Por Alfredo Espinosa Rodríguez*
La nueva normalidad ha revelado como fatalidad perpetua el descalabro del Estado y sus instituciones, muchas de ellas fallidas, a causa de patologías sociales como la corrupción, que a diario hace noticia en el país, por ser usada como modelo de gestión de las élites políticas.
Sin embargo, estas revelaciones no han sido suficientes para provocar escenarios de ruptura con lo que aborrecemos del pasado. Es así que la pandemia visibiliza y personifica aquellos conceptos como la corrupción, que reposa únicamente en la lingüística de nuestros juicios de valor; pero no llega a impulsar una crisis sistémica que viabilice la posibilidad de construir “lo nuevo”, como una reinvención de carácter disruptivo que atente contra la pasiva naturalización de la impunidad estructural.
¿Será acaso porque los ciudadanos no ven la corrupción de las élites, sino solo perciben algunas de sus manifestaciones? Probablemente sí, pues no son testigos de cómo se fraguan los delitos en la administración del poder, aunque intuyan varias formas y señales de ello, no están presentes en las negociaciones para el reparto clientelar y el tráfico de influencias en la cosa pública, por ende, no pueden dar testimonio de algo que resulta in-visible, pese a estar en la cotidianidad. En este sentido, serán sus percepciones ancladas a los juicios de valor las que dictaminen si hay o no corrupción o, incluso, si creen o no que alguien es corrupto al ser calificado como tal. Esto hace que los ciudadanos pongan de manifiesto el “beneficio de la duda”, ya que la verdad –como sostenían los griegos – está ligada a la visualidad.
“No llega a impulsar una crisis sistémica que viabilice la posibilidad de construir “lo nuevo”, como una reinvención de carácter disruptivo que atente contra la pasiva naturalización de la impunidad estructural”.
— Alfredo Espinosa Rodríguez
La corrupción –más aun la que se gesta desde la élite política – es una patología social que no se muestra plenamente a los ciudadanos. Así por ejemplo, los políticos de los más diversos y confusos matices ideológicos se presentan a sus electores como adalides de transparencia y pulcritud que pugnan entre sí por posicionarse ante la opinión pública –sobre todo en campaña- como “salvadores de la patria”.
¿Cómo saber que tras esta presentación de la élite política no hay intereses creados o negociados ocultos? ¿Quién nos puede dar la certeza de que estas personas no son ni serán un reboot del hombre o la mujer del maletín? No basta con usar el sentido común para señalar y decir a viva voz que todos son corruptos por ser políticos. La problemática es mucho más compleja y no se ciñe a una mera acusación pedestre. Tampoco la ausencia de prácticas corruptas visibles puede dar lugar a la inexistencia de estas, pues lo oculto no necesariamente es lo inexistente, sino lo in-visible. Vale decir que así como las hojas de las plantas tienen un haz y un envés; las élites políticas exhiben una presentación formal ante la mirada de los ciudadanos, cuyo contraste –privado- se encuentra en la apresentación[1]. Un quehacer oculto y un modus operandi que ha salido a la luz gracias a las denuncias del periodismo de investigación.
Ahí están los casos del ex asambleísta Daniel Mendoza y del legislador Eliseo Azuero, el uno detenido y el otro escondido. Ambos embarcados en la travesía del tráfico de influencias y posiblemente beneficiarios de la compra de votos para salvar a quienes fueron llevados al banquillo de los acusados en la Comisión de Fiscalización del Parlamento.
¿Es acaso que esta dualidad entre in-visibilidad/visibilidad sobre la corrupción en el contexto de la nueva normalidad nos ha vuelto indolentes? ¿El autocontrol por el contagio ha desplazado nuestro sentimiento de indignación ante la ruindad de grupos gansteriles constituidos en la élite política del país? Esperar atónitos a que esto cambie no es la solución. Hay que seguir haciendo visible lo in-visible y no arrojarlo al cesto de lo inexistente.
“Vale decir que así como las hojas de las plantas tienen un haz y un envés; las élites políticas exhiben una presentación formal ante la mirada de los ciudadanos, cuyo contraste –privado- se encuentra en la apresentación”.
— Alfredo Espinosa Rodríguez
*Alfredo Espinosa Rodríguez, magíster en Estudios Latinoamericanos, mención Política y Cultura. Licenciado en Comunicación Social. Analista en temas de comunicación y política.
Fotografía: www.facebook.com/dalobucaram/
[1] “Todo aparecer en el mundo se compone de presentación y apresentación, obligando a la presentación a transigir con la apresentación, y a la presencia con la ausencia” (Marion, 2001. 78).
**Para la elaboración del presente artículo tomo los conceptos de in-visibilidad y visibilidad desarrollados por Stéphane Vinolo, en su trabajo, “La invisibilidad de la visibilidad común”, el mismo que forma parte de su artículo científico “Inexistir. Las Estructuras Discursivas de la Invisibilidad en Jean-Luc Marion”, publicado en la Revista Escritos de filosofía. Segunda serie (enero-dic., 2018) Nº 6: 76-90.