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domingo, noviembre 24, 2024

La pobreza intelectual y cultural de Latinoamérica

Por Régine Chiffe*

El confinamiento o la sociedad de claustro; la corrupción que se ha evidenciado en plena pandemia; y, la nueva esclavitud son temas analizados por Atawallpa Oviedo Freire, investigador del pensamiento y episteme indígenas, filósofo, periodista y caricaturista.

Atawallpa Oviedo.- ¿La pandemia ha evidenciado las grandes falencias y la pobreza en la región?

Cuando se habla de la pobreza de un país se hace referencia exclusivamente a lo económico, puesto como algo exclusivo y separado del resto que compone una cultura y una sociedad. Lo cual es relativo, sin embargo, si la pobreza es el común denominador en muchos aspectos es que esto es consecuencia de una situación estructural. En este sentido, la pobreza no solo es económica sino general.

Esta pobreza general se refleja en todos los estamentos sociales y la mayor pobreza es de quienes han dirigido un país, de aquellos que por esa condición le han conducido a dicha situación de pobreza general. Evidentemente, quienes dirigen al país no tienen una pobreza económica, sí una pobreza cultural, social, moral, ética, intelectual, lo cual  se visibiliza en lo que han producido, en el resultado.

La pandemia ha dejado vislumbrar, una vez más, el fracaso de las teorías y de las creencias que han construido lo que hoy es Latinoamérica. Ahí está la pobreza, o acaso se podría culpar de ello a los indígenas empobrecidos que eran ricos antes de que llegaran los conquistadores. Ningún cronista habla de que se encontró pobreza en América, todo lo contrario, mas bien se fueron llevando la riqueza económica producto de la riqueza cultural que ellos no pudieron ver. Entonces, la mayor pobreza es la pobreza epistémica y ontológica, esto es, cultural, de quienes se hicieron los dueños de Amerindia pasando a ser los nuevos ricos sobre sus milenarios guardianes que devinieron pobres.

La corrupción carcome a los Estados latinoamericanos

Se suele hacer referencia a los políticos y a lo público como los que dirigen un país, pero esto es una falacia. Quienes dirigen son las élites privadas, las que diaria y permanentemente tienen el poder de tomar las grandes y pequeñas decisiones en la vida corriente de una sociedad. Quienes llegan o aterrizan en lo público vienen de lo privado, ahí se han formado, para bien o para mal. Además, la corrupción que se produce en lo público es en contubernio con lo privado, es en acuerdo con los empresarios. Cuando lo privado está podrido, eso salta a lo público. Tenemos en Latinoamérica a una sociedad que ha sido empobrecida y corrompida por formas coloniales, cuyas élites utilizan cualquier medio para enriquecerse fácilmente y eso han aprendido los de abajo.

Entonces, el problema es esta sociedad que funciona en una lógica privada y no comunitaria, pensando primero en el individuo que en lo colectivo. Y son estas mismas élites las que demonizan al Estado, para no ir a la causa que está en la sociedad capitalista, individualista, antropocéntrica. Y mientras más dependiente es un país es más corrupto, pero la corrupción es en todo lado, de ahí el caos global en el mundo. En los países empobrecidos es mayor la corrupción que en las potencias, pero ésta, es consustancial a este sistema-mundo. Los que corrompen a lo público en los países dependientes son las grandes transnacionales privadas. Ninguna transnacional en el mundo puede decir que no corrompe a lo que ellos llaman el tercer mundo para adjudicarse los contratos, empezando por las corporaciones norteamericanas.

¿Qué quiere decir con dependencia?

Las élites de los países dependientes son incapaces de inventar, procrear, generar, solo se han dedicado a copiar y asimilar los productos, marcas, teorías, dogmas, que vienen desde los creadores. Su nivel intelectual es pobre y utilizan su inteligencia solo para implantar y sacar provecho de lo que viene ya dado de afuera. Y, en el mismo sentido, sus políticos, gerentes, profesionales, periodistas, todo. La pobreza en estos países, no solo se los ve en los barrios pobres económicamente (y en los que algunos son solidariamente ricos), sino, en los gobiernos nacionales y locales, en la asamblea, en los medios de comunicación masiva, en los institutos educativos, en las iglesias, en los comercios, en los restaurantes, en las fábricas, en todo.

