Por Esteban Daza* / Nota publicada originalmente en: www.ocaru.org.ec
En tiempos en los que nos acecha el capital a través de su violencia neoliberal, miles de mujeres y hombres con temple de páramo y vestidos de tierra, irrumpieron en aquella indignación popular condenada al silencio, la liberaron. Son los hijos del levantamiento indígena y de las resistencias al ALCA de fines del siglo XX, son de agua y semilla pero también de asfalto y redes sociales.
No vinieron por demandas sectoriales, les conmueve la materialidad apocalíptica del fin de los tiempos provocada por la acumulación y el individualismo; no llegaron para formar comisiones sino para luchar por un mundo distinto. Su asedio a la dictadura del capital no sólo logró revocar medidas económicas antipopulares, nos han devuelto la fe, la voluntad y la pasión. Nos enseñaron que hay una mística que sostiene la revuelta.
Reencantaron la rebelión; el parque del Arbolito –en el centro de Quito– fue declarado territorio de pueblos y nacionalidades mientras toneladas de gas lacrimógeno impedían la respiración y la visión, los alrededores de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, no sólo significó el campo de batalla, fue el valle que resignificó las solidaridades, allí se volvió a encontrar el campo popular.
Aunque la señal de telefonía celular “extrañamente” era bloqueada impidiendo la circulación de la comunicación en tiempo real, la empatía y la voluntad de estudiantes y profesores, trabajadores y trabajadoras, colectivos feministas, LGTBI, artistas y músicos, médicos y alumnos de medicina y de primeros auxilios, madres de familia, desempleados y migrantes, encontraron los canales para articular la movilización.
Octubre mítico reconstituyó el compromiso revolucionario, es posible –nuevamente– decir que somos de izquierda, de una izquierda que se rehace desde los márgenes, nutrida de la sabiduría de las luchas históricas y que se conmueve ante la solidaridad y la energía de las nuevas generaciones.
De esta izquierda que restablece su mística en lo popular e indígena, en la resistencia obrera, anti-patriarcal y feminista, que reconoce los derechos de la naturaleza y en los campesinos y campesinas la soberanía alimentaria. Una izquierda que rechaza la política como un mero acto administrativo y la recupera como trama de la Historia.
“En las épocas de crisis, la política ocupa el primer plano de la vida”[1], es el ejercicio del “arriesgado combate por valores supremos”[2]; esa fue la tarea de la rebelión indígena y popular de octubre frente a un gobierno que desbordado por éste sentido de la política se ha declarado racista y reaccionario.
El Estado del capital actuó con la más implacable violencia, los ministros del escarmiento movilizaron su estrategia de represión estructural, hombres y mujeres heridas, apresadas y judicializadas…, muertes; instalaron el discurso de la guerra y la seguridad, los gremios empresariales se pronunciaron a favor de la agresión de la fuerza pública, mientras los medios masivos de comunicación reconstruían el imaginario del indígena salvaje y manipulado.
Las derechas mostraron su lado más arrogante, xenófobo y racista, se amurallaron, parecía que vivíamos lo que José María Arguedas narró para Hugo Blanco sobre sucesos en la toma del Cusco:
¿No tomaste el Cusco como me dices en tu carta, y desde la misma puerta de la catedral, clamando y apostrofando en quechua, no espantaste a los gamonales, no hiciste que se escondieran en sus huecos como si fueran pericotes muy enfermos en las tripas?
–José María Arguedas, Cartas de Hugo Blanco con José María Arguedas
Los cívicos de Quito y el burgomaestre de la ciudad desde su visión atrofiada del patrimonio se condolían ante las pérdidas irreparables del centro histórico. Pero, ¿no fue la fuerza pública quien cercó el casco patrimonial con alambre de púas y las tanquetas del ejército y los vehículos antimotines los que circulaban por las aceras coloniales?
Avanzaban los días, la rebelión se sentía y conquistaba distintos sectores y territorios del país; el gobierno entró en pánico, su actitud de hacendado le llevó a ofrecer “modernos huasipungos” a los indígenas que luchaban en Quito: perdonar deudas, proyectos de desarrollo rural, semillas y agrotóxicos. El Presidente decía ser su amigo y que un día los aprendió a querer, que reconocía que ellos no eran los agresivos, que la violencia estaba infiltrada.
La rebelión se mantenía y elaboraba sus propias estrategias en medio de la represión, las redes sociales y los medios comunitarios y alternativos informaban los acontecimientos, grandes cantidades de alimentos y frazadas llegaban a los centros de acopio, cocinas comunitarias alimentando a miles de personas, y al mismo tiempo la comunidad internacional advertía las violaciones a los derechos humanos, se desarrollaban movilizaciones en Europa y América y cientos de pronunciamientos respaldaban el levantamiento.
En la mesa de diálogo las escenas de violencia contra el movimiento popular e indígena se volvieron a mostrar, sin embargo, el engaño y la manipulación no doblegaron la consigna de los sectores populares, denunciaron la injerencia del Fondo Monetario Internacional y pusieron un alto a la violencia capitalista, al mismo tiempo que anunciaban que las medidas antipopulares permitieron el retorno y rearticulación de las fuerzas de izquierda, que el proyecto de modernidad aún esta en disputa, que está abierto, que existen propuestas, el estado plurinacional y una política económica distinta.
El levantamiento terminó, cayó el decreto # 883, pero el Estado siguió reprimiendo con la misma violencia, judicializó la protesta y la comunicación alternativa; se queja de su antecesor pero gobierna con los mismos métodos, acusa al gobierno anterior de la crisis pero administra la política económica con las élites que se fortalecieron durante la década pasada.
Nos hablan de paz para enterrar la leyenda, persiguen la movilización social para destruir el símbolo, invocan la democracia para incinerar las pruebas, pero los acontecimientos de octubre, la experiencia histórica que emerge a saltos, reconstruyó el mito de la liberación de los pueblos. Se ha reinventado la mística de la revuelta, el retorno al compromiso y la voluntad por la transformación del mundo.
“Somos de izquierda, de una izquierda que se rehace desde los márgenes, nutrida de la sabiduría de las luchas históricas y que se conmueve ante la solidaridad y la energía de las nuevas generaciones”.
*Esteban Daza, director del Observatorio de Cambio Rural (Ocaru).
[1] Mariátegui, José Carlos; Arte, Revolución y Decadencia; Lima, Amauta 1959.
[2] Lowy, Michael; Comunismo y religión: la mística revolucionaria de José Carlos Mariátegui; Barcelona, Yulca. 2015.