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domingo, diciembre 22, 2024

Occidente, el gran derrotado

Por Samuel Guerra Bravo*

Hay certidumbres que surgen después de la victoria o la derrota en los campos de batalla, y hay otras que se perfilan desde antes de la guerra.

Si ustedes han tenido la oportunidad de ver cada mañana, desde antes que la guerra entre Rusia y Ucrania se destara, los noticieros tanto de Euronews (la cadena televisiva de la Unión Europea) como de Rusia Today, podrán coincidir con la segunda de las certidumbres mencionadas. Euronews enuncia las noticias, añade detalles que confirman el titular y da por descontado que han expresado la verdad que todos deben acoger. RT enuncia las noticias, aporta detalles que confirman el titular y luego se preocupa expresamente de exponer el horizonte de justificación que hace que sus noticias sean o puedan ser verdaderas. Euronews afirma taxativamente, impone criterios, sus pruebas son siempre cercos contra una posible comprensión o interpretación distinta por parte del observador. Rusia Today entrega comprobaciones sin cercar la comprensión del observador; éste puede coincidir o dudar con lo expuesto en la pantalla, pero no se siente forzado a coincidir con lo que ha escuchado.  No es una casualidad que RT cuadruplique al canal de la Unión Europea en el número de televidentes.

Una observación desprejuiciada y que rompa con las deformaciones ideológicas que Occidente ha creado en quienes estamos en esta parte del planeta, pone en nuestras manos elementos de juicio que, si los pensamos un momento, nos llevan a certidumbres dolorosas: una de ellas, quizá la fundamental, es la irracionalidad en la que ha desembocado la divinización de la Razón por parte de Occidente. La razón, la racionalidad, es aquello que nos define como humanos, pero convertida en arma de poder y en aparato de guerra fría, caliente, o ideológica, desemboca en la irracionalidad.

Podría hacer aquí un excursus que partiendo de la afirmación “la guerra es el origen de todo” (Heráclito: siglo V a.C.), continúe con el principio “El ser es, el no-ser no es” (Parménides: siglo V a.C.), avance con el Ser como principio metafísico y fundamento de lo existente (Aristóteles: 384-323 a.C.), siga con la metafísica medieval (Santo Tomás: 1224-1274), y termine con la “diferencia ontológica” (predominio del Ser sobre los entes) de Heidegger (1889-1976). Pero esto lo dejamos para otra ocasión.

Digamos, solamente, que Occidente encontró en la prevalencia del Ser sobre el No-ser su fundamentado teórico. ¿Parece lógico, verdad? Solo que el No-ser aludía a los bárbaros (en tiempo de los griegos), a los esclavos (en tiempo de los romanos), a los indios americanos (en la conquista española), a los proletarios (en la revolución industrial), a los judíos (en la Alemania nazi), a las mujeres, marginales y excluidos de toda clase (en los tiempos actuales). El No-ser no representaba la nada, lo que no existe, sino lo que no alcanzaba la “dignidad” del Ser, la racionalidad, la cultura, la organización social, la política del Ser, encarnado en/por el imperio de turno. El Ser se había transformado en un Poder que organizaba, no solo la vida económica, social, política, cultural, sino la realidad toda (incluida la Naturaleza, que luego sería explotada y depredada hasta crear el desastre climático actual). El Ser como Poder estaba y está en las legislaciones de los grandes imperios antiguos y actuales y, en las manos de familias, élites o clases gobernantes.  Tales imperios organizaban y organizan el mundo y la vida según sus intereses y conveniencias y recurrían y recurren al sometimiento violento cuando alguien (individuo, grupo, partido, sector social, país) criticaba o intentaba desprenderse de los intereses imperiales.

El imperio actual que pretende gobernar el mundo, que hace la guerra directamente (Irak, Siria, Libia, Afganistán…) o manipula a sus aliados (entre ellos, La Unión Europea, autoconsiderada como centro de la civilización occidental) para que la hagan en su nombre (que queda estratégicamente protegido bajo principios universales, como los de Libertad, Progreso, Democracia…), se sustenta en el Ser. En el dominio del Ser. En la violencia del Ser. En la hegemonía del Ser. Ello le ha permitido cercar con bases militares u “organismos de defensa” (OTAN) a un país (Rusia) que basado en sus propias posibilidades se ha convertido o se va convirtiendo en una potencia que, supuestamente, podría desafiar la hegemonía norteamericana.

Los meses anteriores al desate de la guerra, Rusia buscó por todos los medios diplomáticos que Occidente garantizara su seguridad impidiendo el ingreso de Ucrania a la OTAN. Porque eso significaba tener un país con armamento nuclear en la puerta de su casa.  El imperio del Norte y sus aliados europeos lo impidieron, porque la incorporación de Ucrania a la Unión Europea y su ingreso a la OTAN constituían la demostración de su Poder, de su hegemonía, de la Razón occidental, del fin de la historia que  asignaba a Occidente la misión de irradiar por el mundo la Libertad y la Democracia.

La prepotencia que anida en el autoconvencimiento de Occidente de que sus principios civilizatorios son universalmente verdaderos y de que tiene la misión de imponerlos con cualquier medio (conquista, sometimiento,  sanción, bloqueo, etc.) a nivel mundial, ha sido desafiada con la guerra de Rusia contra Ucrania. El desafío no proviene de un país pequeño que puede ser doblegado a base de bombas, proviene de una potencia nuclear, de un semejante en posibilidades bélicas. Y eso es lo nuevo: la negativa de un país eslavo a someterse a los designios geopolíticos de Washington y al expansionismo de la OTAN en Europa.

Esta guerra, lamentable como todas las guerras, simboliza algo que se viene percibiendo desde hace tiempo y no se lo quiere aceptar. Algo que fue teorizado hace décadas por Oswald Spengler y Edmund Husserl: la decadencia de Occidente, no solo como potencia militar y política, sino sobre todo como civilización eurocentrada y como paradigma universal de libertad y progreso.

La guerra de Rusia contra Ucrania demuestra, más allá de la guerra y sea cual fuere el resultado de esta, que la pretensión norteamericana de un mundo unipolar constituye una manifestación del ocaso de la racionalidad occidental, omnipotente, racista, sexista, excluyente, que desvaloriza otros modos de comprender el mundo (basados no solo en la razón, sino también en la intuición y la voluntad) y se empeña en limitar, someter u oprimir a países o pueblos que pretenden construir su propia historia.

 

Una de ellas, quizá la fundamental, es la irracionalidad en la que ha desembocado la divinización de la Razón por parte de Occidente. La razón, la racionalidad, es aquello que nos define como humanos, pero convertida en arma de poder y en aparato de guerra fría, caliente, o ideológica, desemboca en la irracionalidad.


*Samuel Guerra Bravo es investigador independiente. Ha sido profesor de la Escuela de Filosofía de la PUCE. Autor de libros y artículos de su especialidad.

 


 

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