12 septiembre 2016
En Budapest la quinta conferencia internacional sobre decrecimiento reunió activistas y académic@s comprometid@s con la transformación social.
El sentido común hegemónico sugiere que una propuesta tan exótica como el decrecimiento controlado de la economía a lo máximo podría ser aplicable en el Norte global geopolítico. Para el Sur, el crecimiento económico sería mandatorio. Sin embargo, cada vez más voces plantean que cuestionar la lógica que coloca al crecimiento económico al centro de las preocupaciones políticas puede ser liberador en muchos lados del mundo.
La quinta Conferencia Internacional Sobre Decrecimiento que tuvo lugar en Budapest, capital de Hungría, entre el 30 de agosto y el 3 de septiembre 2016, mostró que la reflexión alrededor del decrecimiento es también un lugar de convergencia de múltiples narrativas transformadoras: desde la ecología política hasta la economía ecológica, pasando por las corrientes feministas que proponen centrar la sociedad en el cuidado; desde la justicia ambiental y climática hasta l@s promotor@s de una renta básica incondicional. De esta manera, el decrecimiento constituye un eslabón más de un nuevo internacionalismo, necesario para intervenir desde las izquierdas plurales sobre un mundo globalizado. Un internacionalismo que no se limita a la solidaridad con luchas alejadas, sino que busca la convergencia, la complementariedad y la reciprocidad entre luchas transformadoras que son contextualizadas y diversas.
Mientras 600 personas, europeas pero también de los otros continentes, participaron en el evento académico en la Corvinus University, paralelamente se desarrolló la Semana del Decrecimiento en diferentes lugares de la ciudad, abierta al público hungaro y de mucha concurrencia. Este Degrowth Week tenía como propósito mostrar cómo el decrecimiento se pone en práctica. Un ejemplo es la distribución a los numerosos sin-techo de la ciudad de víveres en buen estado que hoteles, mercados o grandes comercios destinan a la basura, tarea que se ha puesto la organización Budapest Bike Mafia – combinando la lucha contra el despilfarro en el capitalismo moderno con la justicia social. Otro, una cooperativa de víveres que trae la producción campesina a la ciudad, donde no solamente la vende a precios justos, sino tambien brinda un servicio de catering y organiza cursos de cómo hacer mermeladas y conservas – saberes tradicionales que se han ido perdiendo desde la introducción violenta del capitalismo a la Hungría post-1989.
Europa del Este: Decrecimiento en la semi-periferia
De este modo, la conferencia no solamente permitió descubrir – y respaldar – a otra Hungría escondida detrás de la imágen autoritaria y xenófoba del gobierno de Víctor Orban. Sino que invitó a la reflexión sobre la realidad actual de Europa del Este, entendida como una región semi-periférica. Aunque comparte muchas condiciones con América Latina, Europa Oriental es casi invisible tanto en nuestros debates como en los de los países centrales del sistema-mundo capitalista.
“¿Cómo hablar de decrecimiento en una región que mientras pertenecía al bloque soviético, miraba con envidia las posibilidades de consumo del mundo occidental y asociaba consumismo con libertad?” preguntó Szandra Koves de Budapest. Recordó las largas filas que hacía de niña para conseguir algunos plátanos o naranjas, cuando un cargamento de estos frutos exóticos llegaba excepcionalmente desde Cuba. Después de la caída del muro de Berlín, el discurso del desarrollo imitativo comenzó inmediatamente a colonizar las mentes – estableciendo como objetivo alcanzar el nivel de desarrollo capitalista de la vecina Austria. Hoy, 25 años después, estas narrativas se derrumbaron para las generaciones más jóvenes. Hungría ha sufrido una severa crisis alrededor del 2008, a la que un gobierno socialdemócrata respondió con severas medidas de austeridad y una represión violenta, en un país que no había conocido violencia estatal desde que el estalinismo aplastó con tanques de guerra el levantamiento popular de 1956. Pero hoy, aclara el economista húngaro Zoltan Pogatea, se ve que Austria tampoco es aquella panacea que nos han hecho creer – y que todo ha sido un inmenso espejismo.
