15 de Septiembre 2015
Crónica amarga
No son casas construidas por arquitectos, ingenieros y planificadores. Son casas pobres, casas de frontera, en su mayoría frágiles. Son casas que guardaron las historias de los desplazados, de los sin tierra y sin patria, porque la patria no ha sido nunca de las gentes sino de los poderosos, esos que un día llegaron al Estado con la promesa de cambiarlo todo, pero que a medio camino olvidaron de dónde venían o recordaron más bien de dónde habían salido. En la frontera de Colombia y Venezuela no hay grandes edificaciones sino gentes con rostros, con historias, con mundos no oficiales. El ejército arremete con toda la furia de la represión como en los mejores tiempos de las dictaduras latinoamericanas.
La orden es demoler o revisar, expulsar a punta de insultos y de agravio a la dignidad de los que nada tienen. Ellos, esos que son considerados miserables apenas tienen tiempo para tomar unos cuantos enseres, cruzan el río y allí quedan en medio de la impotencia y del llanto de los niños que no tiene futuro. ¡Esa es la patria grande que estamos construyendo! En Venezuela, como en otros países de la región, el Gobierno secuestró al Estado en nombre de un socialismo del S. XXI que no duda en arremeter en las calles con los mismos palos, golpes, insultos, bombas lacrimógenas como lo hacen desde siempre los represores.
Miles de Latinoamericanos se levantaron contra la opresión y millones de seres humanos fueron avasallados por los conquistadores y los pueblos indígenas pagan hasta hoy el tributo a los crímenes de lesa humanidad cometidos en nombre de la fe y la expansión de los reinos y de Dios. Generaciones completas han entregado su vida para que esta sociedades hagan suya la justicia y el honor a la vida, pero una y otra vez, como si se tratase de una sombra que nunca deja de cubrirnos, regresamos a la bota, a la puerta de los cuarteles y les devolvemos a los ejércitos el ser garantes de la democracia, dejando atrás, olvidando, demoliendo la propia democracia que juramos defender.
La UNASUR y la CELAC no hablan del Presidente Maduro, los países del ALBA no levantan la voz contra lo que está sucediendo en la frontera Colombo – Venezolana; el silencio obsecuente se convierte en cómplice de un proyecto político que sigue creyendo que las personas son meros objetos de producción. Ciertamente, las despiadadas formas del capitalismo o la mera democracia representativa no fueron y no son la respuesta a las calamidades de las que somos capaces los seres humanos. ¿Dónde está el equilibrio?, ¿Cuál es la respuesta para una sociedad más justa y más humana?
El Siglo XX fue un amalgama de sueños y de retrocesos. La más excelsa manifestación del dinero y la expansión de las potencias que libraron la guerra fría, a la lucha de millones de ciudadanos contra las dictaduras, la pobreza, la miseria y la exclusión. A pesar de todo, nos levantamos, en los continentes se vivió una ola de esperanza, particularmente en A. Latina dejamos de ver muertos en las calles, el genocidio de Centroamérica se detuvo y las nuevas democracias se asentaron de Sur A Norte y por la calles cantamos La alegría ya viene…
No nos duró mucho, dijeron que había que cuidar los logros, que debía pactarse una transición civilizada y dejar que las instituciones hagan su tarea. No hablar de responsabilidades de Estado sino de personas individuales que cometieron excesos. Sobre el genocidio de Centroamérica recién aparecen los responsables, pero la mayoría se declara demente y se exime de los juicios. Las democracias a todo vapor aprendieron rápidamente que los privilegios del poder granjeaban lo que antes detestábamos y así nos fuimos adormeciendo, callando la conciencia y dejamos solas a las víctimas, aunque para preservar las formas cada cierto tiempo vamos a los memoriales de los cementerios.
Y entonces llegaron los redentores del Estado y las multitudes se agitaron con nuevos bríos, ¡Viva el Socialismo del Siglo XXI!, la Patria ahora sí es de todos y todas y partimos de nuevo, todo de nuevo, la segunda, tercera, cuarta, quinta liberación. No al imperialismo porque los chinos prestan dinero más rápido, ofrecen mano de obra barata y con ellos sí hay como financiar obras sin preocuparse mucho de eso que llaman medio ambiente y tampoco les importa mucho que la naturaleza tenga derechos reconocidos en el rango constitucional, a lo más, les merece una sonrisa.
Y por ahí vamos, con el socialismo del S. XXI, sin ciudadanos, con carreteras, hidroeléctricas, puentes, nuevas matrices de producción, pero siempre centradas en el extractivismo y con un discurso que invade hasta la saciedad todas las esferas de la vida pública y privada. Las nuevas instituciones regionales como CELAC y UNASUR aplauden los logros funcionales de los gobiernos adscritos a la idea del S.XXI, pero callan de manera cínica sobre la sistemática violación de la dignidad de la persona humana. Así como en Venezuela derriban casas, las marcan y deportan, así también en otros países de la región usan perros, caballería y palos con los que se atreven a protestar. No hay diferencia con lo que vivimos en los años setenta y ochenta. En los más atroces momentos de la violación de los derechos humanos fueron los mismos palos, las mismas mordidas de los perros adiestrados para reprimir y las mismas excusas para la televisión, sólo que ahora se hace desde las izquierdas…
Lamento esta crónica porque mientras la escribo, en la frontera Colombo Venezolana no se detiene la deportación y aquí, en el barrio cercano, la propaganda bombardea y adormece la conciencia de miles.
* Pedro Avendaño G. es Doctor en Filosofía y Letras.
Foto: diariolasamericas.com
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