Se observa a una población a la que se le ha enseñado a remedar los conceptos, creencias, valores, doctrinas que vienen de afuera, especialmente del primer mundo económico y político, sean de derecha o izquierda. No hay el interés por crear algo nuevo o diferente, a lo impuesto desde lo auto considerado gigante, mejor, más avanzado. Todo lo que llega, es digerido sin ningún reparo, sin cuestionar o poner en duda a las verdades exportadas, que son entregadas como únicas y superiores. Han creado un pueblo sumiso, pasivo, caritativo, de baja autoestima; un pueblo dedicado a copiar, plagiar, recopilar, insertar y no a reinventar, replantear, reconfigurar. Así son educados en los centros educativos, que son centros para la castración y adormecimiento de las capacidades y potencialidades innatas en cada ser humano.

¿La dependencia al imperialismo?

Que un país sea pobre en muchos sentidos, obedece a causas más profundas que la dependencia imperialista o de clase, y que tienen que ver con lo cultural. Lo que hoy se llama Latinoamérica surge desde la colonia, la que procedió a destruir a las culturas milenarias e impuso a la europea, la que en 200 años no ha logrado cuajar ni recrear algo profundo. Las ricas culturas indígenas en resistencia y el intento de reproducción o copia de lo rico europeo, a la final, le han empobrecido en forma general. Esta pobreza cultural de estos 200 años se refleja en todas sus partes y componentes, y que se visibilizan en el nivel de sus empresarios, profesionales, políticos, intelectuales, periodistas, artistas, deportistas, etc.

¿Hay una pobreza intelectual?

Esta pobreza cultural se traduce en una pobreza intelectual, lo que no quiere decir que no sean inteligentes, pues hay una inteligencia utilizada, pero destinada a introducir a rajatabla modelos culturales que no corresponden ni se ajustan a un proceso histórico de miles de años.

Entonces, ¿se necesita un cambio cultural?

Un cambio cultural es evidente, pero este no vendrá de afuera sino de las raíces propias, una cultura no se construye en doscientos años sino en muchos siglos. Tampoco se trata de inventar el agua tibia recreando una “cultura mestiza”, como ingenuamente lo quieren las élites. Teoría ésta, que también es repetida por casi toda la población, sin ningún reparo o análisis. No han sido capaces de construir un pueblo crítico, reflexivo, analítico. No se trata de imponer algo ajeno a la realidad histórica de un pueblo y un territorio, ni de lanzarse a nuevas aventuras, sino de aprovechar la experiencia acumulada de todo lo vivido. Y esto implica, el empezar desovillando, ampliando y profundizando en las grandes matrices milenarias de los pueblos originarios, dándoles el sitial y el reconocimiento como grandes culturas de la humanidad, las que hoy tienen las salidas al cambio climático y a la pandemia general de este sistema-mundo.

En su libro, La Sociedad del Claustro, ¿habla de lo que actualmente estamos viviendo con el confinamiento?

Así es. Lo publiqué hace un año, cuando no sabía nada sobre la pandemia, pero ya comprendía que vivíamos desde hace mucho tiempo en confinamiento, lo que definí como un encierro tipo claustro al ser algo voluntario. El encierro actual confirma y consolida lo que ya vivíamos, ahora solo se lo está normalizando conscientemente y legalizando más claramente. Actualmente ha alcanzado un nuevo nivel y un nuevo perfeccionamiento, pero no es algo que acaba de surgir y que sea consecuencia del coronavirus. La causa no es el virus. La pandemia solo ha dado paso a un confinamiento claro, y que se está convirtiendo en una “nueva normalidad” para aquellos que no estaban al tanto. En concreto, no hay ninguna nueva normalidad, ni un mundo después de la pandemia, solo la continuación, profundización y expansión del encarcelamiento milenario, anteriormente llamado esclavitud y hoy capitalismo, que al final son lo mismo, en que solo han variado los métodos y los niveles de uso y usufructo del trabajo humano y de la naturaleza.

¿Y por qué de claustro? ¿Por qué esta asociación?

Este encierro se vuelve similar al encierro que ciertos religiosos hacen en los claustros. Lo hacen voluntariamente porque consideran que de esta manera sirven mejor a su dios. Y la humanidad está haciendo lo mismo, el planeta se ha convertido en un  gran claustro, todos adorando al dios moderno: el mercado. Incluso, el antiguo hombre-dios de las religiones se lo consume para enriquecer a las iglesias, las que siempre han hecho de su dios una gran empresa. Es más, ahora también se tiene que pagar para ingresar a las iglesias católicas. El dinero es el dios que lo resuelve todo. El mercado es el dios del bien y del mal.

Pero, si la pandemia desaparece, ¿no hay más confinamiento?

