Michel Foucault refiere como biopoder a la práctica del Estado en uso de diversas técnicas para subyugar cuerpos y controlar poblaciones. Biopoder y biopolítica, inapelables partes del discurso de la globalización que nunca antes fueron tan vigentes como con la pandemia del covid-19.
La soberanía del cuerpo individual es nada, la interlocución casi una mísera concesión de los gobernantes que se hacen más gobernantes con militares, conductas y escasas razones, realidad que integra e interpreta la emergencia dándole categoría para navegar en los mares de la modernidad con expresiones digitales, tan veloces como la misma epidemia “tecnología de poder”.
El individuo en la pandemia admite que el Estado es el único soberano y que la vida es posibilidad mínima. Así, la época de la vulnerabilidad nos dice que la política funciona en simetría con la excepción. Se vive en la excepción y la emergencia deviene en norma. El poder a su favor tiene la peste para su vocación represiva, pero se enfrenta a un monstruo en la pugna y solo el biopoder humano tiene sensaciones y miedos. Quien domina sin miedo pierde poder, por tanto los gobernantes trasladan el miedo que también les llega a la sociedad civil, de lo contrario no habría biopoder ni biopolítica.
El capital controla fuerza productiva y sujeto productivo, sufre daños terribles con la dramática epidemia que hace gemir a pueblos e inversionistas. Los capitalistas incapaces de procesar mea culpas hacen frágiles sus misericordias porque nuevas ganancias esperan en el manejo de los insumos y herramientas para contener la peste.
“El absurdo surge de la confrontación entre la búsqueda del ser humano y el silencio irracional del mundo”.
Albert Camus
También la epidemiología es tecnología biopolítica porque funcionaliza el discurso médico sanitario y lo acomoda para que trascurra la racionalización del Estado que es quien normaliza prácticas y califica lo higiénico conveniente, dispositivos de vigilancia y control del cuerpo social. La vigilancia epidemiológica entra en uso de poder. En la epidemia en curso hay pleno ejercicio de dominación en el marco de un nuevo proceso de colonización que pone en vigencia la intervención estatal internacional. Penetran del centro a la aldea global imponiendo una racionalidad que no admite debate ni pluralidad. Sistemas de administración biopolíticos todos, repiten al unísono lo que el gobierno sanitario mundial recomienda.
La contabilidad de enfermos y muertos, función epidemiológica, posibilita pensar que indicadores biopolíticos rediseñan que bio-regulan la salud poblacional y el tamaño del tiempo vital. Así, es lícito sospechar de la inefectiva protección a los ancianos o de la minimización de sus muertos, hace rato que los economistas de Occidente y el fondo monetario repiten que la gente está viviendo mucho. La visión económica malthuseriana ve necesaria la reducción de la población adulta mayor, la epidemia será menos dolorosa para la economia sin ellos. Si así fuese, esto estaría asociada a prácticas genocidas.
Foucault tiene razón en considerar que en la biopolítica la característica principal es la eficacia y generación de nueva forma de vida, en este caso, más productiva y menos costosa. Los genocidios son tan antiguos como las epidemias, por ello desde el concepto de “biopoder” podríamos argumentar que ahora se presenta con diversas tecnologías para potenciar o para reorientar la pirámide poblacional.
El biopoder encaramado sobre ciencia y tecnología en uso del discurso epidemia convierte el relato dominador en justificación de toda intervención gubernamental, una invasión totalitaria antes insospechada. En coherencia con ello, se puede sostener que la acción institucional genera una administración de la vida y de quien debe vivir. Alejamiento es la palabra clave que separa los cuerpos por su bien y las fuentes de la enfermedad son los semejantes. El Estado se reserva la capacidad para decretar cuarentenas y cordones sanitarios, las ideas liberales quiebran y repiten en completo desorden lo que hacen los estados socialistas. Pero los gobiernos comunistas, decente es reconocerlo, ejecutan un biopoder efectivo donde es la vida la que hace poder y no a la inversa
Una verdad que duele, los desórdenes acompañan a las epidemias y lo que preocupa a muchos gobernantes es el desorden y no la epidemia. Creyendo o haciéndole creer a todo el mundo que el contagio es fruto de la desobediencia. Así las cosas, el biopoder asoma hasta en quienes se confesaban libertarios.
