Siempre es temporada de elecciones. ¡Ah, qué maravillosa es la “democracia”! Bueno… de hecho, no lo es. Como todas las formas de gobierno, se da por la fuerza. Quiero decir que existen mecanismos legítimos preestablecidos, que nos obligan a aceptar y obedecer a “autoridades” y leyes simplemente porque la mayoría está de acuerdo. El más conocido y aceptado es el de la votación directa: en teoría, se elige –o se debería elegir- lo óptimo, y los resultados son aceptados porque ha triunfado la “democracia”. Pero, ¿qué pasaría si se votara por lo inservible y maligno, como la corrupción? ¿Eso haría que fuese válida? ¡Claro que no!
Esta es la razón por la que muchas personas no votan y eligen luchar contra el gobierno y el sistema. Para ellas, optar por cualquier rostro que aparezca en la papeleta sería apoyar la corrupción y convertirse en cómplice: afirman que votar legitima a cualquiera que triunfe, y que los ganadores se amparan en el nombre de la “democracia” para hacer –o deshacer- lo que les venga en gana.
Luchar contra el sistema desde dentro es una dura tarea. Y no necesariamente funciona, dado que el sistema aplica mucha presión sobre nosotros para que participemos de la “democracia” y sus procesos. Entonces, ¿votar en estos casos puede ser aceptable? ¿Por qué o quién se justifica votar? Mientras se vote en contra del uso ilegítimo de la fuerza o el mal ejercicio del poder, no habría razón para no hacerlo.
Pero, si elegimos votar por personas o binomios partidistas que busquen espacios de poder, deberíamos preferir gente capaz, íntegra y equilibrada en todo sentido. Luego, si nuestra opción gana, debemos seguir luchando para evitar que intente usar su poder en favor de sus propios de intereses y en contra de las legítimas garantías que exige una sociedad.
Sin embargo, por mucho que el argumento sea en parte válido, nuestros votos realmente no marcarán la diferencia. El ejercicio “democrático” del voto sentará en el trono a los menos indicados, y estos harán lo que marquen sus agendas de interés partidista y de negocios. El sistema continuará implacable rigiendo la vida de todos, y la gente seguirá pensando que la democracia funciona solo porque votaron más personas y que la mayoría ganó.
Por eso, yo sí voto, pero en contra. En contra de quienes gobiernan y usan la fuerza, su influencia y su poder para controlarnos y subyugarnos cada día más.
El ejercicio “democrático” del voto sentará en el trono a los menos indicados, y estos harán lo que marquen sus agendas de interés partidista y de negocios. El sistema continuará implacable rigiendo la vida de todos, y la gente seguirá pensando que la democracia funciona solo porque votaron más personas y que la mayoría ganó.
–César R. Espín León
*César R. Espín es geógrafo por Indiana University y master en Relaciones Internacionales por Universidad Nacional de Costa Rica. Actualmente Académico investigador Universitario Ecotec University, escritor y fotógrafo documentalista.