Junio 2014
El Presidente Rafael Correa es especialista en clasificaciones. En la sabatina Nº 375 del 31 de mayo, acaba de referirse nuevamente a los “ecologistas infantiles” (el “izquierdismo infantil”) que se oponen a explotar la riqueza de la Amazonía, necesaria para el progreso del país y para enfrentar la pobreza y promete “desarrollar una minería social y ambientalmente responsable”.
Podemos encontrar otros “tipos ideales” de ecologistas: los “ambientalistas”, que pueden realizar cálculos sofisticados del costo-beneficio del “medio ambiente”, convertir a la naturaleza en mercancía como “servicios ambientales”, ponerle precio al CO2 y negociar el calentamiento global. Con ello, abren el mercado de la buena conciencia del capital que puede comprar compensaciones ante el daño al “medio ambiente” y organizar proyectos como “socio bosque”.
Hasta el 15 de agosto del 2013 en que el Presidente anunció-ordenó la explotación del Yasuní-ITT, bajo el argumento de que “necesitamos nuestros recursos naturales para superar la pobreza y la miseria”, la mayoría de Alianza País pertenecía a esta categoría. Apoyaban el Plan A de la Iniciativa Yasuní: dejar el crudo represado en el subsuelo a cambio de una compensación del 50% que dejaría de percibir el Estado ecuatoriano, entregado por la sociedad nacional e internacional. El precio de la renuncia permitía una salida adecuada: en el negocio ambiental todos salían ganando.
La maquinaria propagandística y diplomática trabajó intensamente para posicionar la Iniciativa, como el proyecto emblemático del Ecuador. En medio de los viajes y los cocteles seguramente algunos se convencieron de la bondad del Plan A.
Pero pronto apareció la verdad. El Plan B nunca fue abandonado. Y la metamorfosis se produjo a partir del anuncio del Presidente. Se generalizó la categoría más peligrosa: los “ecologistas cínicos”. Se trata de antiguos ecologistas, arrepentidos por orden superior: justifican ahora la explotación del Yasuní-ITT, invocando la salvación de la tecnologías “limpias”; el nuevo slogan es: el 1 por mil. El progreso es la boya de las conciencias arrepentidas.
En nombre del progreso y del combate a la pobreza se abre el camino a la destrucción de la Madre-tierra y de sus hijos. La vida de los pueblos en aislamiento voluntario es un recuerdo molesto; hay que crear mapas para demostrar que ya no están en el 1 por mil. Y empieza una historia trágica: el enfrentamiento de los pueblos acorralados, los Wao contra los Tagaeri-Taromenane, el juicio y el encarcelamiento, mientras el capital sigue libre.
El cinismo nace del conocimiento. Los ecologistas “cínicos” conocen el mal, muchos militaron en movimientos ambientalistas, saben lo que va a pasar, pero a pesar de ello buscan argumentos para acallar su conciencia. Regresan la mirada a la imagen y se creen aún ecologistas porque usan una camiseta verde-flex.
“La perfección de los medios de producción provoca fatalmente el camuflaje de las técnicas de explotación del hombre, y por consiguiente de las formas de racismo.” (Franz Fanon) Tras el 1 por mil, los cínicos pueden proclamar, como los antiguos conquistadores, que los Wao, los Tagaeri-Taromenane no tienen alma.
La Amazonía tiene una larga historia de conquista y reconquista. Vinieron los españoles en búsqueda del “reino del oro y la canela”. Se sucedieron oleadas de nuevos conquistadores, tras el caucho, la madera, el petróleo. La Amazonía sigue siendo vista como un “mito”, como un territorio vacío que puede ser ocupado por el progreso, como fuente de recursos naturales, mientras los pueblos que quieren seguir viviendo con la selva son vistos como un estorbo y los defensores de la Madre-Tierra como terroristas.
Y sin embargo, en los claros de la Amazonía y de otros territorios persisten los pueblos originarios en vivir con la Madre-Naturaleza, persisten los Sarayacus, las Comunidades de Intag, de Kimsakocha, para decirnos no sólo que otro mundo es posible, sino que otro mundo ya es real; a pesar de la voracidad y el cinismo de los nuevos conquistadores. “Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren (de la historia)” (Walter Benjamin); el freno al huracán incontenible del progreso.