La segunda entrega de nuestro reportaje especial Madres Selva, producido con el apoyo de Earth Journalism Network, acompaña el relato de Diana Tanguila sobre su vida y la lucha antiextractivista en Arajuno, provincia de Pastaza. Una historia de marchas, rebeldías y amenazas, en clave femenina y kichwa, para proteger gran parte de la biodiversidad que nutre al Yasuní.
La breve zona urbana de Arajuno quema y enceguece, bajo el sol del mediodía. El límite verde y fresco de la selva amazónica ecuatoriana, distante a unos pocos cientos de metros, parece un oasis imaginario visto desde las calles sin sombra. Los movimientos y las palabras se arrastran, como el sudor sobre la piel.
Frente a un grupo escultórico de dudosa calidad, Diana Tanguila no reprime un gesto de disgusto:
-Llenan este redondel (rotonda) con plantas y animales de cemento, cuando estamos rodeados de árboles y flores de verdad –cuestiona.
Este cantón de la provincia de Pastaza alberga más del 40 por ciento de la Reserva de Biósfera del Parque Nacional Yasuní. Pero aquí, en la cabecera, un leopardo y dos guacamayos de concreto fingen mirarnos con ojos de pintura sintética. Todo el conjunto refleja esa naturaleza estéril, seca y acorralada que proponen ciertas ideas de “desarrollo” cubiertas de hollín. Sólo Yarik, de tres años, el hijo menor de Diana, trepa divertido entre las ramas falsas y rompe con la inmovilidad decorativa. Vivir es rebelarse contra la muerte.
Una comunidad
Desde pequeña, Diana supo de qué se trataba la rebeldía. Con escasos cuatro años, vio a sus padres caminar doce días y más de 500 kilómetros hasta Quito, junto a miles de vecinos y familiares. Cincuenta años antes, Dolores Cacuango les había mostrado el camino: multitudes de indígenas marcharon con ella y siguen haciéndolo, los pies junto al grito, para que sus demandas retumben en todo el país. La Marcha Indígena de 1992 fue la primera en sentarse a negociar con un presidente ecuatoriano, Rodrigo Borja. Y sólo se marchó de la casa de gobierno cuando obtuvo el reconocimiento de los derechos de propiedad comunitaria de sus territorios ancestrales.
-Mis padres siempre me inculcaron participar en los congresos, en la vida organizativa. Yo admiraba todo ese trabajo que hacían, como el de mis abuelos.
Sus abuelos llegaron desde Napo a establecerse en Arajuno. Formaron su familia a orillas del río Oglán. Cerca del agua no anidan el hambre ni la sed. Allí fundaron las comunidades de Elena Andy y CEPLOA (Comunidad Etnoecológica Pablo López del Oglán Alto), a las que luego lideraron. Dignidad que más tarde heredaron sus hijos, los padres y tíos de Diana.
Las comunidades son familias extendidas, donde el liderazgo se asume con la misma naturalidad que cualquier otra labor. Las mujeres, guardianas de su lengua materna, el kichwa amazónico, cuidan también todo lo que ella nombra: el entorno, sus habitantes, cada ciclo vital. La madre de Diana, docente, recorría los poblados cercanos dando clases y llevaba a sus hijas con ella desde que podían andar. Casi jugando, las niñas mezclaban las matemáticas con la medicina tradicional, y las primeras lecturas con la organización de su gente.
-Me acuerdo que por acá había una vía que no iba para ninguna comunidad, y yo preguntaba a qué se debía. Mi papá me contaba que era de la compañía Shell, que había venido a hacer la exploración para sus pozos. Pero en esa época el petróleo estaba seco y tuvieron que irse.
En 1941, aquella empresa ingresó por primera vez al cantón. Otras llegaron después, y siguen llegando. Sus “visitas” empezaron a leerse en vegetación derrotada y animales fugitivos. Era el costo de la búsqueda inescrupulosa de tesoros subterráneos, sin importar las consecuencias en la superficie. Nadie avisó a los comuneros de esos peligros. Aprendieron padeciéndolos. Oyendo cantos de sirena sobre mejoras y servicios inexistentes hasta hoy.