La sociedad occidental, con sanadores que buscaron siempre al buen paciente, al obediente, al consumidor de fármacos y otras prescripciones, es una sociedad que no busca apoyar, aconsejar o acompañar, es una sociedad que hace efectiva la microfísica dominante aplicada a la clínica médica y la epidemiología, en esta microfísica que ya no lo es, cuando ocurre la pandemia es una microfísica de biopoder.
El poder político y el poder fármaco-médico en alianza hacen biopolítica teniendo como herramienta instrumentos para causar miedo, porque sin miedo no hay obediencia y en la situación de obediencia se construyen o constituyen los creyentes. Por ello es significativo en esta pandemia ver como reverdecen las oraciones, las plegarias, la anti ciencia, la construcción de mitos, al punto que todo se disloca porque con tanta creencia individual nace otra desobediencia civil; caótica y más propicia a la catástrofe.
El mundo Oriental, (Cuba se incluye) destaca por sus grandes Estados vigilantes, que empecinados en la prédica humanista se esmeran por cumplirla. Tampoco ellos renuncian al ejercicio de poder, incluso lo enfatizan, pero lo modifican en su contenido al sostenerlo en la idea de lo colectivo. Es otra fundamentación, pues si el conjunto social asume no la obediencia sino la solidaridad como eje, cesa el ejercicio vertical y se construye una biopolítica que compromete al conjunto común, lo que hace innecesario para el efecto, el dominio policial al menos en las enfermedades colectivas. Se quiere decir con esto que en esas sociedades la epidemia, la contención y la conciencia limitan la represión.
A diferencia de las potencias occidentales, en las potencias orientales, China y Rusia, las medidas contra las epidemias tienen carácter obligatorio, una práctica que salva vidas con menos interface burocrática que en las democracias liberales. Las burocracias del Estado liberal ejercen más biopoder, pero se enferman más, salvan menos vidas y no dejan de aprovechar la oportunidad para las secuencias mercantiles. El biopoder de las corporaciones subordina a la biopolítica.
La medicina preventiva adquiere peso en un marco ordenado de asignación de recursos y racionalidad de consumo que definen prioridades, así, los objetivos obedecen a la planificación central, eso es posible en economías planificadas y no de libre mercado. Aterrizando en Ecuador, país con menos marco teórico en política que en salud pública, el poder fanfarronea y es, lo que podríamos calificarlo como empíricamente represivo una sub racionalidad donde los actores del biopoder repite esquemas emocionales, obedecen órdenes del poder mundial, desordenan la vigilancia de salud pública y todas las otras vigilancias. También los tecnócratas se apuntan a los requerimientos de la biopolítica ubicándose tanto en el eje gobernante como el eje mercantil farmacéutico. La biopolítica se traslada a discursos esquemáticos e importados que valoran en exceso los diagnósticos y los desconectan de los pronósticos por el alto grado de incertidumbre pero también por errores de observación del fenómeno epidémico.
Analicemos, el comportamiento global de la pandemia y su perfil nos dice que para tener éxito sería imperativo focalizar la atención clínica de socorro en la población en riesgo de muerte, así se salvarán más vidas y se evitaría el colapso de la organización sanitaria de respuesta. Nos dice también que la intervención comunitaria temprana es la única que puede generar autocuidado y solidaridad, pero en Ecuador conceptos de alarma temprana donde primero se presentó un protocolo de manejo de cadáveres antes que de intervención clínica o epidemiológica, se desordenó el sistema con la convocatoria al diagnóstico (sin tener incluso pruebas suficientes) y la población entro en pánico más angustiada en la probabilidad de la infección que en prácticas de protección.
Si se elige intensificar la modalidad diagnóstico y atención universal, no se estratifica el riesgo y las trabas para que ocurre son mayores ando como resultado, pánico, congestión y hacinamiento hospitalario. Los hospitales así dejan de ser factores de protección y se constituyen en factores de riesgo, en tanto la economía de los pobres llega a los límites de la hambruna.
Ecuador supera en casos per cápita a todos los países de Latinoamérica y expone al mundo que pese a la inversión creciente en salud el sistema es deficiente como también el país demuestra su falta de liderazgo, consensos y solidaridad, es decir, estamos en la fase de biopoder para principiantes.
“Lo que preocupa a muchos gobernantes es el desorden y no la epidemia. Creyendo o haciéndole creer a todo el mundo que el contagio es fruto de la desobediencia. Así las cosas, el biopoder asoma hasta en quienes se confesaban libertarios”.
*Doctor en epidemiología, máster y especialista en salud pública y catedrático de posgrado.