La realidad y la ficción se parecen tanto que, en estos tiempos profundamente mediáticos, es muy difícil distinguir las líneas que la separan. Esto aconteció en estos días, ante nuestros ojos, en las últimas elecciones presidenciales realizadas en los Estados Unidos, donde triunfó el demócrata Joe Biden, enterrando al fascista republicano Donald Trump.
Lo que llama la atención es la manera cómo se desarrollaron los eventos luego del cierre de las votaciones, en la noche del pasado 3 de noviembre. Desde allí en adelante, el conteo de votos se ha convertido en una rara mezcla de espectáculo y azar. El conteo de votos mantuvo a millones de personas alrededor de las pantallas del celular o de la televisión viendo como dos de las cuatro candidaturas presidenciales se disputaban, voto a voto, el cargo.
Días antes, una de las dos corrientes políticas mayoritarias dictaminó que el fraude tenía una gran posibilidad de concretarse. Pasaban las horas del conteo y ese posible futuro se convirtió en una realidad en la cabeza y el corazón de los millones de seguidores del intolerable multimillonario devenido en Presidente. Desde ese momento, esa fue la única verdad para ellos y para Trump, quien en su ego insuperable no consigue entender cómo hay gente – mayoría en su país, por suerte- que no comparte sus valores de discriminación, racismo, machismo y violencia sistémica. En su cabeza no logra procesar que la gente piense de otra manera y sus partidarios – que no son pocos- compartan este criterio.
Obviamente, los demócratas y no demócratas que inclinaron con sus votos la balanza hacia la otra orilla también tienen su realidad. Pero más allá de la configuración de realidades distintas en las cabezas de los estadounidenses y, por qué no, en las de todo el mundo, resaltan las disputas por el relato dominante que se dio en el espacio mediático y en las redes sociales, y su posterior contribución a configurar una verdad que se consolida como una ola de tsunami arrasando posibles otras interpretaciones. La lucha mediática saltó al primer plano y conforme pasaron las horas y luego los días, muchas cadenas televisivas asumieron un papel fundamental a la hora de configurar una realidad en pocos actos:
Acto 1
Los medios más influyentes de la prensa escrita y las cadenas de televisión nacionales se mantuvieron en transmisión permanente del conteo de votos – como debe ser- con un estilo marcado por la permanente presencia de analistas, preparando a la gente para aceptar el relato que resulte vencedor.
Acto 2
Los medios desconocieron la postura de Trump y lo equipararon a arrebatos sin evidencia. De entrada, no dieron mucha cabida a la tesis del fraude esgrimida por los republicanos. La verdad, hasta ahora Trump no presenta pruebas suficientes que apunten a que esta posibilidad sea real. Esto me recuerda la triste actuación de Guillermo Lasso y CREO, tras las elecciones de 2017, cuando montaron todo un show sin fundamento alrededor de la tesis del fraude. Tres años después vemos al mismo candidato desaliñado en tarimas incómodas para él poniendo al libre derecho al chupe como su mayor base discursiva.
Acto 3
Los medios toman postura y desautorizan a Trump públicamente, cortando la transmisión de sus declaraciones, señalando que lo que dice el aún Presidente de los EE.UU. no es cierto. Conclusión: los medios se creen con la potestad de dictaminar qué es verdad y qué es mentira. ¿Ese es su papel?
Acto 4
Los medios no sólo que toman postura, sino que uno a uno fueron declarando a Biden como ganador. Ante esto me pregunto: ¿lo correcto no es esperar a que las autoridades electorales proclamen el resultado? Esto alimenta la imagen de los republicanos de que los medios son los que edificaron al vencedor de los comicios. Entendamos bien algo. Quienes me leen saben que la derrota de Trump me parece el mal menor en ese país. Sin embargo, me preocupa la calidad de democracia que estamos construyendo, allá o en este país. Esta experiencia, así como lo acontecido en Bolivia, Chile y el Ecuador de 2017, debe movernos a replantear con fuerza la validez de la actual democracia y la necesidad de pensar en una nueva.
Días antes, una de las dos corrientes políticas mayoritarias dictaminó que el fraude tenía una gran posibilidad de concretarse. Pasaban las horas del conteo y ese posible futuro se convirtió en una realidad en la cabeza y el corazón de los millones de seguidores del intolerable multimillonario devenido en Presidente.
*Carlos Villacís, comunicador social y periodista.