22 de mayo 2016
Hoy me desperté medio asustado. Soñaba que los Alfaros, no los hijos de Don Eloy, sino aquellos jóvenes universitarios que en la época de Febres Cordero inspiraron a muchos en la lucha contra un régimen que daba garrote, perseguía a los “terroristas”, azuzaba a los medios de comunicación, cerraba Cortes… y un largo etc.; se reunían alrededor de unos traguitos y una musiquita inspiradora, como los Quilapayún, Víctor Jara, la Meche; a conversar de la vida, a evaluar los logros revolucionarios de estos tiempos, a ver si ya hemos llegado al socialismo o falta un poquito. O si ya la Patria es de todos o solo de algunos.
Todos ellos enojados de ver que las cosas no andan tan bien, después de darse cuenta que a unos diez les atraparon dizque craneando la forma de tumbar al gobierno; o que a otros guambras como los del Central Técnico, Mejía, Montúfar, por revoltosos casi les obligan a ir de rodillas desde su colegio, con látigo en mano, dándose en la espalda y pidiendo perdón por todos los pecados cometidos y jurando nunca más coger una piedra, ni alzar la voz, ni la mirada, ni tener malos pensamientos, prometiendo que si lo vuelven a hacer se irán lejos, pero muy lejos para no contaminar a los corazones que arden, pero no de coraje si no de alegría.
Las horas pasaban y ya el ambiente se volvió tenso. Ya no evaluaban, sino que estaban furiosos de tantas tonteras que según ellos habían permitido. Uno ya medio entonadito se paró y les gritó a todos. – “Compañeros, cómo es posible que nosotros sigamos haciendo revolución con carros del estado, viáticos y chofer a la puerta”. Otro de ellos, que era el que servía las copas, los miró, suspiró y comentó casi susurrando – “Yo ya no aguanto, a mí me da vergüenza defender tanta pendejada, ¿cómo es posible que a unos manes les metan juicio por no estar de acuerdo con las mineras?”.
Otro que estaba parado en la esquina solo les miraba y movía la cabeza. Todos querían hablar, pero ya ni se les entendía; aunque se notaba que su enojo iba en aumento. Cuando avanzó la noche, un par lloraba, ahí estaban abrazados, temblando sólo de pensar que si hoy en día se les ocurriera hacer lo mismo que en los ochentas y noventas… ya no estarían para contarlo, hace fu que estarían encerrados o fuera del país. Pero no es lo mismo – consoló alguien – estamos en otra época, hay que ubicarse en el contexto.
Al fin, el que estaba parado en el rincón habló y todos se callaron. Traidores les gritó, enemigos del pueblo, les dijo. No son más que unos mal agradecidos, en este gobierno les hemos hecho estatuas, les hemos dado cargos, se han ido acompañando a las comitivas oficiales; hasta juicio a las Fuerzas Armadas les estamos siguiendo y ahora resulta que nos están cuestionando. No se dan cuenta que con sus criterios le hacen el juego a la oligarquía, que si siguen en estas cosas regresará la partidocracia, que es mejor malo conocido que bueno por conocer, que si nos equivocamos siempre es de buena fe, ya basta compañeros. Lo que ustedes han dicho no resiste el mínimo análisis.
Y así prosiguió por tres horas, sin parar. Les dijo de todo, no les quedo ganas ni de ponerse de pie, ni de seguir en la chuma porque el chuchaqui psicológico había llegado de una. Y cuando terminó su intervención, se puso de pie y se marchó. Todos le levantaron y fueron tras él para pedirle que no se vaya, que siga iluminando no solo sus caminos sino el de todos. De pronto escucharon unas sirenas y todos se aterraron, trataron de esconderse, salir por las ventanas, huir…
Yo por suerte, ese ratito me desperté. El sonido del tráfico quiteño me hizo abrir los ojos y antes todo volvió a la normalidad… seguíamos siendo el país que habíamos soñado.