Si se controla el covid-19, eso no significa que el confinamiento desaparezca, sino que será más real e incluso demandado, con el pretexto de que hay otros peligros. De hecho, la pandemia fue el gran pretexto que las élites encontraron para normalizar o naturalizar el aislamiento que ya existía y que la gente no era consciente. Ahora están un poco más conscientes, pero lo aceptan voluntariamente, convencidos de que es para su bien o para su beneficio. La pandemia fue solo el medio para acelerar el proceso gradual de confinamiento ya en marcha, fue necesario un retoque para que todos lo asimilaran y lo aceptaran. Para que todos crean que es el “nuevo mundo” después del encierro, y que la culpa residen en el virus y no en el capitalismo. Los “terroristas” políticos, religiosos, extranjeros, criminales y pobres, son los virus potenciales; de quienes es necesario alejarse y cada uno encerrarse en su fortaleza privada. Este autosecuestramiento es la aceptación voluntaria de este nuevo estilo de vida como justo, adecuado y positivo.

Algunos filósofos dicen que se acerca un Estado controlador, que vigilará todo lo que hacemos…

No estoy de acuerdo con estos filósofos, a quienes los medios de comunicación occidentales les dan mucha palestra de que el Estado vigilante es la nueva situación. No es el Estado, es el mercado el que lo observa todo, el que sabe cómo venderle todo, incluso lo que no necesitas y no quieres, convirtiéndole en un comprador compulsivo. El Estado mismo ya no es el dispositivo de control, esencialmente se ha reducido al sistema militar y judicial, ya que el gran dispositivo de control es el mercado globalizado. Por esta razón, la derecha ya no está interesada en un Estado grande como en los tiempos de los reyes y del capitalismo inicial, necesita el Estado mínimo para legalizar e instrumentalizar el mercado como un nuevo aparato de dominación. Todos viven para consumir, su único sentido de la vida es gastar. El dios del consumo es más que el Estado. El mercado ya no tiene bandera, nacionalidad o estado. Y eso no cambiará, solo las fuerzas represivas tendrán más poder. En todo el mundo, los presupuestos nacionales para educación, salud y vivienda se están reduciendo, pero aumentan de las fuerzas de confinamiento.

Las compañías de Big Data ya saben todo acerca de cada ser humano…

Es así. El sueño de Abraham de que el rebaño sea controlado por el Gran Hermano se ha hecho realidad. Ahora, los contemporáneos de Abraham ya tienen las herramientas tecnológicas para hacerlo más fácil, saben todo sobre cada ser humano, hasta el límite de que saben cuántos latidos tiene cada persona. Si saben eso, saben todo sobre la vida de una persona, una familia, un grupo, una sociedad. La sociedad panóptica es ahora una realidad más clara, todos confinados en el claustro, adorando al nuevo dios que cuida su vida de virus peligrosos de todo tipo que están escondidos en todas partes. Todo es normal. Todo está bien. Gracias.

Dice en su libro que el hombre de hoy es el mayor esclavo de toda la historia…

El miedo siempre se ha usado como la mejor arma para manipular a las personas, hoy el miedo a la pandemia se usa para mantener a todos encerrados, y se supone que estos hombres confinados son libres en el gran claustro y en el claustro personal. La esclavitud perfeccionada en su mejor momento. Todos los esclavos modernos creen que son libres, y agradecidos aceptan ser secuestrados en el claustro, trabajando para enriquecer al Gran Hermano. Esta sociedad es la más esclava de toda la historia humana porque no sabe que es esclava; porque vive encerrada, secuestrada, teletrabajando, como normal en la sociedad panóptica de claustro.

¿Cuándo nació esta sociedad?

La sociedad actual no nació con el capitalismo, sino que surgió en el patriarcado hace unos 6000 años y ahora solo se experimenta su plenitud. Las diferentes etapas, según el marxismo, de la esclavitud al feudalismo, de ahí al capitalismo, pasando al socialismo y finalmente al comunismo; son las diferentes etapas de perfeccionamiento de la esclavitud. En los primeros días de la esclavitud, eran necesarios los esclavistas y verdugos, luego ya no eran tan imprescindibles, se encontraron otros medios más sutiles, hasta que esta vez, cada uno se auto impone las cadenas o dependencias que quiere, se presiona y se castiga a sí mismo, tanto que hay quienes mueren por exceso de trabajo por auto imposición (karoshi). Antes, todos trabajaban para enriquecer a algunos reyes, hoy para un pequeño grupo de millonarios que están en la cúspide. Hoy, todos se inclinan para rendirles homenaje, les agradecen por cuidarlos de los diferentes virus y, como corolario gritan ¡Viva la Libertad!

“La pandemia solo ha dado paso a un confinamiento claro, y que se está convirtiendo en una “nueva normalidad” para aquellos que no estaban al tanto”.

Atawallpa Oviedo Freire


*Régine Chiffe, artista y escritora francesa.


 

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