Pronto aparecieron también colonos y especuladores de diferentes provincias con deseos de quedarse. Las políticas del Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización (IERAC) y del Instituto Nacional de Desarrollo Agrario (INDA) alentaban el poblamiento de áreas “baldías” donde a menudo vivía gente. Surgieron conflictos, tráfico de tierras y deforestación. Las poblaciones indígenas sintieron el temor de perderlo todo. Se imponía recorrer el largo y difícil camino de la legalización de sus territorios.
Una organización
-La Asociación de Comunidades Indígenas de Arajuno (ACIA) se creó en 1979, para enfrentar la colonización y pedir la escritura global. Pero recién se pudo legalizar en 2011 –resume Diana.
Hoy, el nombre de la organización es la expresión kichwa Arawanu Kikin Ayllullaktakuna Tantanakuy (AKAT), que significa Pueblo Originario Kichwa de Arajuno. Es la base de estructuras similares a nivel provincial, regional, nacional e internacional. Pero su fuerza nace en el territorio. En las 27 comunidades afiliadas, con 1.600 socios que aportan 25 centavos de dólar mensuales para sostenerla. Así se levantó la sede, una cocina comunitaria, un coliseo para asambleas, un albergue y una radio FM. A causa de algunos desperfectos, la emisora está fuera del aire. El apagón preocupa.
-En Arajuno hay cobertura de una sola empresa de celulares. Y nada más en el centro. Si hay que avisar algo a las personas que viven en plena selva, sólo por radio se consigue.
Diana sabe que el silencio y la lejanía son desafíos complejos en la región. Se miden en muertes y en oportunidades negadas. En proyectos entorpecidos, porque hay productos que no logran salir y otros que jamás llegarán. En infancias con hambre. Lo único que funciona sin cesar es el motor de la codicia, alimentado por el oscuro combustible que bulle bajo la tierra amazónica.
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para facilitar la movilidad hacia las comunidades apartadas de su provincia.
Tras su incursión de los años cuarenta, las petroleras nunca dejaron de volver. Algunas veces sólo escarbaron y partieron, con las manos vacías a su pesar. Otras, como en Villano, se quedaron y allí siguen. Cambian los nombres y las razones sociales, su financiamiento puede ser público o privado, pero la historia no experimenta variaciones importantes. Y el final, cuando lo tiene, también suele ser un espejo de otros finales conocidos o por conocer.
Primero se acercan con propuestas seductoras. A quienes desconfían, o se oponen por conocer las consecuencias, se les acusa de obstaculizar el “desarrollo” del resto. Cualquier desacuerdo puede disparar conflictos irreconciliables. Siembran la discordia para que brote la flor criminal de la ambición. Hasta que sus negocios pierden rentabilidad y se marchan, y dejan el paisaje humano tan marchito como los bosques por donde pasaron.
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lucha contra el extractivismo y por conquistar derechos.
-En mi familia y mi comunidad también hubo división –admite Diana-. Ese es el primer daño que hacen. Y la gente se convence por cositas, por computadoras, por colaciones escolares, porque ellos no dan centros de salud o escuelas. Si les pedimos eso, dicen que vayamos al ministerio.
Un jovencito nos saluda desde la vereda opuesta. Va camino al colegio. Viste una camiseta deportiva con la leyenda “Pluspetrol” en el pecho. En ocasiones, los derechos a la propiedad comunitaria y a la autodeterminación son canjeados por prebendas semejantes. Las compañías aprovechan las necesidades ajenas para eludir las responsabilidades propias, las comunidades –no todas, no siempre– venden a precio de saldo una decisión invaluable y los gobiernos fingen ceguera ante esas transacciones forzadas y desiguales.
