El deporte de competencia y la política tienen una relación interesante, muchas veces con historias cargadas de polémica, un reciente intento de boicotear las olimpiadas en China era un presagio del conflicto de Rusia con el gobierno de Kiev.
Culminaron los Juego Olímpicos de Invierno de Beijing 2022 y el boicot “diplomático” a los juegos no les dio buenos resultados a quienes pretendían empañar este importante evento deportivo. Con impresionantes escenarios y tecnología de comunicación, pero también con un buen rendimiento y posicionamiento en el tercer lugar del tablero de medallas, China está dando una lección a occidente. Desplazó China a USA al cuarto lugar del medallero, tomándose de esa manera la revancha de las últimas olimpiadas de verano, cuando USA le arrebató el primer lugar del medallero en el último día. Hay quienes pronostican que para las futuras olimpiadas de invierno el protagonismo de China será aún mayor.
Si bien los medalleros no son sino esquemas de referencia, pues no deberían ser lo fundamental del espíritu deportivo. Sin embargo, los mismos han sido históricamente usados como instrumentos políticos; y cada país, de los bloques capitalistas o socialistas, se esmera por conseguir el mayor número de medallas y un importante sitial en los medalleros olímpicos.
En el 2022, el rey de los deportes de invierno fue sin duda Noruega (que consolida la supremacía de los últimos años), con 37 medallas en total, 16 de ellas de oro. En general, los países europeos, especialmente los nórdicos, dominaron en esta justa deportiva. De los 29 países con medallas, 22 son europeos, incluyendo Rusia (aunque su territorio está ubicado fundamentalmente en Asia). Sólo dos países de América: Canadá y USA; tres asiáticos: República Popular de China, Japón y Corea del Sur; más Australia y Nueva Zelanda; rompen la hegemonía europea en deportes de invierno.
Un hecho que cabe destacar es que, a pesar de la sanción del Comité Olímpico Internacional sobre Rusia, que le obligó a participar en las últimas olimpiadas como “Comité Olímpico Ruso”, Rusia logró un importante sitial en el medallero, noveno en la clasificación general. Incluso, si se mira por número total de medallas (toda medalla es importante, sea de oro, plata o bronce), los tres primeros lugares corresponden a Noruega con 37, Rusia con 32 y Alemania con 27. No alcanzó Rusia el rendimiento de las épocas pasadas de la ex URSS (recuerden el dominio de URSS y Alemania Democrática en las olimpiadas de invierno de Lake Placid – USA 1980, Sarajevo – Yugoslavia 1984 y Calgary – Canadá 1988, antes de la caída de la URSS y el muro de Berlín) , pero sin duda tuvo una gran actuación.
Los deportes de invierno, que en general se los puede considerar como deportes extremos, han incorporado cada vez más tecnología compleja y costosa, resultan exóticos e inaccesibles para la mayoría de países latinoamericanos y del Caribe que, como el Ecuador, tenemos un predominio de clima tropical o subtropical. Apenas algunos migrantes ecuatorianos, como la primera competidora en olimpiadas de invierno Sarah Escobar, han tenido el privilegio de disfrutar de deportes de invierno y menos aún de alcanzar un nivel importante como para competencias internacionales.
Ajenos a la audacia y a la belleza de las acrobacias de los atletas olímpicos, los autores del boicot diplomático deben estar remordiéndose por su fracaso. Algunos periodistas y personajes políticos de occidente trataron de avivar ese boicot al inicio de estas olimpiadas de invierno, instando a los deportistas occidentales a no competir; pero no tuvieron eco. El boicot ha pasado desapercibido.
El último boicot que se vivió en una olimpiada ocurrió en 1988 en Seúl, Corea del Sur. Antes, los países del bloque socialista boicotearon las Olimpiadas de Los Ángeles 1984, en respuesta al boicot de USA y otros países occidentales a las Olimpiadas de Moscú 1980. Luego de ello, hubo abstenciones de países particulares para participar en olimpiadas, como Corea del Norte en Tokio 2020 (2021), pero no actuaciones de ese estilo en bloque.
El boicot a eventos deportivos de gran importancia, como las olimpiadas, forma parte de una estrategia mediática, que da cuenta de que una guerra fría, que hoy ha pasado al ataque. Si sólo fuera en el deporte o en eventos artísticos y culturales (boicot que también ocurre), la alarma no sería mayor. A propósito, hay que recordar que a más del bloqueo económico de USA a Cuba, Estados Unidos prohíbe la presencia de artistas cubanos comprometidos con la revolución en el territorio norteamericano; y sanciona económicamente y aún judicialmente a artistas norteamericanos que deciden visitar la isla, desafiando el bloqueo.
Pero, tras estos hechos que afectan a eventos deportivos y culturales, se esconden razones políticas y económicas más profundas y conflictivas. Durante el bloqueo del siglo pasado de Estados Unidos de Norteamérica y otros países aliados, a las ex URSS, a los países socialistas de Europa Oriental o a las mismas China, Corea del Norte o Cuba, occidente contaba al menos con dos ventajas: economías sólidas del capitalismo central (construidas en base al saqueo de la periferia) y tecnologías más desarrolladas en varios campos.
