El cuñado estaba vacacionando en los Yuneites Esteites, y mientras saboreaba ricos manjares en la piscina de un hotel cinco estrellas, tuvo el presentimiento que, ese día, algo bueno le iba a ocurrir. Sonrió como sólo lo hacen los galanes de Hollywood, y no lo pensó más. Pidió a las dos señoritas que lo acompañaban que se retiren, y se dirigió, semidesnudo, a su habitación. Una vez ahí, se vistió con el traje que había comprado en su última visita a París a un precio de 12.000 USD. Pidió que lo bañen, que lo afeiten, que lo perfumen, que lo dejen peinado y planchado.
Salió con un aire de hombre exitoso, de esos que cuelgan billetes de 100 USD en el baño, de esos que tienen un espejo gigante en el tumbado de su cuarto; antes de dormirse, le gustaba contemplarse desnudo, mirar su imagen, sonreír por todo lo logrado en sus casi ocho décadas de exitosa carrera bancaria, política, empresarial. Antes de salir se comunicó con algunos amigos en el Ecuador para saber cómo iban esos negocios de los que nadie sabía. Era un hombre de secretos, como su cuñado. Secretos que quería llevarse a su tumba. A propósito, a veces imaginaba cómo sería su entierro. Deliraba. Quería un ataúd en forma de yate, y que lo hagan navegar inerte por el océano, cerca de las costas de Panamá.
Esperó una limosina que lo iba a conducir a pasear por Washington. Cerca de la Casa Blanca, pidió bajarse. Quería hacer un paseo, respirar ese aire gringo que tan bien le sentaba. Caminó dos cuadras y una paloma que salió de la nada, lo cagó. Sin irritarse por ese pequeño desatino de la naturaleza, sacó su pañuelo de seda azul y se limpió el frac. Cuál sería la sorpresa del cuñado que justo en la dirección que iba, notó que el presidente de los EEUU, un tal Biden, se fotografiaba con unos personajes que parecían ecuatorianos. No lo pensó dos veces y se acercó. Como las coincidencias son reiterativas en los hombres de negocios, se percató que su cuñado estaba ahí. Lo saludó. Éste lo llamó para que sea parte de las fotos: había que inmortalizar ese momento.
El destino y sus jilgueros. Para que las coincidencias se conjuguen de manera perfecta, también lo invitaron al banquete y a más fotos. Sin ser de la comitiva de su cuñado, logró ser el más “comitivo”. Esa es la suerte que tienen algunos. Aparecen cuando nadie los llama y se abrazan con la fortuna. Conversaron entre cuñados, bebieron entre cuñados, con esa complicidad que solo tienen… los cuñados.
Pasados algunos días sucedieron cosas feas que hablaban muy mal de los cuñados. Al parecer ese detalle de la paloma había sido un anuncio de la fatalidad. Si alguien preguntaba qué hacía el cuñado donde no debía estar el cuñado, la respuesta debía ser categórica: él, justo pasaba por ahí.
Sin ser de la comitiva de su cuñado, logró ser el más “comitivo”. Esa es la suerte que tienen algunos. Aparecen cuando nadie los llama y se abrazan con la fortuna. Conversaron entre cuñados, bebieron entre cuñados, con esa complicidad que solo tienen… los cuñados.
Muy bien Hugo, reconozco cuando Ud. tiene un acierto. Felicitaciones, sarcasmo muy bien logrado.