Diana ha vivido muchas situaciones idénticas durante sus 34 años. Ha visto también los aciertos y errores de su gente al enfrentarlas. En 2008, varios representantes de Petroproducción (filial de la empresa pública Petroecuador) aparecieron en una asamblea de ACIA. Buscaban el permiso para que Agip Oil Ecuador explorase el Campo Oglán 2, pero no honraron el derecho comunitario a una consulta previa libre e informada. En su reemplazo, ofrecieron un convenio por 18 meses, con el consejo provincial como garante, a cambio de 2 millones de dólares de inversión. Aunque no faltaron voces críticas, el poder de los ceros levantó las manos de la mayoría.
-Los dirigentes pueden explicar todo, pero si la gente vota que la petrolera ingrese, toca respetar ese mandato –subraya Diana.
El acuerdo se firmó en 2012 pero sólo se cumplió el plazo; la promesa económica nunca estuvo cerca de ser realidad. Y las 4 hectáreas asignadas al proyecto se convirtieron en 7, según algunas estimaciones. Diana sostiene que afectaron 14. Hasta dejaron pudrir una cantidad considerable de madera, que los comuneros talaron y cortaron a pedido de la compañía. La asamblea votó, esta vez para que se desocupe el área, previo pago de una compensación por el incumplimiento y los daños ambientales. Diana, acompañada por la delegada de la Defensoría del Pueblo de Pastaza, Yajaira Curipallo, hizo un registro fotográfico de la situación, que permanece sin resolver.
-Visitamos el lugar porque yo quería demandar a la empresa y conseguir una acción de protección para que no puedan volver a ingresar. Pero no se logró –lamenta.
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Agip postergó su salida hasta 2015: había detectado en Oglán un depósito de crudo que bien merecía cualquier demora. En 2019 fue comprada por Pluspetrol, que desde entonces intenta retomar su actividad en Arajuno. Los métodos usuales –ofertas de dinero, bienes materiales y puestos de trabajo– dejaron cualquier sutileza atrás, pero chocaron contra sus propios antecedentes y contra una nueva dirigencia renuente a dejarse estafar.
-Nos molestaban en la organización y en las comunidades. Llamaban y decían que querían pagar para volver a explorar. Hasta que Libio Dahua, el presidente, les dijo que antes de hablar depositaran lo que debía Agip en la cuenta de ACIA. Nunca lo hicieron. Después empezaron a molestarme a mí.
Una mujer
Diana fue la primera mujer en alcanzar la presidencia de AKAT, en 2021. Terminó su gestión en mayo de 2023. Antes, fue vicepresidenta y también presidió Elena Andy. No ha sido un camino fácil. No lo es para ninguna mujer indígena. Menos aún en la Amazonía, donde 7 de cada 10 afrontan distintos tipos de violencia. Toda lideresa es el reflejo de las historias y las batallas de sus compañeras. De los sueños machacados para ajustarlos al molde de lo posible.
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contra las mujeres indígenas amazónicas.
-En el colegio tuve que estudiar contabilidad, porque en Arajuno no había otra carrera. Después hice la licenciatura en Finanzas en la Universidad San Francisco de Quito. Y también era deportista, luchadora –remata.
Dice “era” como si dejar de luchar fuese opción por aquí. Como si el trabajo o la salud pública estuviesen garantizados por los recursos que otros succionan del subsuelo desde hace décadas, sin dejarles más que contaminación y enemistades. Como si no hubiese tenido que crear, junto con varias vecinas y vecinos, el emprendimiento textil que hoy suma ingresos para sus familias.
A intervalos regulares, nos envuelve un estruendo que dificulta la conversación. Una motoniveladora trajina la calle esparciendo, como pavimento, rocas que otra máquina retira del lecho del río Arajuno. Varias gallinas flacas se alborotan y dispersan a cada paso del vehículo; testarudas, retoman su picoteo en el mismo sitio, hasta la siguiente estampida. Donde ellas se instalan queda el suelo reseco, sin rastros de hierba. Y no importa cuántas veces las espanten, volverán siempre. Igual que las petroleras.
Los enviados de Pluspetrol regresaron en 2021. Diana ya estaba al frente de AKAT. Los recibió donde ahora cuenta su historia. No ofrecieron nada diferente de lo mentido antes. Ella tampoco cambió el discurso: su gente había votado para expulsarlos y esa decisión era ley. A los agentes petroleros no les agradó la negativa tajante. Trataron de instalar el rumor de que la presidenta no quería el progreso de Arajuno, por eso rechazaba las inversiones de su compañía.