Visibilizar el mal vivir
En la corriente del decrecimiento, está muy presente el malestar con la vida en las sociedades del Norte, que nos suelen ser vendidas como el punto de llegada del desarrollo, el locus de máxima autorrealización: En Budapest sí se habló de la aceleración perversa de la vida que para aquellos que tienen el privilegio de ser “incluidos” por el capitalismo moderno, lleva a burnouts (colapsos por sobrecarga laboral), depresiones, y enfermedades físicas a raíz del estrés en dimensiones epidémicas (una quinta parte de los Alemanes sufre de trastornos de ansiedad que les impiden llevar una vida normal; en los EEUU, dos tercios de los empleados, más de 45% de los médicos y casi el 70% de los profesionales en finanzas están agotados; los EEUU y Francia están entre los países con la mayor cantidad de gente deprimida en el mundo, mientras Japón y Corea del Sur encabezan el ranking de suicidios por población).
En el contexto de Degrowth, sí se habla de las consecuencias fatales del individualismo exacerbado y de la competencia en las relaciones sociales – es precisamente uno de los malestares que originan el deseo de transformación. Se habla de las consecuencias de la desigualdad que aumenta exponencialmente y hace que muchos no puedan participar de la promesa consumista – entre otros, la gran mayoría de los migrantes en el Norte, que a pesar de la exclusión social y la fuerte discriminación que sufren, normalmente suelen dar el mensaje a sus familias en el país de origen que están bien, exitosos y felices. Tan poderosa es la narrativa del desarrollo que incita a mentir a los seres más queridos. La perversa responsabilización personal por el fracaso ante enormes adversidades estructurales termina en la vergüenza – y muchas veces en la soledad. Esta es la otra cara del “sueño americano”.
Europa del Este experimenta hoy la violencia de aquella gran narrativa dual que posiciona a la modernidad occidental y el liberalismo frente a sociedades tradicionales cuyo destino histórico, al igual que en otras partes del mundo, supuestamente solo es desaparecer, según explicó la politóloga Danijela Dolenec de Croacia. En lugar de sacar aprendizajes útiles de la experiencia del socialismo yugoslavo no tan ortodoxo bajo Josip Broz Tito, por ejemplo, este permaneció absolutamente invisibilizado en los años después de la caída del muro de Berlín. “El proyecto socialista era representado como una aberración gigante en el camino hacia la modernidad”. Al menos, también en Croacia, hoy esta hegemonía está resquebrajada por la crisis, y una generación de jóvenes intelectuales busca caminos de salida. Se dan cuenta que debajo de los escombros de las guerras yugoslavas (1991-2001), perviven ciertos aspectos de la vida que pueden ser elementos para la construcción de alternativas: mucha experiencia práctica (negativa y positiva) con la autogestión a diversas escalas, una cultura “socialista” del tiempo que no se concibe bajo la presión del rendimiento y permite la convivialidad, la persistencia de prácticas de intercambio y producción por fuera del mercado, para el autoconsumo o el trueque. Como conclusión, Dolenec dijo que la izquierda enfrenta hoy dos desafíos fundamentales: elaborar políticas igualitarias que no sean ni productivistas ni extractivistas, y enfocarse en la construcción de alternativas de sociedad que den lugar a los comunes y al cuidado.
Tampoco el Sur tiene que crecer sin más
La conferencia dejó en claro que toca deconstruir el mito que primero hay que llegar a un “cierto nivel de bienestar” – que en la forma como lo entiende el discurso hegemónico, no denomina otra cosa que un cierto nivel de penetración de la vida por las relaciones capitalistas – y solo después es pertinente preocuparse por el ambiente, las relaciones de género etc. Varios ponentes, como el economista ecológico Clive Spash, afirmaron que tampoco para el Sur global, el crecimiento económico es una solución: lo que produce es sobre todo desigualdad y mal vivir, transformando ciudades en monstruos contaminados y poblaciones rurales relativamente autosuficientes en dependientes. Hay que entender, dijo Spash, que el bienestar material de la minoría que logra ascender a la clase media se alcanza directamente a costa de la pobreza de otros muchos. Intensificando lo que a su vez, el politólogo Ulrich Brand de la Universidad de Viena ha denominado “modo de vida imperial”: un modo de vida que toma como dado el acceso de una pequeña minoría de la población mundial a todos los recursos del planeta y la totalidad de su capacidad de absorber basura y contaminación. Obviamente, este modo de vida no es expansible a toda la población del Sur: requiere de un afuera en donde explotar mano de obra barata y materias primas, y hacia donde botar sus desechos. Mientras este modo de vida se expande por el planeta, más se profundiza la crisis planetaria y la competencia entre países por el acceso a „recursos“, por ejemplo entre los viejos centros capitalistas y los emergentes como la China y la India. El resultado son peleas perversas alrededor de los “derechos de contaminación,” como se han dado en las conferencias de cambio climático COP.
