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DÉCADA GANADA O DÉCADA PERDIDA. Por Atawallpa Oviedo Freire

11 de julio de 2016

RED GLOBAL SUR

AtahualpaOviedo

El regreso de la derecha en Argentina y Brasil, y la facilidad con la que han revertido lo hecho por el progresismo demuestra que fue una época pérdida, pues, si fuera “ganada” –como ellos dicen- no hubieran regresado los neoliberales, o al menos les hubiera sido difícil el desmonte de lo hecho por el progresismo. Por el contrario, todo fue un simple castillo de naipes que de un solo soplido ha sido deshecho, no había nada estructural ni cimentado, ni siquiera un pueblo organizado y consciente que pueda impedirlo. A la final, todo fue un espejismo de revolución, tan solo un gatopardismo con una serie de cambios para que a la final no cambie nada de fondo, más por el contrario, esas reformas han apuntalado y perfeccionado el sistema de dominación.

Quizás lo ganado, es todo lo que se puede aprender de esta época, si es que hay la capacidad para asimilarlo y llevarlo a la práctica, caso contrario, será otra pérdida de la izquierda, de las tantas en su historia y que a estas” alturas del partido” se creería que ya debería interiorizarse en una profunda autocrítica. Confío, que los que más han aprendido son los de “abajo” y principalmente los de “afuera” (alternativos, autogestionarios, autonómicos, anti-sistema, alter-sistémicos).

Después de la “época pérdida” del neoliberalismo, se presentó una situación inigualable para proceder a un cambio estructural, pero los progresistas se equivocaron en sus procesos de cambio y/o no supieron qué hacer en el poder, para simplemente limitarse a hacer cambios cosméticos apuntalados con mucha propaganda. En el fondo ni siquiera se propusieron una reforma seria, tan solo se plantearon la modernización del capitalismo. Excepto Venezuela que sí se lo propuso, pero que no tuvo la capacidad de lograrlo debido a la improvisación, el dogmatismo y el caudillismo que le rodearon. Por su parte, los otros gobiernos progresistas creyeron que había que crear las condiciones para una transformación orgánica, cuando ya estaban dadas con todo lo hecho por el neoliberalismo que llevó a la quiebra al capitalismo, pero para ellos pasaba por disminuir la pobreza y las desigualdades para que sea posible una revolución posterior.

Efectivamente, consiguieron afectar la pobreza y disminuir las desigualdades, pero solo por el lado de los ingresos. Algo, que igual lo lograron otros países con gobiernos abiertamente neoliberales, e incluso en algunos casos mejor a lo que hicieron los progresistas (Colombia, Panamá, Paraguay). Además, que era una propuesta de la ONU para cumplir con los objetivos del milenio, todo lo cual no pretendía acabar con el sistema, sino de tan solo limitar la voracidad del “capitalismo salvaje” para que perviva y se asiente el mismo régimen. Y ello fue posible, por la ventaja internacional que ofrecían los excelentes precios de las materias primas, pero ahora que han caído y ya no hay los recursos se comienza el proceso inverso, con ello demostrándose que se los desperdiciaron al no invertirlos para sembrar a través de generar una nueva matriz productiva y de propiedad asociativa (grupal, comunitario, ooperativo). Por el contrario, todos esos ingentes recursos fueron a parar en los grandes capitales nacionales y transnacionales, siendo para ellos si “la época ganada”, pues nunca ganaron tanto ni siquiera cuando ponían directamente los gobiernos.

Quizás, otra hubiera sido la historia si los progresistas no se hubieran encontrado con esa bonanza que les llegaba del exterior y ahí, tal vez se hubieran propuesto algo más contundente. El poder les envaneció y engolosinó, llevándolos a cometer múltiples errores, y que a la final sus cambios fueron simples cascarones o maquillajes suntuarios, pero nada raigal.

Su idea de mejorar las condiciones de vida de la población, implicó solo políticas redistributivas de los ingresos descuidando las distributivas de la propiedad y no cambiaron la matriz de producción primario exportadora, con ello dejaron intactas las mismas estructuras.

