Hace unos días en el sur del Ecuador comenzó la producción del primer proyecto minero a gran escala. Los impactos son gigantes, sobre todo para las mujeres del lugar. Visita a una parroquia donde la industria extractiva no solo desbrozó el bosque nativo sino también el tejido social de la comunidad.
…Toda persona deberá tener acceso adecuado a la información sobre el medio ambiente de que dispongan las autoridades públicas, incluida la información sobre los materiales y las actividades que encierran peligro en sus comunidades, así como la oportunidad de participar en los procesos de adopción de decisiones…”
Declaración de Río, año 1992, sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo
Tundayme, Ecuador. – “Con las máquinas es como con las mujeres: ustedes saben cómo tratarlas, pero háganlo con más cuidado”. El uniformado se paró frente a los hombres del Cuerpo de Ingenieros del Ejército y les regañó por el trato a las máquinas, arriba, en la montaña de la Cordillera del Cóndor. Son las cinco treinta de la madrugada, de las últimas semanas de mayo, y las dos filas de hombres, vestidos con chalecos naranjas y cascos de plástico, están más o menos en línea. Algunos de ellos de buen humor, otros todavía viajando por los sueños.
La formación mañanera tiene lugar en las gradas del nuevo parque de la parroquia Tundayme, a unos pocos kilómetros del proyecto minero Mirador, ubicado en la provincia de Zamora Chinchipe al sur del Ecuador.
El césped fue recién puesto, igual que el polideportivo y las cuatro letras gigantes en la entrada – ECSA. El parque no representa a Tundayme sino a la minera China: Tongling – CRCC, en Ecuador con el nombre de Ecuacorriente S.A., empresa estatal del país asiático, conocida como ECSA.
De repente un pequeño grupo junta sus pies con un golpe y se aparta del resto. “Vamos a comer”, dice uno y se dirige hacia el restaurante en la esquina. Le espera café, huevos fritos con arroz y presas de gallina. Las únicas mujeres que se ve en Tundayme por la madrugada son las cocineras en camino hacia su trabajo. La calle está dominada por los hombres. Algo que no cambia mucho durante el día.
Mirador, uno de cinco proyectos “estratégicos”
Mientras los chalecos naranjas van a desayunar, los empleados de los contratistas y subcontratistas prenden los motores de sus camiones y volquetas. Por la calle principal pasan buses amarillos y camionetas cuatro por cuatro con más chalecos naranjas y caras apagadas. Sobre la vereda se sienta un grupo de hombres, tomando cerveza, riéndose y hablando en chino.
La mina de cobre es el eje central del aparataje de motores que se están prendiendo esta mañana. El Proyecto minero Mirador, el primero a gran escala del país con $2.015 millones de inversión, es uno de los cinco proyectos “estratégicos” en el Ecuador. Los otros cuatro son:
- Fruta del Norte: ubicado en la parroquia Los Encuentros, provincia de Zamora Chinchipe. Metales encontrados: oro y plata. Inversión: $1.240 millones. Empresa a cargo: Lundin Gold (Canadá). Fase de construcción: se prevé que el último trimestre de 2019 inicié la producción de oro.
- Río Blanco:ubicado en las parroquias Molleturo y Chaucha, en la provincia del Azuay. Metales encontrados: oro y plata. Inversión: aprox. $90 millones Empresa a cargo: Junefield Ressources (Ecuador/China) Fase de construcción: el proyecto está suspendido por una disposición de un juez civil de Cuenca, Azuay.
- Loma Larga:ubicado en las parroquias Chumblin, San Fernando y San Gerardo, Provincia del Azuay. Metales encontrados: oro y plata. Inversión: $432 millones. Empresa a cargo: INV Metals (Canadá). Fase de construcción: el proyecto está frenado por una consulta popular en Girón –cantón afectado – de marzo 2019, donde una gran mayoría, dijo: no al proyecto.
- San Carlos Panantaza:ubicado en la parroquia San Miguel de Conchay, provincia de Morona Santiago. Metales encontrados: molibdeno, plata, oro y cobre. Inversión: $3.032 millones. Empresa a cargo: ExplorCobres S.A. (Canadá). Fase de construcción: exploración avanzada.
Ecuador, según el plan, se debe convertir en un país minero y Mirador es el proyecto más avanzado. La semana pasada arrancó la fase de explotación y a partir de diciembre iniciarán la producción a pleno. Se extraerán 1. 200 toneladas de cobre diariamente. El impacto ambiental que genera la mina es enorme: 1.400 hectáreas de bosques desforestados, fuentes de agua contaminadas y el desvío del río Tundayme. La Cordillera del Cóndor se va a explotar durante al menos 30 años.