Frustrado ese plan, la amenazaron telefónicamente con ingresar a Oglán sin autorización, con apoyo de la fuerza pública. No cumplieron. Quizás porque saben que el tiempo, el dinero y las influencias juegan a su favor. Como las dudas ajenas: “Si decimos ‘no a la petrolera’, ¿qué apoyo van a tener nuestras comunidades?”, suelen preguntarse los comuneros. La dirigencia indígena querría tener respuestas concretas para esa interrogante. Mientras que el Estado, siempre ausente, la contesta con total discrecionalidad.
-A las personas que vivimos en territorio, el Ministerio del Ambiente nos mezquina los permisos de cacería, pero a las petroleras les da licencias ambientales enseguida. No les importa si la gente se enferma o muere por eso.
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Cuando el extractivismo interviene esas preocupaciones son constantes, incluso en áreas supuestamente protegidas por el propio ministerio, como CEPLOA. Mientras florecen tuberías, torres y maquinarias, la naturaleza alrededor se derrumba o se envenena. Y si la selva sufre también lo hace su gente, aunque haya quienes prefieren olvidarlo. Para estimular la conciencia sobre estos riesgos, el Consejo de Gobierno de AKAT buscó apoyo en los pueblos indígenas de Sucumbíos, que resisten hace décadas ante el ecocidio.
Eduardo Mendúa, líder de la comunidad A’i Kofán de Dureno y director de Relaciones Internacionales de Conaie, respondió al llamado. Visitó Arajuno en noviembre de 2022. Su narración acerca de los males del petróleo y la importancia de fortalecer las guardias indígenas concluyó con un presagio que Diana recuerda estremecida: “Mi vida está en peligro, compañera, tal vez sea la última vez que nos vemos”, le dijo. En febrero de 2023, desconocidos encapuchados lo asesinaron y huyeron. Tres hombres fueron procesados por ese hecho, pero la causa avanza con lentitud.
Para los pueblos y nacionalidades amazónicas, estos crímenes encierran pretensiones disciplinadoras. Hace pocos meses asumieron nuevas autoridades en AKAT. Diana no sabe si lograrán mantener a las petroleras fuera de Oglán. Teme lo contrario: que la impunidad y la corrupción abonen el miserable jardín donde crecen las flores secas del desarrollo.
-Me preocupé cuando mataron a Eduardo. He tenido miedo por mi familia y por mí, porque también estoy en contra de las petroleras. Pero como me dijo un amigo: “Si me matan, moriré con dignidad defendiendo el territorio”.
Su mirada húmeda, rebelde al dolor, se pierde en el cielo. Media docena de sombríos zopilotes alza vuelo. Bajo sus sombras acechantes, viva aún, la selva insiste en florecer.
“Me acuerdo que por acá había una vía que no iba para ninguna comunidad, y yo preguntaba a qué se debía. Mi papá me contaba que era de la compañía Shell, que había venido a hacer la exploración para sus pozos. Pero en esa época el petróleo estaba seco y tuvieron que irse”.
–Diana Tanguila
*Jorge Basilago, periodista y escritor. Ha publicado en varios medios del Ecuador y la región. Coautor de los libros “A la orilla del silencio (Vida y obra de Osiris Rodríguez Castillos-2015)” y “Grillo constante (Historia y vigencia de la poesía musicalizada de Mario Benedetti-2018)”.
Edición: Ginna Morelo / Alberto Ñiquen Guerra / Ela Zambrano.
Realización audiovisual: Andrea Moreno.
Diseño mapa estadístico: Santiago García.
Logística y asistente de fotografía: Leonardo Moreno.
Fotografías: Web de la revista “La Voz de la Confeniae” / Web del Gobierno Provincial de Pastaza / Facebook del Consejo Cantonal de Protección de Derechos de Arajuno / Facebook de la Comunidad del Milenio A’i Dureno / Cuentas de Facebook de las personas entrevistadas.