La mejora material sin una disputa contrahegemónica epistémica y ontológica de sentido histórico eliminó la posibilidad de un cambio social, pues, además, lo hicieron sin la participación de la población y sin una nueva expresión cultural de por medio. Por el contrario, se procedió a desmovilizar a las fuerzas sociales que enfrentaron al neoliberalismo y que permitieron el triunfo del progresismo.

Se activó la actitud paternalista y verticalista de la vieja izquierda totalitaria y estatista, en la que ellos como vanguardia se encargarían de hacer la revolución, dejando a un lado la creación de una ciudadanía individual y comunitaria comprometida, que participe y dirija su propio proceso de cambio. Las mejores condiciones de vida a través de inversión pública para democratizar derechos no significó ningún valor agregado socio-político, pues se mantuvo la misma estructura de poder. Por el contrario, implicó un valor desagregado medible en desorganización, desmovilización, inconsciencia e inconsecuencia de la población hacia la generación de un nuevo orden social y de una nueva actitud de construcción cultural.

Con esto se cometió otro error al creer que el cambio es sobre todo económico, siguiendo el mismo esquema de la derecha para quienes el problema es de capitales, de la generación de mayor riqueza. No entendieron que no vivimos solo una crisis cíclica del capitalismo sino una crisis multifacética de la civilización (patriarcal, racista, ecológica, energética, social, económica, política), y una de cuyas partes es lo económico. Esto implica que las acciones deben ser integrales, en forma transversal e interseccional, para que sea posible un cambio total. Centralizar en lo económico es perder la perspectiva para quedarse mareado en las ramas, sin resolver la situación de los troncos y de las raíces que generan la dependencia y la explotación. El economicismo, el productivismo, el consumismo, el extractivismo, no conllevaron a una ciudadanía empoderada, sino a la activación del individualismo y el  hedonismo; a la recreación de una sociedad materialista y anoréxica preocupada por tener más antes que despertar la cooperación, la reciprocidad, la solidaridad, la complementariedad, la armonía y el equilibrio.

A ello se suma, que los dirigentes de los movimientos sociales fueron cooptados por los gobiernos. Con ello las bases pasaron a ser clientes demandantes de obras y de ventajas personales o grupales, dejando de ser los actores y autores del proceso de cambio. La burocratización de los dirigentes significó el aumento del clientelismo, del prebendalismo, del paternalismo, en la espera de que el Estado resuelva todo. Y, por otro lado dio paso a la corrupción, pues los altos presupuestos les terminaron pervirtiendo, generando nuevos ricos que vieron su oportunidad de sacar su tajada en forma legal o ilegal (“ahora nos toca a nosotros”). Poco a poco van saliendo a luz los casos de corrupción en todos los gobiernos progresistas y que demuestra que sí fue para ellos una “década ganada”. Y en el caso de los movimientos que se mantuvieron firmes, se procedió a criminalizarlos y perseguirlos; incluso, mucho más que lo que la derecha había hecho anteriormente, asemejándose en algunos niveles a la época de las dictaduras. Además, en el mejor estilo de los totalitarismos, se crearon organizaciones paralelas sumisas a los gobiernos progresistas.

Esta cooptación de los dirigentes sociales al gobierno significó desarrollar el mito del marxismo dogmático de que la revolución se hace desde el Estado y no desde la sociedad y las comunidades. Con esta visión estatista y vertical se
bloquearon las posibilidades para que el pueblo organizado asuma nuevos roles y responsabilidades.

El estado verticalista se encargaría de hacer los cambios, y el pueblo simplemente tenía que estar pasivamente votando por ellos, para que les sigan dando más beneficios. A la final en eso se convirtió el cambio progresista, transformando al gobierno central en un agente de obras que son propias de los municipios, en vez, de dedicarse a hacer cambios estructurales en las relaciones de poder. Se dedicaron a modernizar el país (hidroeléctricas, carreteras, escuelas), obras que principalmente han sido beneficiosas para los tradicionales y nuevos grupos económicos, desperdiciándose la oportunidad de generar organización económica desde las comunidades a través de motivar a la unión de medianos y pequeños capitales privados y comunitarios, para que puedan competir con las grandes corporaciones nacionales y transnacionales.

Es decir, se desaprovechó la oportunidad de distribuir los recursos entre toda la población, a través de la generación de diferentes formas productivas y no simplemente redistribuyendo bonos que lo único que hacen es profundizar la dependencia y la sumisión. De lo que se trataba es de fomentar iniciativas de transición para la transformación social desde abajo, mediante la autogestión, la auto-organización y el trabajo en red, para sentar las bases de un nuevo sistema. Todo desde abajo, y no desde el fomento a la creación de grandes empresas estatales o privadas, y con grandes obras que lo único que reflejan son los regazos de un capitalismo devorador.

Nada se hizo para impulsar la construcción de la vida desde una posición anti-globalizadora y anti-calentamiento mundial. Se olvidaron que nuestro potencial está en la energía solar y eólica, y en la producción agroecológica, agroforestal, y en todo lo que es orgánico sin agro-tóxicos ni transgénicos.

Estatizar la revolución, fue el mayor error cometido por el progresismo. No hay Estado revolucionario, sino sociedad revolucionaria, el Estado por esencia es anti-revolucionario. El Estado no integra a la sociedad, sino que genera nuevas formas de dominación por quienes están en el poder.

Indudablemente que son necesarias esas mega obras, pero antes había que cambiar las estructuras de propiedad y de producción, para que los beneficios de esas obras estén al servicio de las mayorías. Lo primero es lo primero, y ello tenía que ver con cambiar el sistema político, institucional, económico, jurídico, de tipo colonial y republicano, que era lo esencial y el trabajo vanguardista de un gobierno revolucionario para construir el sumak kawsay/vivir bien, y no dedicarse a hacer obritas. Además, que con los megaproyectos se ha aumentado la dependencia al exterior, al profundizarse
la estructura productiva primaria exportadora y secundaria importadora, y por otro lado, se ha aumentado la deuda externa han disminuido las reservas internacionales propias, dejando en indefensión a las futuras generaciones que ahora tendrán que solo dedicarse a pagar los préstamos y recuperar la liquidez interna.

En su visión estatista salvadora, se dedicaron a perfeccionar el mismo sistema republicano y burgués, cuando de lo que se trataba es de recrear otro Estado, un Estado horizontal para desmontar todo el poder estatuido. Un verdadero Estado plurinacional y no la cooptación de ciertos conceptos al mismo Estado colonial-liberal. De la visión del Estado débil pasaron a la idea de recuperación del Estado obeso, cuando lo que había que recuperar principalmente es a la sociedad organizada, para que la fuerza del nuevo Estado no esté en su estructura institucional sino en la estructura social consciente, organizada y participativa de la ciudadanía. El proceso constituyente se frustró por los caudillismos que dieron paso a la modernización del capitalismo, que principalmente significó el aumento de la burocracia y no al aumento de las formas de gobierno local, de consolidación de la autogestión, de despegue de las economías comunitarias.

Un proceso revolucionario no es la magnificación del Estado, pues a la final se convierte en la del Partido, y ante todo del jefe del buró y del gobierno, quedando todo concentrado en una sola persona (hiperpresidencialismo). La lección, es que se debe proceder a la desconstitución o desmonte paulatino del Estado para recrear un nuevo tipo de funcionamiento social, cuya fuerza esté en la sociedad organizada y politizada. No se trata de dar todo el poder al Estado, para luego dizque eliminarlo en la segunda fase del comunismo, es decir, nunca.