Sin embargo, no se pretende imponer el concepto de decrecimiento como una propuesta transformadora originada en el Norte al Sur global – como sucede tantas veces en el ámbito de la producción de conocimiento conocimiento. Más bien, como plantean Giorgios Kallis, Federico Demaria y Giacomo D’Alisa del grupo de investigación Research & Degrowth asentado en Barcelona en su libro Degrowh – a vocabulary for a new era (2015), solamente pretende abrir un espacio conceptual para que países y culturas del Sur puedan encontrar lo que para ellos significa una buena vida.
Como explicó Federico Demaría en Budapest, el decrecimiento no solamente procura politizar la sustentabilidad. Su énfasis no es solamente en menos, sino también en de otra manera: Además de intervenir sobre los flujos de materia metabólicos en el planeta, abarca una visión diferente de organizar las relaciones sociales, orientada por ejemplo por las ideas de Iván Illich de convivialidad y por narrativas alternativas de buena vida. Según la filósofa italiano-alemana Barbara Muraca, la transformación hacia el decrecimiento debe alcanzar tanto infraestructuras sociales, institucionales como mentales, es decir las subjetividades orientadas hacia el crecimiento lineal como las produjo la modernidad capitalista.
Los pioneros del decrecimiento son personajes de los años 70, como André Gorz o Nicholas Georgescu-Roegen. Luego, volvió a repuntar primero en Europa occidental a principios del nuevo milenio, impulsado fuertemente por el francés Serge Latouche. Hoy en día, se habla de una comunidad del Degrowth amplia y diversa, cuyos focos más importantes se encuentran en Alemania, España y Francia. Pero también en Grecia el movimiento anti-autoritario que emergió de la crisis adoptó la idea, además de colectivos y experiencias en Italia, Suiza, o Canadá.
Como establecer y respetar límites: la intersección entre ecología y democracia
El griego Giorgios Kallis advirtió un peligro del discurso de que hay que respetar límites (ecológicos, del planeta, etc.) trayendo a colación una obra de Garret Hardin, autor del famoso libro La tragedia de los comúnes (1968), intitulada vivir dentro de los límites (1995). Hardin se basa en una fórmula científica para establecer unos límites ecológicos “objetivos” de un territorio determinado, para rechazar en conclusión la idea de inmigración ilimitada. Establece nociones de „capacidades de absorción“ de migrantes en un determinado territorio nacional – un debate más que candente en la Europa actual, pero también en los Estados Unidos. Kallis refutó la metáfora del barco salvavidas en el mar que debe negarse a la salvación de más personas para no hundirse. Los límites del planeta son globales, a lo máximo eco regionales, pero no obedecen a la lógica del Estado-Nación, dijo. Lo que influye sobre la capacidad de carga ecológica es mucho menos la cantidad absoluta de personas sino su modo de vida, es decir aspectos cualitativos. Además, la migración a países centrales del capitalismo suele disminuir la tasa de fertilidad, agregó. “Más que cerrar fronteras, tenemos que entender los factores que llevan al crecimiento poblacional” dijo Kallis, que como la gran mayoría del movimiento de decrecimiento, rechaza el control biopolítico sobre la fertilidad de las mujeres para intervenir sobre las tasas de población.
Pero el debate acerca de quién establece los límites y de qué manera es bastante complejo. Coloca sobre la mesa la intersección entre ecología y democracia, porque claramente, estos límites no son objetivos, sino establecidos socialmente. ¿Quién tiene la autoridad para establecerlos e implementar medidas para que sean respetados? ¿Un puñado de “expertos” de las ciencias naturales con sus proyecciones matemáticas y fórmulas, muchas veces altamente cuestionables? ¿No llevaría esto a una suerte de eco dictadura – que no puede ser la solución? ¿Los gobiernos, que han demostrado su fracaso en la tarea una y otras vez en las conferencias de cambio climático? ¿La sociedad en su conjunto? ¿Pero bajo qué modalidad? Eso lleva a la pregunta: ¿cuáles son los criterios necesarios para democratizar nuestras relaciones societales con la naturaleza?
El rol del Estado en la transformación: debates abiertos
También en Budapest, como en otros espacios que discuten la transformación multidimensional de nuestras sociedades (por ejemplo relativa a la dimensión de clase, raza/colonialidad, género y relaciones con la naturaleza), quedó en evidencia que uno de los mayores desafíos es entender el rol del Estado en esta transformación. Las recientes experiencias latinoamericanas solo han reactualizado una experiencia que Europa del Este ya había hecho: Que el Estado como agente privilegiado de transformación termina equilibrando las relaciones de dominación y estabilizando la acumulación capitalista en lugar de transformarlas. Como relación social, el Estado refleja las relaciones de fuerzas existentes, pero no las cambia fundamentalmente. A menudo transforma a los transformadores, exigiéndoles responder a ciertas reglas y lógicas propias de las instituciones estatales, que vuelven imposible seguir con la transformación.
