Después del levantamiento de octubre, el movimiento indígena se ha convertido en monedita de oro electoral. El que menos quiere arrimarse a la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) o a Pachacutik para conseguir una candidatura. Poco importa la fuerza social demostrada en octubre o el potencial del proyecto plurinacional, o los cuestionamientos concretos a las viejas formas de poder o los eventuales cambios civilizatorios que subyacen a las luchas indígenas. Como tantas otras veces en el pasado, la política termina desleída en las urnas.
En el fondo, la centenaria estrategia colonizadora subsiste. Como el agua de la montaña, es capaz de permear hasta la roca más maciza. Únicamente se adecúa, se actualiza, se mimetiza en función de los nuevos requerimientos de la modernidad. El mundo indígena tiene que ser destruido, absorbido o asimilado para dar vía libre a la expansión capitalista. Durante trece años el populismo verde-flex ha perseguido este objetivo, cobijado bajo una retórica garantista y progresista que nunca alcanzó a disimular la ofensiva extractivista de las trasnacionales.
Los procesos electorales constituyen un exitoso instrumento para debilitar o fraccionar a las organizaciones sociales. Aunque suene a perogrullada, hay que recordarlo. Cada vez que la política llega con fuerza al espacio público, las élites se encargan de formalizarla, de integrarla a los circuitos de la institucionalidad. La Gloriosa de 1944 terminó diluida en la demagogia velasquista; el levantamiento indígena de 1990 permutó en una serie de organismos estatales creados ad-hoc; octubre puede desintegrarse con los comicios de 2021.
Solamente en esta lógica puede entenderse la última movida de la excanciller María Fernanda Espinosa. La carta de la Conaie respaldando su candidatura a la dirección de la Organización de Estados Americanos (OEA) parece más bien un guiño electoral interno antes que una iniciativa internacional. Si consideramos que la elección del Secretario General de la OEA es un asunto que compete estrictamente a los Estados, poco puede hacer una organización indígena para incidir en ese proceso. En cambio, sí puede generar grandes expectativas en el ámbito político nacional.
En su vertiginoso ascenso burocrático, la señora Espinosa realizó varias acciones reñidas con la ética. Por ejemplo, haber utilizado recursos del Estado para promover su candidatura personal a la Asamblea de Naciones Unidas o promover su actual candidatura a la OEA sin tener el respaldo de su propio país. Con esos antecedentes, no sorprende que hoy promueva una iniciativa que podría provocar un cisma en el movimiento indígena. Todo vale si de llegar se trata.
Desde la óptica correísta/morenista que inspira sus acciones, la excanciller está a tono con la estrategia para debilitar a las organizaciones sociales, al movimiento indígena en particular. No solo hay que neutralizar cualquier resistencia al capitalismo, como ocurrió durante el correato; hoy toca evitar cualquier reacción popular frente a las brutales políticas anticrisis del gobierno. Si se considera que ella fue un importante pilar de la ofensiva contra el movimiento indígena de la última década, la Conaie debería tener mucho cuidado con las lisonjas que hoy reparte.
“Desde la óptica correísta/morenista que inspira sus acciones, la excanciller está a tono con la estrategia para debilitar a las organizaciones sociales, al movimiento indígena en particular. No solo hay que neutralizar cualquier resistencia al capitalismo, como ocurrió durante el correato; hoy toca evitar cualquier reacción popular frente a las brutales políticas anticrisis del gobierno”.
*Máster en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo.