Pocos días antes de que el presidente Hugo Chávez iniciara su primera visita oficial a Ecuador, uno de sus edecanes, acompañado de un amigo común, vino a nuestra casa, que está situada frente a la Escuela República de Venezuela. Nos informaron que el presidente iba a concurrir a ese establecimiento para entregar algunas computadoras destinadas al aprendizaje de los niños. Nos pidieron que mientras durara la visita mantuviéramos abierta la puerta de calle por acaso el mandatario quisiera descansar, y también que permitiéramos que un can de la escolta oficial recorriera la casa para un control de rigor. Accedimos de buen grado a ambos pedidos, pero cuando se dio la inspección nos sorprendió el reducido tamaño del perrito que la hizo. Habíamos imaginado un enorme perro detective. El pequeño policía, por su cuenta, subió y bajó escaleras, entró y salió de las habitaciones, rondó por el jardín y, en señal de aprobación, meneó la colita alegremente. Habíamos preguntado al edecán si se podía brindarle algo al presidente y nos contestó que sí, que con gusto Chávez se serviría una taza de café con bizcochos. Para el día de la visita hicimos provisión de bizcochos de Cayambe y preparamos una gran olla de café.
Como a las tres de tarde comenzó a llegar a la Escuela un río de gente deseosa de ver al líder revolucionario. La casa se llenó de amigos, partidarios, curiosos, parientes y hasta un diplomático de carrera, que se mantenía de incógnito. Pasaron tres horas y el visitante no llegaba. A eso de las seis, precedido por un barullo de sirenas y de pitos apareció el presidente Chávez. Se abrieron las puertas de la Escuela y todos los que pudimos entramos en tropel. Los niños, desde las gradas de la cancha, le cantaron en coro Alma Llanera y el Toro Barroso, y él les recitó unos versos de Martí: “Cultivo una rosa blanca / En Julio como en enero / Para el amigo sincero / Que me da su mano franca…” Luego hizo la entrega de las computadoras y, dirigiéndose a los niños, dijo: -El mundo es ancho, pero no es ajeno. Llegó el momento de las fotos y accedió a posar con todos los que quisieron tener un recuerdo suyo, pero se disculpó por no poder tomar el café con bizcochos, pues tenía que cumplir con otros compromisos. Prometió volver en otra ocasión y sonriente partió en el carro en el que había llegado.
Entre la multitud que se había congregado había cantantes, gente de teatro, obreros, artistas, hombres y mujeres de toda condición. Se distinguían por sus ponchos y sombreros los dirigentes de la Conaie. Todos fueron convidados a servirse cuanto café quisieran. Cantamos y bailamos a los acordes de la guitarra y las canciones de Jaime Guevara. Como no había quien más se comidiera, el diplomático hizo las veces de mesero y sirvió el café con bizcochos. El presidente Chávez no pudo participar del improvisado festejo, pero nos quedó a todos la sensación de que la democracia es alegre y contagiosa.
*Filóloga