La historia de Romeo y Julieta es una metáfora del triunfo de la peste sobre el amor. Todo el esfuerzo sobrehumano de dos jóvenes amantes naufraga en la confusión provocada por la cuarentena.
Alguien dirá, con mucha razón, que eso ocurrió hace cuatro siglos, cuando no existía otra forma de comunicación que la palabra oral o escrita. Pero al calor de los enredos provocados por los mensajes oficiales –tanto internos como externos– a propósito de la pandemia del coronavirus, se puede concluir que tampoco el Internet resuelve el problema. Al contrario, tiende a agravarlo por la saturación de noticias falsas en las redes sociales.
No solo eso: más problemática aún es la asincronía histórica del suceso. En efecto, en medio del más sofisticado desarrollo de la tecnología que haya conocido la humanidad, el mundo está enfrentando un problema sanitario con recursos del pasado. Porque la cuarentena general por causa de una pandemia solo tiene registros en la literatura o en las historias cinematográficas. Para el común de los mortales, resulta inconcebible que en pleno siglo XXI tengamos a aplicar medidas medioevales para responder a una amenaza sanitaria.
Es imposible prever las anomalías que irán apareciendo a medida que la cuarentena avance. Ni siquiera tenemos la certeza sobre la fecha de su expiración. El gobierno ya anticipó, sin mayores explicaciones, una emergencia que podría prolongarse por 60 días, mientras el coronavirus sigue rodeado de un angustioso misterio. ¿Cómo alterará nuestras vidas esta pandemia? ¿Cómo quedará nuestra sociedad una vez que concluya la crisis sanitaria?
La situación da para hacer especulaciones punzantes y descarnadas. Por ejemplo que, a pesar del impresionante desarrollo científico y tecnológico, la humanidad ha avanzado muy poco. Como hace siglos, continuamos provocando desastres sanitarios debido a nuestra irresponsable relación con la naturaleza. En esencia, el coronavirus no se diferencia mayormente de la bubónica o de la viruela: los seres humanos las provocamos, las acarreamos y las difuminamos. La falta de higiene, el hacinamiento, la insalubridad o las miserables condiciones de vida de millones de personas, todos fenómenos humanos, están detrás de su aparición y proliferación.
¿Tiene la especie humana condiciones para procesar positivamente esta catástrofe? Difícil. Al menos si nos remitimos a la reacción de las élites globales y nacionales, poco puede esperarse de la mezquindad e insensibilidad con que afrontan la crisis. Se trata de una reacción reñida con la propia supervivencia. En un acto de inconsciencia qué únicamente halla explicación en la obcecación por el consumo y la codicia, quieren profundizar la misma lógica productiva y económica que está en la raíz del desastre. Sus ideólogos ven en la tragedia una oportunidad para hacer más negocios. Como sabiamente dice el pueblo, nuestros conspicuos economistas neoliberales criollos quieren sacarle sangre al cangrejo.
“En esencia, el coronavirus no se diferencia mayormente de la bubónica o de la viruela: los seres humanos las provocamos, las acarreamos y las difuminamos. La falta de higiene, el hacinamiento, la insalubridad o las miserables condiciones de vida de millones de personas, todos fenómenos humanos, están detrás de su aparición y proliferación”.
*Máster en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo.
Las epidemias ocurren cuando los pueblos depredan la naturaleza y ningún desarrollo tecnológico ha hecho que eso deje de ser necesarfio en una población mundial en continua expansión. Es más, las pandemias son predecibles dado el cambio climático y suponer que el desarrollo tecnológico puede solucionar esos problemas es un típico argumento justamente de la derecha (“neoliberal”).
Por otro lado, tomar medidas económicas no es “sacarle la sangre al cangrejo”, es elemental, es sentido común.