El hecho de que los soviéticos pusieron en el espacio al primer ser vivo (la perrita Laika) y al primer ser humano (Yuri Gagarin), disparó las alertas en Estados Unidos y Europa Occidental. Habían mantenido un relativo equilibrio de armas nucleares, pero no iban a permitir que los soviéticos se adelanten en la “guerra de las galaxias”.
Con el liderazgo del ex nazi Wernher von Braunm, los norteamericanos se apresuraron en la carrera espacial, que alcanzó su punto culminante con la “llegada del hombre a la Luna” el 20 de julio de 1969 con el Apolo 11. Sin embargo, muchos tienen duda de si tal alunizaje ocurrió en realidad, o sólo se trató de un gran montaje mediático; el hecho de que en los siguientes 50 años no hayan ocurrido otros eventos significativos en cuanto a la exploración (apropiación y explotación) de la Luna, alimenta tales dudas.
Lo que si sucede 50 años después del alunizaje y 30 años después de la caída de la URSS (el 26 de diciembre de 2021 se cumplieron tres décadas), es que las tensiones geopolíticas no han terminado. Creyeron derrotado para siempre el socialismo y el comunismo con la caída de la URSS y del muro de Berlín, pero se enfrentan a un nuevo gigante como la China (con toda la polémica que puede haber sobre la definición de la China como un estado socialista ortodoxo o capitalismo de estado), o a robustos aunque pequeños desafíos como los de Corea del Norte, Vietnam o Cuba. Incluso miran con recelo a la Rusia de Putin, que no acaba de alinearse con el capitalismo central y donde a más de la posición oficial muchas veces contrahegemónica, se reconstruye un poderoso movimiento de resistencia al capitalismo, al igual que en todas partes del mundo, incluidos los procesos latinoamericanos, de Medio Oriente y aquellos que ocurren en el propio corazón del imperio norteamericano y en Europa.
Los recelos hacia China son enormes. Estados Unidos, Europa, Japón, Corea del Sur y demás potencias capitalistas, compiten ya no con una tecnología de segunda categoría y sin sustentabilidad. China ha demostrado tener la capacidad para ponerse en la punta en tecnologías de telecomunicación (como la quinta generación de redes móviles, 5G), desarrolla misiones espaciales audaces o armamentos con tecnologías que occidente no alcanza a comprender ni a competir (“misiles hipersónicos” en los que China y Rusia están a la cabeza).
En estas circunstancias, no es de sorprenderse que Estados Unidos y Occidente vean cada vez con mayor recelo a China y traten de asestarle golpes reales o simbólicos, para procurar detener su avasallador crecimiento e influencia mundial.
No solo se trata de un grotesco Trump tratando de endilgar la epidemia de Covid-19 a la “irresponsabilidad” china, de paso atacando a organismos de Naciones Unidas como la Organización Mundial de la Salud, que los mismos Estados Unidos ayudaron a crear después de la segunda guerra mundial. Si no que ahora es un demócrata como Biden, aparentemente bonachón, quien alimenta esta nueva guerra en marcha.
Pero la situación se vuelve aún más compleja con el conflicto en Ucrania, que enfrenta a USA y a la OTAN contra Rusia. Abriéndose un segundo gran frente para los países de occidente liderados por Estados Unidos. ¿Podría desencadenar en una real tercera guerra mundial, que sería el fin de la humanidad y del Planeta Tierra, tal cual hoy lo conocemos?
No solo se trata de un grotesco Trump tratando de endilgar la epidemia de Covid-19 a la “irresponsabilidad” china, de paso atacando a organismos de Naciones Unidas como la Organización Mundial de la Salud, que los mismos Estados Unidos ayudaron a crear después de la segunda guerra mundial. Si no que ahora es un demócrata como Biden, aparentemente bonachón, quien alimenta esta nueva guerra EN MARCHA.
*Hugo Noboa Cruz, médico salubrista y activista de derechos humanos.
Es cierto que Putin fue quien apreto el gatillo y por eso es claramente culpable de esta guerra. Pero culparle solo a el es una ingenuidad. Hay que ver quien gana y quien pierde con esta guerra. Claramente Rusia y especialmente su pueblo pierden y Ucrania y su pueblo y pierden tambien los pueblos de Europa y especialmente de Alemania y Europa Central cuando suban los precios de la energia en plano invierno y en menor medida los pueblos de Europa Occidental. Pierden tambien los pueblos del resto del mundo por la subida de los precios del petroleo y la inflacion mundial y el incremento de los precios del trigo y otros alimentos. Pero seguro que alguien que si gana y es el complejo militar-industrial estadounidense que fue el que empujo a Putin a la guerra a traves de Biden y la OTAN. La venta de armas aumentara y los lideres del complejo militar industrial estan brindando con champan su triunfo y no lo digo solo yo sino ya lo dijo la muy inteligente y lucida representante democrata en Estados Unidos Tulsi Gabbard, ex pre-candidata presidencial en el 2020.