Leer este año que termina desde la prudente distancia de la sociología o la política no solo me parece una hipocresía académica, sino que me resulta imposible hacerlo. Este año, como aquel 1986, he sufrido de forma directa el peso de la injusticia y la violencia del poder del Estado en mi vida. Cuando asesinaron a mi hermana hace 36 años, pensé que esa insoportable tristeza no la iba a vivir más, ese dolor es tan intenso que una piensa que está pagando algún perverso tributo, el cual no puede pagarlo dos veces. Es más fácil pensar que la injusticia es de otro mundo que aceptar la injusticia de éste. Es más fácil llevar la metafísica de la mala suerte y esperar el golpe de buena suerte, que reconocer la injusticia de los poderosos y decidir hacer algo para cambiarla.
Desde ese 1986, en que la muerte me atrapó, apretó y estranguló -no fue solo mi hermana Sayonara, fue su compañero de vida José Luis, el entrañable compañero Arturo Jarrín, la Janeth, el Fausto, el Hamet, el Roberto-, me dejé abrazar por los pueblos que luchan por hacer de este mundo un poquito menos injusto. He caminado entre los pueblos ancestrales y he aprendido a reconocerme parte de ellos, he caminado junto a los y las campesinas, a los y las trabajadoras, junto a las y los jóvenes, a las mujeres, a los ecologistas, a las diversidades sexuales, a todxs lxs que están del lado opuesto al poder. La teología de la liberación junto al marxismo revolucionario me colocó en mi lugar propio, en el lugar de los justos y allí encontré el cuidado y el abrazo que me ayudó a llevar mi dolor con dignidad.
Enseñé a mis hijxs, mi hijo, el hijo de mi hermana, el Ernesto y, mi hija, la Nadinka a caminar el camino de la justicia, el camino de los pueblos, el camino trazado por la mama Dolores Cacuango, la mama Tránsito Amaguaña y por todas las mujeres que han dejado su vida para que sus hijxs vivan en un mundo más justo. Es lo que mis hijxs han hecho, es lo que Ernesto ha hecho y por lo cual hoy, junto a 8 compañerxs de camino, están siendo criminalizados por el Estado, el poder de los injustos. Ese mismo poder que expulsa a cientos, miles, de jóvenes a la miseria y les lanza a las garras del capital mafioso y criminal que los convierte en sus esclavos. Ese mismo poder que trabaja para encarcelar a esos jóvenes cuando ya no les sirve y condenarles a las prisiones de la muerte. Ese mismo poder perverso y maldito que permite que nuestros hijos, los hijos del pueblo ecuatoriano, sean masacrados en las cárceles.
El poder de los injustos criminaliza a las víctimas de su injusticia, llena las cárceles de jóvenes empobrecidos y hace negocio de esa perversa encarcelación. No conforme con esto, el poder de los injustos criminaliza a lxs empobrecidxs que se alzan dignxs y reclaman por justicia para sí y sus hermanxs. La vivencia de esta injusticia nos da la certeza que la justicia nunca está del lado de los poderosos, ellos son los que llenan de injusticia el mundo, la justicia nace solo y únicamente del seno de la lucha de los pueblos oprimidos, de su deseo de justicia y libertad, de su dignidad. El único camino posible para la justicia es el camino que trazan los pueblos en la lucha por la defensa de la vida, ese es el lado correcto de la historia, aun cuando tomarlo signifique ser el objetivo de la injusticia de los injustos.
Que el año venidero 2023 y los que lleguen, estén trazados por el camino de los justos en su lucha por justicia y libertad.
*Natalia Sierra es docente en la PUCE-Quito, socióloga y estudió artes plásticas en el Colegio de Artes Plásticas de la UCE.
Fotografía: GatoRelato/Escena