Esto implica, desmonopolizar la política circunscrita a los partidos políticos, para abrir la participación a los movimientos sociales, a las nacionalidades, y a todas las expresiones populares para que tengan plena intervención en las
políticas públicas y en el ejercicio social. La recreación de un sistema en espiral, que monte desde abajo hacia arriba, que se encargue de coordinar, ejecutar y controlar a las instancias superiores. El poder siempre en las bases y no en el Estado (ejecutivo, parlamento), todo lo contrario, a la visión marxista en la que el pueblo es la retaguardia. Entonces, hay que cambiar las posiciones, el pueblo organizado en los movimientos sociales siempre en la vanguardia y los demás en la retaguardia, es decir, en la resistencia. Es un error pasar de la resistencia a la vanguardia, cuando hay que siempre mantenerse en esa posición revolucionaria.

Por ende, el cambio es ante todo cualitativo antes que cuantitativo, son necesarias las obras pero de lo que se trata es de resolver el poder contrahegemónico a través de disputar nuevos valores y espacios. Por ejemplo, de que sirven las escuelas si no se cambian las pedagogías, los pénsum, por el contrario el efecto es negativo al incorporar nuevos agentes formados en el mismo sistema oficial y que salen capacitados para servir al status quo que se quiere acabar. Educados, alfabetizados, profesionalizados, para consolidar el mismo esquema social y no para recrear un nuevo orden cultural.

Mayor infraestructura, libros, desayuno escolar, uniformes, partidas docentes, pero con los mismos contenidos y valores, que al final se convierten en un contrapeso que frena los cambios sociales antes que potenciarlos. Estos educados lo que quieren es más dinero y toman mayor distancia con aquellos que todavía se mantienen abajo, antes que hacer algo por integrarlos a un proceso de cambio. Lo que importa es el cambio en la matriz de pensamiento para transformar todo, en este caso, la manera en que se enseña, se aprende, y con ello cambiar las perspectivas epistemológicas sobre lo social y lo natural. Los “elefantes blancos” sin nuevos valores sociales, es trabajar para el enemigo o para el establishment que para uno mismo.

En lo político había que contribuir a conformar y fortalecer instituciones representativas de las mayorías desde espacios locales y municipales, que vayan ampliándose en círculos concéntricos hasta cubrir el nivel nacional, con el propósito de confrontar a la dominación del capital financiero, del capital extractivista, y las burocracias tecnocráticas, principales grupos reacios al cambio. Para diseñar estas normas y políticas se precisaba profundizar la democracia (biocracia), pues estaban en juego definiciones trascendentales para el uso adecuado de los recursos no renovables. Esto implica gestar espacios de poder real, sobre todo desde lo local y comunitario, para que sean verdaderos contrapoderes de acción democrática en lo político, económico y cultural. Se debe garantizar la participación y el control social desde las bases en el campo y las ciudades, desde las comunidades y los barrios. Se precisa construir una sociedad fundamentada en la horizontalidad, lo que demanda democracia directa, acción continua y autogestión, no nuevas formas de imposición vertical y menos aún liderazgos individuales e iluminados. Estas lógicas, todavía presentes en muchas comunidades indígenas, deberían empezar a cristalizarse en los movimientos sociales que se asumen como portadores del cambio. Eso sería lo mínimo que se podría esperar.

En suma, se precisa contrapoderes que presionen a los Estados y que sostengan la estrategia colectiva hacia un nuevo imaginario de convivencia, que no podrá ser una visión abstracta que descuide a los actores y a las relaciones presentes, sino una visión concreta que reconozca a los gestores y sus inter-vinculaciones tal como son hoy y no como quisiéramos que fueran mañana.

En síntesis, todo lo señalado nos dimensiona que fue una época desperdiciada y hasta perdida en politización, organización, movilización, concientización, participación, experiencia de la población para enfrentar los cambios; como
asimismo, en la estructuración, recreación, generación, cimentación de un nuevo sistema, que funcione con otras reglas de juego y en otra cancha, para hacer posible otro mundo donde quepan todos. Ahora, todas las obras sociales quedan para el cuento y todas las mega-obras para potencializar el neoliberalismo y el extractivismo. Todo el trabajo del progresismo
para beneficio de la derecha, y después preguntaban a quién le hacía el juego la oposición radical de la izquierda, los de abajo y los de afuera. Ahí tienen la respuesta.

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