Este fue el tema de un foro sobre transformación de las instituciones, que exploró por ejemplo la experiencia del gobierno municipal actual de Barcelona. Una investigación de Viviana Asara evidenció los enormes desafíos que surgen después de entrar a la esfera institucional: La pérdida de deliberación, el peligro de delegar la responsabilidad a las personas electas, la dificultad de seguir acompañándolas por el ritmo desenfrenado que impone la tarea de gobernar. La experiencia griega también muestra los claros límites de una transformación desde arriba, con el punto de quiebre que marcó la traición al resultado del referendo anti-austeridad en 2015. Esto dejó en claro, según Danijela Dolenec, que Europa vive en un contexto post-democrático, como lo ha definido el politólogo británico Colin Crouch. ¿Bajo estas condiciones, se puede confiar en que el cambio viniera solo desde abajo, ignorando al Estado?
Según Ashish Khotari, esto parece funcionar para ciertos movimientos en la India, que a nivel eco regional decidieron ignorar al gobierno central y establecer formas de autogobierno. Khotari describió los impactos del „desarrollo“ en su país como una enorme violencia. Cientos de millones de personas fueron separadas de sus livelihoods (medios de vida, sustento vital) para entrar al mercado de trabajo. „El cuento de la necesidad de empleo vuelve invisibles a los sustentos vitales que tiene la gente“, dijo Khotari. Como consecuencia, en la india rural se come menos hoy que hace 40 años; la contaminación del aire mata a medio millón de personas anualmente; miles de campesinos se suicidan cada año – fueron más de 18.000 solo en 2004. Los múltiples procesos de revitalización rural y de autogobierno eco regional que se han dado como alternativas a este camino demuestran, según Khotari, que la migración hacia la ciudad no es inevitable – más bien muchas personas de la India vuelven al campo en ciertas regiones, donde ahora encuentran condiciones dignas. Estas corrientes se orientan en el concepto de swaraj, establecido por Mahatma Gandhi, que asocia el autocontrol con la libertad no solamente de uno mismo, pero también con la de los demás.
En el debate, algunas feministas preguntaron si el regreso a modos de vida más tradicionales no significa una pérdida de autonomía y libertad para las mujeres. Sin embargo, como se dijo, dada la enorme diversidad cultural y de modos de vida tradicionales, sería un prejuicio afirmar esto, prejuicio que además asume que el modo de vida capitalista/moderno sí habría efectivamente liberado a las mujeres, lo que pareció cuestionable para muchas.
Tecnologías: ¿problema o solución?
Otro aspecto que quedó abierto por ejemplo es el papel de la tecnología en la transformación. Mientras los adeptos del capitalismo verde afirman que las encrucijadas ambientales a las que ha llegado la humanidad pueden encontrar solución mediante la innovación tecnológica, Tomislav Medak de Croacia puso en duda este supuesto. Como primer argumento, señaló la desigualdad estructural en el desarrollo tecnológico entre Norte y Sur, ya que la extracción de trabajo y recursos en el Sur se hace abaratando costos, es decir siempre con tecnologías inferiores, como estrategia de externalización. Entonces el capitalismo verde puede funcionar en un país o en una región del planeta, pero siempre a costa de l@s demás – no es una solución global. El segundo argumento es que la innovación tecnológica normalmente parte de la necesidad de resolver problemas en sistemas existentes, lo que significa que es muy difícil desarrollar tecnologías totalmente desacopladas de la producción. Sin embargo esto es lo que se necesitaría para la sociedad del decrecimiento. ¿Cómo evitar entonces que tecnologías colaborativas sean reintroducidas a los circuitos de acumulación capitalistas?
La conferencia de Budapest por supuesto no dio todas las respuestas a los desafíos que enfrenta la transformación hacia una sociedad del decrecimiento. Más allá de diagnósticos radicales y la construcción de principios orientadores, además de visibilizar espacios de experimentación social concretos que se dan en los márgenes de las sociedades europeas, faltan sobre todo estrategias para alcanzar una generalización de estas perspectivas en la sociedad, a fin de realmente alcanzar una emancipación de las coerciones del capitalismo.
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