13.5 C
Quito
sábado, abril 19, 2025

Sin amilanarse

Donde aún habita la izquierda

Por Yania Enríquez

Cuando era niña, mi papá solía decirme frente a cualquier adversidad: “sin amilanarse”. No entendía del todo lo que significaba, pero lo repetía como un conjuro. Hoy sé que esas palabras tenían una fuerza secreta: la autonomía de seguir caminando con la cabeza en alto, con la dignidad intacta. Porque “sin amilanarse” no era un lema de autoayuda, sino una forma de no pactar con quienes nos vencen. De no doblegarse frente a las injusticias, de no retroceder ante la pobreza, de mirar de frente a la violencia, sobre todo esa violencia estructural que ejercen los ricos sobre los pobres.

Mi papá también me decía que había que comer todo y agradecer, porque podrían venir tiempos difíciles. Pero incluso entonces, había que resistir. Sin amilanarse. No supe qué era la izquierda hasta mucho después, pero los cimientos me los aprendí de memoria: la colectividad, el repartir a todos por igual, el ideal de que no haya niños sin derecho a jugar ni estudiar. La certeza de que todos sin excepción deberíamos tenerlo todo.

Ayer, sin embargo, ganó la derecha más recalcitrante, aunque en la segunda vuelta electoral no hubo una verdadera representación de la izquierda. Lo que tuvimos fue una derecha feroz contra un progresismo burgués, que hablaba con el lenguaje de los derechos pero que no desmantelaba ninguna de las estructuras de poder que sostienen la desigualdad, de hecho en algunos casos la replicaba.  Votamos algunos no porque nos sintiéramos representados, sino porque entre dos males siempre parece que queda elegir el menos corrosivo, pero lejos de sentir tristeza, como sería legítimo, me detengo a pensar.

“Es inentendible que aún haya quienes creen que la izquierda estuvo realmente representada por la Revolución Ciudadana”

¿Hoy el país duele? Sí, porque se reafirma un modelo que no propone nada nuevo ni liberador, sino la más brutal del necroliberalismo que históricamente nos ha dejado más empobrecidos, más fragmentados, más solos.

Y frente a eso, la izquierda ¿Qué? No en las urnas, sino en su razón de ser. Se diluye entre siglas, egos y nostalgias mal resueltas. Se pierde en una guerra de símbolos vacíos donde criticar es casi un sacrilegio, y pensar diferente es sinónimo de traición.

Es inentendible que aún haya quienes creen que la izquierda estuvo realmente representada por la Revolución Ciudadana. También resulta básico reducir todo análisis político en el país a una simple dicotomía: correísmo vs. anticorreísmo.

Votamos por Luisa González por descarte, no por convicción. No porque creyéramos que encarnaba un proyecto verdaderamente transformador, sino porque sabíamos que, al menos, permitiría jugar con reglas menos violentas y un marco más amplio de discusión. Porque, aunque la democracia no resuelve los problemas estructurales, sí define el tablero desde donde podemos seguir luchando. Y también porque hacerse el loco o apostar por el voto nulo, en este contexto, se convertía en un privilegio de clase. Lo que para algunos puede parecer lo mismo en términos ideológicos, para otros significaba la diferencia entre tener o no acceso a inversión pública, entre ser o no criminalizados, entre ser o no racializados por su pobreza. Y eso no es nada menor, es un abismo de diferencia. Pero hoy, como si viviéramos en una fábula del impostor en una de esas perversas narrativas donde la víctima termina siendo culpable se responsabiliza a la izquierda de todo, mientras el neoliberalismo se presenta como salvación moderna y eficiente y tampoco es así

En este escenario urge defender la crítica sí, pero no como odio ni como pose intelectual, sino como principio político. Porque la crítica es el alma misma de la izquierda. Sin cuestionamiento no hay conciencia, y sin conciencia no hay transformación. Hoy, sin embargo, parece que solo se toleran dos tipos de crítica: la que insulta desde el cinismo o la que pontifica desde la torre académica. ¿Y la otra? ¿La crítica que nace desde la entraña, desde la historia, desde el compromiso popular? Esa, tristemente, ha sido silenciada.

Hay que trabajar en lo profundo. En que la ama de casa, el obrero, el campesino, el joven sin oportunidades, entiendan lo que significa tener conciencia de clase. En mostrar sin tecnicismos, sin adornos cómo los sectores privilegiados se han quedado siempre con la tajada más grande. Y cómo la política, cuando no está del lado del pueblo, es la causa de las mayores catástrofes mundiales como el hambre.

No basta con callar. No basta con la neutralidad ni con ese pacifismo de papel que tanto le conviene al poder. Porque la izquierda la que incomoda, la que raspa, la que rompe no nació para agradar. Nació para señalar lo que está mal. Y sin esa capacidad de incomodidad radical, ¿qué nos queda? ¿Solo el silencio?

Esto no va de rendirse. Va de reorganizarse. De volver a mirar a los ojos de la gente. De entender que el verdadero poder no se juega en una papeleta cada cuatro años, sino en la calle, en la olla común, en la huelga, en la toma del espacio público, en los cuerpos que resisten. No es momento de amilanarse. Es momento de recordar que la historia no la cambian los votos aislados, sino los pueblos movilizados. Porque mientras haya injusticia, habrá lucha. Porque la izquierda nunca se ha limitado a un proceso electoral, ni ha cabido en una papeleta. Hay que construirla desde el resurgir de lo colectivo, para que sea siempre la piedra angular en la que tropiece el neoliberalismo cada vez que quiera avanzar sin resistencia. Hay que derribar también esos discursos de “éxito” que nos empujan al individualismo, que nos vuelven fragmentados, nimios, autosuficientes en apariencia, pero aislados en el fondo.

La izquierda no ha perdido nada, porque ningún margen electoral define la lucha que se vive en la cotidianidad. Y no ha perdido tampoco porque, en esta elección de segunda vuelta, no hubo un partido que la representara. La izquierda está donde siempre ha estado: en la calle, en la olla común, en el abrazo solidario, en la rabia que organiza, en la ternura que subleva.

“Sin amilanarse. Porque la lucha se hace a mano y sin permiso”

– Yania Enríquez

lalineadefuego
lalineadefuego
PENSAMIENTO CRÍTICO
- Advertisement -spot_img

Más artículos

Deja un comentario

- Advertisement -spot_img

Lo más reciente