Por Alfredo Espinosa Rodríguez*
La crisis económica, sanitaria y social del país nos encamina a reflexionar sobre el papel de las universidades privadas de cara a una problemática ineludible. Las economías familiares de sus estudiantes están agonizando.
Para algunas autoridades la solución pasa por la indolencia. Reducción cero a las matrículas. ¿Todo sigue igual? El país y el mundo dicen que no, el capitalismo tampoco. Sin embargo, ellos consideran que no ocurre nada. ¿Cuántos alumnos se conectarán a las aulas y clases virtuales? ¡Eso no importa, uno o dos bastan incluso para graduarse, mientras los demás pueden esperar un semestre o una década hasta que todo vuelva a la relativa normalidad!
¿Esto perjudica solo a los estudiantes? De ninguna manera, los sueldos de los docentes y trabajadores se pagan con la plata de las matrículas de los alumnos, a las que se agregan los gastos en los que incurren en cada semestre de su vida académica. ¡Este, señoras y señores, es un perjuicio en cadena! De nada sirve que al tenor de la indolencia uno o dos estudiantes avalen el statu quo porque esa acción es una afrenta a la realidad nacional. La de los negocios cerrados, despidos intempestivos y encarecimiento del costo de la vida. Una representación estudiantil elegida por votación, aunque equivocada en el argumento de no reducir los costos de las matrículas, tendría un ápice más de legitimidad que el de agenciosos desconocidos que responden al mero chasquido de dedos de quien los invitó a dignificarse en un cogobierno de fantasía. ¡Los esquiroles inconmovibles nunca faltan!
Pero hay una “solución”. La “panacea” es nada más y nada menos que perfeccionar el viejo arte de las facilidades de pago. Como si la Universidad, aunque privada, fuera un banco, cooperativa o caja de préstamos. Modalidad refinada de chulco para que “los alumnos no dejen de estudiar” y se endeuden. ¿Quiénes deseen aceptar esta propuesta indecorosa cómo pagarán sus cuotas? Ni siquiera buena parte de los que fueron a estudiar a Europa y Estados Unidos hace una década pueden cancelar todavía sus créditos educativos y en el contexto de esta crisis – posiblemente – tampoco lo hagan.
¡Están sometiendo a la Universidad con la camisa de fuerza impuesta por los dictámenes ortodoxos del mercantilismo más burdo!
Aunque nos cueste creerlo, existe una apatía hacia la vida de la comunidad universitaria en todo su conjunto. Pese a que esta no es la regla general de la educación privada del país, sí es la tónica de algunas casas de estudio que al parecer no conciben a la academia como un centro de encuentro, producción y problematización de saberes que generan un horizonte de sentido por el cual transitan conocimientos heterogéneos que están llamados hoy, más que nunca, a trastocar nuestras estructuras institucionales y esquemas de pensamiento para replantearnos como sociedad y como nación.
¿Se han preocupado al menos de hacer a través de sus departamentos de bienestar estudiantil una evaluación o estudio de la condición socioeconómica de cada estudiante antes de esgrimir un tajante no a la rebaja de matrículas? ¿Han promovido espacios de verdadero diálogo entre diversos actores de academia? La respuesta a la primera pregunta es sencilla. ¡Nadie lo sabe! ¡No lo anuncian! ¡Ni les interesa! En cuanto a la segunda, asistir a una reunión por zoom, hacer una captura de pantalla de la misma o grabarla para luego decir que estuvieron todas las partes implicadas, no es más que un engaño bien montado.
¡Dialogar no solo significa escuchar, sino también ser escuchado! Llegar a consensos y concertar. ¡Dialogar y concertar es de demócratas! Pero no todos tienen esa estirpe. Por ello, la Comisión de Educación de la Asamblea Nacional, el Consejo de Educación Superior – CES, el periodismo de investigación y la opinión pública no pueden pasar por alto esta situación. Su rol es fundamental para evitar que se vulneren los derechos de los estudiantes.
¡Bien por aquellas universidades privadas y sus autoridades, que pensando en la crisis nacional y en su impacto en la economía de los integrantes de la comunidad académica, optaron por acordar con los estudiantes una rebaja en los costos de matrículas y aranceles! Simplemente no coartaron el derecho a la educación.
“Aunque nos cueste creerlo, existe una apatía hacia la vida de la comunidad universitaria en todo su conjunto. Pese a que esta no es la regla general de la educación privada del país, sí es la tónica de algunas casas de estudio que al parecer no conciben a la academia como un centro de encuentro, producción y problematización de saberes”.
*Magíster en Estudios Latinoamericanos, mención Política y Cultura. Licenciado en Comunicación Social. Analista en temas de comunicación y política.