Una novela criminal es un recorrido fascinante por la descomposición del poder en América Latina. Ambientada en México a partir de un caso real, la novela de Jorge Volpi puede ser extrapolada a cualesquiera de los países del continente.
El relato hace una disección del perverso entramada de corrupción y abuso que opera en función de intereses particulares de todo tipo. El aparato de justicia, la Policía, los empresarios voraces, los monopolios mediáticos y las autoridades políticas conforman un engranaje ilícito e inmoral donde son triturados los más elementales derechos humanos.
El montaje, ese dispositivo maquiavélico aplicado con fruición por todo régimen autoritario y corrupto, termina siendo el protagonista central de la novela. A su alrededor giran y se entrelazan pasiones, infamias, mentiras y ambiciones del poder. Como en una epidemia devastadora e incontrolable, a la primera ilegalidad le sigue una cadena interminable de falsedades, cuyo único propósito es justificar y oficializar las precedentes. Sobre una mentira se monta la siguiente, con tanta desfachatez que un caso de delincuencia común acaba provocando un incidente diplomático de envergadura.
Nada nuevo para nosotros, ecuatorianos, al calor de lo sucedido durante el correato. Los montajes urdidos fueron grandes en número y en vileza. Tal como en la novela, los atropellos judiciales han necesitado y necesitarán de años para ser desvirtuados por la justicia y por la opinión pública. El 30-S, los diez de Luluncoto, chucky-seven, Fernando Villavicencio, José Acacho….
No obstante, el desmontaje de estas farsas políticas no impide que quede sembrada la duda. Ese es, justamente, su propósito más tóxico: sostener las mentiras, aunque se vaya develando la verdad. Porque en toda sociedad queda materia para la especulación y la suspicacia. Los mecanismos de manipulación psicosocial son tan diversos como efectivos y los receptores son vulnerables.
Hoy, todavía hay gente que sigue creyendo en las mentiras montadas por el aparato de propaganda del anterior gobierno. No solo los incondicionales militantes del “proyecto”, sino los ciudadanos comunes y corrientes, a quienes les cuesta trabajo y vergüenza admitir que fueron engañados. Desde la simpleza de su honestidad ciudadana no entienden que hayan sido víctimas de semejante confabulación. Fácilmente acogen el argumento de los corruptos y violadores de derechos humanos, de que son víctimas de persecución política. De poco sirven las abundantes evidencias que a diario brotan como hongos.
Los montajes desde un gobierno autoritario no solo buscan apuntalar un poder espurio para perseguir a los opositores, sino sembrar miedo. Proyectan una imagen de inutilidad institucional. Sobre todo, generan total desconfianza en la administración de justicia. La sensación de indefensión corroe la convivencia social y, por lo mismo, va minando la capacidad de dar respuestas colectivas a los atropellos del poder.
Pero siempre habrá lugar para la esperanza. En el Ecuador lo estamos constatando con el desmontaje de varias farsas judiciales fraguadas durante varios años. Como en la novela de Volpi, la perseverancia permite abrir la puerta a la verdad.
*Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo.