La pandemia cuestiona con severidad los pilares de la democracia occidental y cristiana. Las heridas que la epidemia deja en el cuerpo político y social exponen la incapacidad de recuperación económica del mundo capitalista, por pérdida de la confianza en los gobernantes y por su extravío descomunal para enfrentar los desafíos de la reciente realidad. Los andamiajes del Estado sufren descomposición pandémica con alaridos liberales en retirada, repliegue casi criminal que no salva vidas. Pero los partidos comunistas gobernantes, manejan el momento con su buena práctica social disciplinaria.
Más que ciudadanos, hay súbditos y poco importa la vida de quien no sabe obedecer o de quien omite deliberadamente lo que el burócrata califica como responsabilidad, la consigna gobernante consiste en que todos colaboren. Tomar conciencia es sufrir en los refugios silentes del orden y comprender irreductiblemente la existencia en estado democrático, que no es otra cosa que acoger con agrado la militarización de la medicina y la medicalización de la milicia, sin atenuantes. “La pandemia es tentación autoritaria que invita a la represión”.
Demasiado pronto para hacer pronósticos y, sin embargo, no son los epidemiólogos sino los políticos de baja estofa quienes se aventuran a adivinanzas que anticipan la vigilancia totalitaria crónica. Raro darwinismo que le pone precio a la vida, desecha a los viejos y a los más débiles. Una verdad contundente: el sistema de salud pública que mantiene infraestructuras sociales no privatizadas edifican solidaridad y triunfan sobre el virus. Los regímenes de la democracia libre no saben qué hacer con el estado de excepción que les daña la economía y la privación de la libertad se traduce en cotidiana conducta de dominio que torna sus anhelos de libertad individual en verdaderos sueños de perro.
Pandemia de miedo y espanto. Miedo no solo a la epidemia, miedo a enfermarse, a morir, miedo a las penurias, a perder el trabajo, al quebranto existencial. Pero la pérdida de soberanía no se compensa con la estigmatización o humillación de los otros. La palabra clave del poder es dominio y la impotencia es un impulso salvaje que maltrata a los marginalizados que inyecta xenofobia para buscar y nunca encontrar culpables.
Así entramos en un nuevo momento electoral para América Latina y Ecuador, nuestro país con saldo en contra en salud y desventuras demostradas por la mala calidad de sus gobernantes. Por primera vez, se presenta una doble alternativa de posicionamiento de izquierda más refleja que objetiva. La “izquierda” populista y la izquierda campesina indígena se ponen al frente de una derecha que ya no puede o no quiere hacer algo con sentido de patria.
El movimiento indígena tiene la mejor opción y merece la inclusión política, la merece no solo por la insurrección de Octubre sino por su comportamiento extraordinario en la epidemia donde fue el sector más dinámico de la economía y el más solidario, nunca dejó de producir alimentos para los pobres y los asustados citadino. Los campesinos y los pescadores garantizaron la seguridad y la soberanía alimentaria. Una mujer del pueblo se expresa así en Guayaquil;…yo no quería votar por nadie ni nadie me convence, pero le voy a dar mi voto a Yaku porque mientras el pueblo moría y los burgueses se escondían en sus mansiones, mientras los correístas se escapaban por sus juicios de pillería y los políticos organizaban el robo sobre los cadáveres, solo los indígenas trabajaban produciendo, trasladando y vendiendo alimentos para el pueblo sin subir los precios…buena reflexión.
“La palabra clave del poder es dominio y la impotencia es un impulso salvaje que maltrata a los marginalizados que inyecta xenofobia para buscar y nunca encontrar culpables”.
*Tomás Rodríguez León, máster en gerencia de salud pública, especialista en salud y educación; magíster en epidemiología. Docente universitario.