su origen está en la preocupación constante por el consumo de sustancias por parte de los jóvenes a partir de los años ’80 y ’90. Fue entonces cuando se crearon estos centros. En principio, su planteo es que lo que van a hacer es ‘rehabilitar’ una adicción. Esa adicción es su identidad sexual. Desde una mirada que ha sido común a la psiquiatría y la psicología de que la homosexualidad es una enfermedad, estas clínicas ofrecen un tratamiento de una manera particular. El número mayoritario de las personas internadas son mujeres. Y aunque parte de la población gay y trans sea encerrada en estos sitios, lo es en menor medida y puede notarse aquí también una diferencia de género. Parece que la relación de dependencia de las mujeres hace que haya más dificultad para que rompamos con los vínculos familiares y dejar de vernos sometidas a este tipo de prácticas. Son la familia nuclear, la extendida y en algunos casos los ex maridos quienes las internan. El problema es que también hay una desregulación y una falta de control por parte del Estado, entonces es muy buen negocio”. Y porque es muy buen negocio, prospera. Cualquiera en Ecuador se pone una clínica de éstas, dice Cordero, no hace falta, prácticamente, ninguna preparación. La falta de rigurosidad no parece presentarse como un obstáculo para su ejercicio. Todas ellas operan de un modo legal. Y dado que estos centros son “clínicas de rehabilitación para adicciones”, es importante aclarar que a los adictos (los verdaderos) allí internados se los tortura igual que a las lesbianas, porque a todos los “vicios” los combaten con las mismas armas. No obstante, ninguno de los casos denunciados que responsabilizan a estas clínicas de prácticas de tortura psíquica y física y que echarían, al menos, un manto de duda sobre su buen funcionamiento, está judicializado.
Es decir, ninguno de estos crímenes de odio entró todavía en el Ecuador dentro del circuito de la Justicia, del castigo, de la pena. Y sólo la insistencia de las agrupaciones, más la presión internacional ejercida durante los últimos años, las observaciones del Consejo Nacional de Mujeres y el apoyo del Grupo Parlamentario de Mujeres han colaborado con este asunto haciéndolo tomar status público. “Pero a pesar del trabajo de insistencia que hemos hecho como organizaciones, logramos que sólo algunos de estos centros se cierren. Se los clausura y se los reabre con una facilidad enorme”, cuenta Tatiana. En un informe publicado en la página de la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos, consta que hasta el 2011 de un total de 206 clínicas, 102 eran registradas únicamente por el Consejo Nacional de Control de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas – Consep–, 49 únicamente por el Ministerio de Salud y sólo por 55 ambas entidades.
Tatiana dice que actualmente son 227 los centros contabilizados en funcionamiento. Allí las personas internadas pueden pasar tres, seis o nueve meses padeciendo todo tipo de torturas. Los tratamientos tienen un costo de alrededor de 2000 dólares mensuales. Es la misma cifra que pagó en 2006 un marido despechado de zona norte, Buenos Aires, para mandar a matar a su ex esposa cuando su amigo le dijo que la mujer era lesbiana. Tercerización se llama esto. “Ecuador es tan machista como gran parte de América latina, hay mucho machismo y visión muy patriarcal. Los avances se dan en grandes ciudades y grupos, no es una realidad social amplia y extendida y además tiene que ver con el acceso a la información. Creo que gran parte de la homofobia se construye a través de la ignorancia.”, agrega Tatiana.
¿Los avances que nombraste se dieron a partir del gobierno de Correa? ¿Cuál es la posición del actual gobierno frente a la diversidad?
–Los avances se dieron a partir de 1997 con la despenalización de la homosexualidad en el Ecuador y entonces en la Constitución de 1998 se incluyó por primera vez la no discriminación por identidad sexual. Con Correa se amplía a la identidad de género y se tipifican en el Código Penal los delitos de odio. Ha habido reformas en los municipios, ha habido cambios, pero esto va de la mano del trabajo de las organizaciones. Esto no es una dádiva del Estado aunque ciertamente ha habido apertura.
¿La penalización incluía el lesbianismo?
–No. Hasta allí la invisibilización. Hasta en la configuración de delito. La homosexualidad sólo era factible entre dos hombres.
DARSE DE ALTA
Hace unos pocos días Tatiana Cordero Velásquez, que lidera en su país la agrupación “Taller de Comunicación de la Mujer”, participó, junto con otras activistas, de la primera audiencia temática dentro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, de la OEA, en la que se dispuso tratar la preocupante situación actual de las lesbianas en Sudamérica. Esta audiencia tuvo lugar en Washington y su objetivo fue, explica Cordero: “Analizar el patrón de discriminación y violencia específico hacia mujeres lesbianas en el espacio privado y público, que configura, en su conjunto, la negación a la existencia lésbica, y de sus derechos, por parte de las instituciones, de las comunidades y de las familias.”
¿En qué acciones concretas se expresan esos patrones?
–Los hechos son la violencia dentro de las familias, diferentes prácticas de violencia de parte de la familia, de eso se trata. Por otro lado, también toda la violencia en las comunidades y entornos donde una vive y trabaja, y la no aceptación de nuestras identidades en los espacios públicos. El mito de que una mujer lesbiana no es madre es una de esas formas de discriminación. Ese patrón permanente de negación de la posibilidad de la maternidad en las lesbianas, un descrédito de que existen y también una discriminación a los hijos de las madres lesbianas en sus ámbitos de circulación por el hecho de la opción de sus madres. Los patrones son muchos y comunes a hombres homosexuales u otros sujetos de la diversidad, pero tienen particularidades por el hecho de ser mujeres y estar en un lugar subordinado en nuestras sociedades.
Cuando hablás de esta falta de reconocimiento de la maternidad lésbica, ¿pensás que es también el caso de la Argentina aun después de la ampliación del Código Civil en nuestro país?
–Yo creo que hay que tomar en cuenta que una cosa son las reformas legales y otras las transformaciones culturales. Y creo que si bien ha habido avances y habrá mujeres que pueden hacer uso de estas leyes, no se cambia tan fácilmente la cultura. Las propias compañeras argentinas han mencionado que una cosa es lo que pasa en la Capital Federal y otra cosa lo que pasa en las provincias. Entonces creo que también hay que leer la lógica centro-periferia en relación con las transformaciones legales y también las culturales pero, sin duda, la Argentina es el país más avanzado dentro de la región en términos de legislación.
¿Hay alguna denuncia de este tipo de “centros de rehabilitación” en Argentina?
–Sé que hay estos centros para curar adicciones en Argentina también y sé que tienen autorización para internar a la gente contra su voluntad. No sé de ninguno en especial, pero sí conozco a una ecuatoriana que estuvo en Argentina en uno de estos centros donde también había un proceso de psiquiatrización muy fuerte.
En Argentina el psicoanálisis sigue siendo una práctica popularizada, ¿cómo creés que se encara actualmente la cuestión del deseo lésbico?
–Creo que sigue existiendo la línea dura psicoanalítica, donde ciertamente la homosexualidad es una vivencia incompleta de la heterosexualidad, una disfuncionalidad de lo natural. De todas maneras hay tendencias y tendencias. También hay grandes aportes desde las psicoanalistas feministas y desde ahí se ha hecho una revisión de la psicología desde diferentes entradas. No creo, para nada, que sea un debate resuelto.
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