“La violencia es parte del extractivismo”
Mirador no solo cambió la geografía del lugar sino también la estructura social: donde llega la industria extractiva llegan hombres y máquinas, viene ruido y contaminación, hay velocidad y vértigo. Hasta el año 1991, Tundayme ni siquiera tenía luz eléctrica. Hoy en día hay dos bares, varios restaurantes y hospedajes, al menos un prostíbulo en la orilla del Río Zamora y muchas personas de otros sitios: con otras conductas, percepciones y valores.
Durante nuestra visita, un vecino nos cuenta que un día le gritó un contratista chino por unos detalles en el trabajo. “Ahí agarré un caño que estaba en el suelo y le dije, que se calle y que me pague lo que corresponde. Los chinos solo funcionan con gritos y amenazas”. Un criterio que se comparte entre los ecuatorianos que trabajan en Tundayme. Ninguno habla bien de los chinos, menos las mujeres.
Ellas son las más afectadas por la masculinización y la motorización de la zona. La industria extractiva les quitó la base de su sostén -tierras, animales y casas, mayormente mantenidos por ellas- y se vieron expuestas a las docenas de hombres que viven frente a sus casas, que les silban en la calle o las acosan en el almacén.
“Los delitos sexuales como la violación, el abuso, el acoso y el estupro son parte del extractivismo”, dice Cecilia Borja, investigadora de la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos (Cedhu) que estuvo varias veces en Tundayme. Ella, citó durante la jornada La salud en tiempos de Megaminería a principio de julio en la Universidad Andina Simón Bolívar, varios testimonios que evidencian el aumento de la violencia contra las mujeres en la parroquia. “El extractivismo – dice la investigadora – refuerza los roles de género como un impacto en las vidas, cuerpos y derechos de las mujeres, debido al ejercicio de las relaciones patriarcales con vulneración a sus derechos como participación política, salud, educación, alimentación y trabajo”.
Ya en el 2017 diferentes organizaciones sociales del Ecuador, refiriéndose al proyecto Mirador, indicaron en el informe Herida abierta del Cóndor que “el acoso sexual a los que están sujetas las mujeres (…) forma parte de los imaginarios patriarcales que se potencian con la penetración de la minería, en los cuales tanto la naturaleza como los cuerpos -y en particular, los de las mujeres- aparecen como espacios cosificados, apropiables y sacrificables”.
Cuerpos de las mujeres como armas
Un ejemplo emblemático ocurrió durante el desalojo de San Marcos, un barrio de Tundayme. Fue el 30 de septiembre del 2015 cuando una mujer, frente a su propia casa en proceso de demolición, preguntó a un empleado del operativo dónde podía dejar la madera, “porque yo no tengo a dónde ir”. ¿Qué tal, respondió este, si lo vamos a dejar en mi lote y hacemos la casita y vivimos los docitos juntos?
La mujer contó este episodio en una reunión de la Comunidad Amazónica Cordillera del Cóndor Mirador (Cascomi), un grupo de oriundos, crítico con el proyecto minero. Le caen lágrimas, porque no entiende que en un momento tan doloroso se le haga semejante oferta. Una propuesta que a la investigadora Cecilia Borja no le asombra, “en un contexto de conflicto minero, el cuerpo de las mujeres es considerado arma para atemorizar a la población. (…) en consecuencia las mujeres cargan con la culpa sexual, son revictimizadas y sometidas a maltratos”.
Pesadillas por la noche
Elvia de Jesús Arévalo Ordóñez es miembro de Cascomi y vivió el desalojo de San Marcos a través de su padre de 81 años. No solo le demolieron la casa sino también se llevaron sus pertenencias. La denuncia en la Fiscalía fue archivada el año pasado, las cosas siguen sin aparecer.
Elvia Arévalo nació en San Marcos, cuando todavía no había camino para llegar al lugar. Sus padres viajaban a caballo para vender panela y aguardiente en los pueblos cercanos. Hoy en día la ingeniera comercial trabaja en una institución pública y vive en Gualaquiza, la ciudad más próxima, a unos 25 kilómetros de Tundayme. “Pero nuestro núcleo -cuenta ella- siempre fue San Marcos”. Ahí se reunían para las fiestas, meterse al río o simplemente pasar el fin de semana. Hasta el día del desalojo su papá era dueño de varias vacas. Hoy vive junto a su mujer en la casa de Elvia y en las noches sufre pesadillas.
Encerradas en las casas
Tundayme ha cambiado, las pocas mujeres que se ven en las calles -y solo de día- caminan desconfiadas, evitando cualquier movimiento que podría llamar la atención de los hombres. Hay un aire de miedo en la parroquia, de inseguridad y de opresión. Eugenia Flores, cuyo nombre lo modificamos por cuestiones de protección, a pesar de que nació en Tundayme ya no reconoce su lugar. “Salgo muy poco de la casa”, cuenta mientras mece a uno de sus hijos. “Además cuando ladra el perro toca ir a ver. No es como antes cuando dormimos con las puertas abiertas”.
Eugenia trabaja hace años para la empresa minera, pero no le gusta la situación que hay en el pueblo. “Antes tuvimos gallinas, cerdos o cuyes para vender y comprar arroz, ahora hay tanta vecindad que ni queda espacio para sembrar o tener animales. Y la mensualidad tampoco rinde”. Eugenia se peleó con sus padres y hermanos, como muchas otras familias, por la mina. Algunos querían que ingresé la mina como ella, otros no. “Claro, se extraña los baños en el río y ver todita la fila de ganado en el cerro que seguía el camino. Ahora nos quedamos aquí adentro con nuestros teléfonos porque ya no hay más que hacer”.
Eugenia ha escuchado de la violencia que aumentó en su parroquia: que va desde de los intentos de secuestrar niños, de los robos de los cilindros de gas, de la bulla en los bares y las peleas a piedrazos hasta incluso tiros que vuelan por el aire. También escuchó del apuñalamiento del último día, pero como vive entre la mina y su casa, no conoce los detalles.
Otros vecinos confirman los temores, sobre todo alrededor del Billard, un galpón con karaoke, mesas de pool y un urinario a la vista. Los que gastan su plata ahí son hombres; las que ganan, las mujeres: o sirviendo tragos o sentadas al lado de los clientes. Muchas de ellas son jovencitas de otros lugares y se han quedado en el pueblo, después de que el primer hombre las abandonó.
El Billard es como su mercado de trabajo y lo que venden es su cuerpo. La bulla en el bar, así nos cuenta un vecino directo, empieza a la una de la tarde y termina recién a las cinco o seis de la madrugada. “No hay momento de descanso”.
La policía local confirma la mayoría de las observaciones de los lugareños, pero el teniente político, Diego Maxi, destaca que las denuncias son “mínimas” y dentro del “grado establecido”. Diego ve en el crecimiento de la población el problema, “además” -escribe en un mail- no olvidemos que estamos cerca de un proyecto minero para el cual miles de trabajadores hacen ingreso y esto aumenta el índice delictivo”. A fines de mayo, Diego convocó a una reunión para tratar temas de seguridad, “algo que siempre se hace”. La conclusión de la cita fue: se deben implementar medidas de prevención y corporación institucional. El presidente de la parroquia de Tundayme no respondió a nuestras solicitudes de entrevista.
Vecinos que creyeron el cuento
Los antecedentes de lo que está pasando hoy en día en Tundayme fueron compras engañosas de tierra, desplazamientos de barrios enteros, destrucción de casas y secuestro de tenencias personales, como en el caso del padre de Elvia Arévalo. Las persecuciones siguen hasta hoy en día, sobre todo en contra de los miembros de Cascomi. Incluso la lucha cobró la muerte de un defensor del territorio. El cuerpo de José Tendetza, líder shuar de la comunidad Yanua Kim, un abierto crítico del proyecto minero, se encontró flotando en el río Chuchumbletza, con rastros de golpes y estrangulamiento. El asesinato pasó a fines del 2014, las heridas siguen abiertas hasta hoy en día.
Muchos de los nuevos habitantes de la parroquia no conocen estas historias, como Lida Cordero, que recién hace unas semanas se enteró de la muerte de Tendetza. “Claro – dice – en la tele nunca te cuentan toda la verdad. Yo solo vi que la compañía da dinero para arreglar el pueblo, pero estando aquí uno se da cuenta que la realidad es otra. Ni las calles están hechas, cada líder que antes estaba en una marcha de protesta, le acomodan su puesto de trabajo y desaparece”.
Lida vino hace un año y medio desde Loja junto con su familia. Puso una tienda de víveres pensando que le iba bien en Tundayme. Creyó en el cuento de la tele, sin saber que arriba, en la entrada de la mina donde vive una gran parte de los trabajadores chinos y ecuatorianos, hay de todo. “Nosotros ecuatorianos nos beneficiamos muy poco de la mina”, dice y revela su enojo: “Los chinos roban horas y trabajo y a los nuestros los liquidan después de tres meses para ver si le dan tres meses más”. Su marido, operador de una cavadora, trabaja hace poco en la mina: 22 días seguidos, 8 días de descanso.
En ese momento entra una mujer en chancletas y se lleva una bolsa con platos de plástico ¿Me lo anotas? Lida saca una lista y pone al lado del nombre un número. “Esto es normal”, dice. Muchos de los que compran acá tienen deudas y las pagan al final del mes. Y se vuelven a endeudar enseguida, no solo con ella.
Lida Cordero es una de los pocos habitantes de Tundayme que no tiene miedo de revelar su nombre. La mayoría de las personas que hemos entrevistado prefieren el anonimato, otros ni siquiera nos hablaron. A las reuniones parroquiales asisten solo los que no tienen que ver con la empresa o quienes no tengan una crítica. Temen revelar su percepción y ser despedidos al día siguiente.
“¿Vos sos anti-minero?”
Nos dirigimos a la casa de techo azul, en la entrada a la parroquia, donde ECSA tiene sus oficinas. Nuestra solicitud de una entrevista fue ignorada por la responsable de comunicaciones, Dunia Armijos, indicándonos que en julio -o sea la semana pasada- se iba a realizar un recorrido por Mirador, junto con otros periodistas. Estando frente a sus oficinas insistimos en querer hablar con los encargados y sorprendentemente al día siguiente nos hacen pasar.
Al lado de la recepción, apoyados en un estantería, lucen los premios que ganó ECSA y su gerente de relaciones comunitarias, Jun Zhu: por sostenibilidad, proyectos sociales y no sé qué. Una ecuatoriana está barriendo las cerámicas blancas del piso y alguien recién fumigó las oficinas contra cucarachas. El olor es tajante, la respiración difícil, pero al parecer no para los cuatro representantes de la empresa –todos latinoamericanos, entre ellos Dunia Armijos- que están sentados en sillas negras de plástico. No siento nada, dice el mayor de los cuatro, mirando desconfiado al periodista, y antes de empezar la conversación pregunta: “¿Vos sos anti-minero?”
Queríamos grabar la conversación, sabiendo que vamos a tocar temas delicados, pero no hubo caso. Sin autorización de los abogados, ECSA no deja grabar. Por lo tanto desistimos de replicar los detalles de la reunión. Lo que sí se puede revelar es que el miedo y la desconfianza que se siente en la parroquia también se sienten dentro de la empresa minera. Apenas se toca un tema, uno de los cuatro se justifica.
La muerte de José Tendetza: No pasó en el entorno a la empresa.
La destrucción del ambiente: No fue nuestro objetivo.
Ausencia del Estado: Nos vemos como colaboradores.
Cascomi: Muchos de ellos no son de acá.
Dos frases de la conversación en las oficinas fumigadas de la empresa minera quedan para los nietos de la parroquia: Los que trabajamos acá en la empresa somos humanistas y hay que asumir la diversidad de humanos y considerar las diferentes versiones de la realidad.
¿Cómo explicar “las diferentes versiones de la realidad” a alguien, que fue desalojado violentamente de su tierra?
Persecución de la comunidad
William Arturo Uyaguari Guamán es una de las 140 personas que fue desalojado en el 2015 por la fuerza pública y los empleados de la empresa. El presidente de Cascomi está parado frente a las piscinas de sedimentación de ECSA, mirando al lugar donde antes vivía con su familia. El hombre de 38 años perdió en poco tiempo una vida entera: primero a sus padres y a un sobrino, arrastrado por el Río Kymy en un diluvio y circunstancias poco claras, después las casas familiares en San Marcos. “Ahí vivíamos”, dice William y apunta con su brazo a las piscinas de relave, esos gigantescos depósitos que se usarán como almacén de desechos tóxicos. Mientras a su espalda se ven subir y bajar los camiones y las volquetas con una velocidad desconocida, cuenta que el solo venir acá le duele en el alma.
William Uyaguari manifestó desde el inició en contra del proyecto Mirador. Con todas las consecuencias. Hace poco lo llamaron por línea fija a su casa, preguntando por él y eso que él jamás le dio ese número a nadie. Son métodos de persecución conocidos en entornos de proyectos extractivos. En la Fiscalía pusieron hasta una denuncia contra William por haber encontrado cuatro armas en su casa, sin prueba alguna, “para justificarlo colocaron una foto de otra casa”, cuenta el campesino. Acción Urgente, un fondo feminista de Colombia, destacó en un informe del 2016 que “debido a la magnitud de los intereses y de las inversiones en juego en el marco de las industrias extractivas, las defensoras y defensores de la tierra suelen ser objeto de múltiples ataques perpetrados con el fin de neutralizar su labor”. Y Amnistía Internacional asegura hace años que en América Latina las personas que luchan contra la impunidad, las que trabajan en pro de los derechos de las mujeres o las que se centran en cuestiones de derechos humanos relacionados con la tierra, el territorio y los recursos naturales siguen corriendo peligro. A estos datos hay que sumar la criminalización de la protesta de parte del Estado ecuatoriano, fomentado durante el gobierno de Rafael Correa (2007-2017) y vigente hasta hoy en día.
Elvia Arévalo, la ingeniera comercial que vive en Gualaquiza, está al tanto de los acontecimientos en la zona. Como parte de Cascomi, con sus más de cien miembros, se reúne una vez al mes en Tundayme para intercambiar observaciones e impresiones. En unas de estas reuniones una vecina shuar reveló que un trabajador de ECSA, oriundo de Gualaquiza y ya abuelo, le pidió un día a su hija, una chica de apenas 13 años. La madre estaba indignada, ya que el hombre es padre de familia y la esposa trabaja en el municipio de Gualaquiza. Es por eso, le explicó el vecino, en Tundayme quiero estar con tu hija, en Gualaquiza con mi familia. Al parecer no le ofreció dinero, se acuerda Elvia, “pero es evidente que quería abusar de la situación económica de la familia, sabiendo que tiene muchos hijos y que desde la llegada de la minera están viviendo en la pobreza”.
La lógica del capital en combinación con estructuras patriarcales crea historias como esta. Además, Zamora Chinchipe es unas de las provincias, donde las mujeres sufren más violencia sexual en todo Ecuador. La violencia que vive Tundayme, confirma Elvia Arévalo, no es de ahora. “Siempre hubo, pero quizás ahora se está agudizando”. Lo que falta, dice, no es tanto la educación sino tomar consciencia de lo que está pasando. “Las mujeres de la región tienen que empezar a empoderarse, ya no es que tienen que aguantarse porque el macho tiene más fuerza física. Tienen que denunciar”.
Cecilia Borja, la investigadora del Cedhu, recomendó durante su exposición en la Andina, que el Estado atienda a la población afectada por la minera del Cóndor, con mecanismos de prevención y con énfasis en las desigualdades de género. Además para ella es fundamental, que desde la sociedad, las comunidades afectados por el extractivismo y desde el Estado se piense en “alternativas a este modelo de desarrollo que ocupa y explota los territorios, que violenta sistemáticamente los derechos humanos y de la naturaleza para crear modelos sostenibles, anti patriarcales de una convivencia respetuosa con los derechos humanos”.
Lidiar con las consecuencias de mañana
Desde la concesión minera en 2012, Cascomi ha presentado varios recursos jurídicos para evitar y frenar la vulneración de derechos humanos. Sin embargo, la respuesta del sistema judicial ha sido negativa, pero la comunidad es perseverante en la defensa del agua y su territorio.
A inicios de 2018, Cascomi presentó una acción de protección, acusando a la empresa minera y al Estado ecuatoriano de haber violado su derecho a la consulta previa y su derecho a la vivienda digna. Un año después, un juez de la Familia y la Niñez negó el recurso argumentando principalmente que los miembros de Cascomi no son “indígenas ancestrales”.
Ahora, el pasado 10 de julio, la comunidad presentó una acción extraordinaria de protección ante la Corte Constitucional. Exige que se analicen los derechos que no fueron examinados por el Tribunal de segunda instancia al momento de negar el recurso de apelación a la acción extraordinaria presentada Además, la comunidad denunció la vulneración de derechos ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y a la ONU.
Ecuador es uno de los pocos países que podría recurrir a su Constitución, donde se habla explícitamente de los derechos de la naturaleza, pero el gobierno de Lenín Moreno continúa con la avanzada minera preparada por su antecesor, estas interpelaciones se hacen cada vez más difíciles.
“Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo hoy todavía plantaría un árbol”, dice un cartel que cuelga en el cerco de la escuela de Tundayme. Abajo, las cuatro letras de la empresa china minera. ¿Sabrá ECSA que son estas niñas y niños de hoy quienes tienen que lidiar con las consecuencias de mañana?
*Periodista independiente y vive entre el Atlántico y el Pacífico. Coordinador de la revista digital Mutantia.ch
Gracias por informar, cuando era niño pasaba las vacaciones en Zamora, nos bañamos en el río guaguayme, el tiempo, los colonos, cambiaron la selva, pero hoy ECSA, la destruyo para siempre, me apena la parte social, y personalmente no deseo volver.