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miércoles, diciembre 4, 2024

EL CÓNDOR ANDINO Y SUS SIMBOLOGÍAS 

Por Ileana Almeida

El cóndor (kuntur en quechua y mallku en aymara), es el ave voladora más grande del mundo. Con su color negro y partes blancas en el dorso de las alas, el collar de plumas también blancas y la cresta roja sobre la cabeza tiene un aire solemne. La distancia entre los extremos de las alas es de más de tres metros; cuando se lo observa en su majestuoso vuelo semeja un rectángulo, lo que contribuyó, quizás, a la profusión de significados mítico-sacramentales entre los antiguos pobladores andinos. También se lo asociaba con las estrellas y más precisamente con la Cruz de Sur (chakana, en quechua), por dar durante el planeo la impresión de dos segmentos cruzados.

 El cóndor habita en la cordillera de los Andes, en las estribaciones costeras colindantes con el océano Pacífico y en las sierras pampeanas del sur del continente. Es monógamo y busca los riscos de las montañas para vivir en pareja y cuidar de los huevos. Puede volar 300 kilómetros en un solo día y planear por horas sin batir las alas. Es un ave carroñera, pero no es cazadora. La creencia falsa de que es capaz de atrapar aún a pequeños vacunos ha sido la causa para que se lo mate y se trate de extinguirlo. La verdad es que el ave es mansa y amigable con las personas que se le acercan.       

 Sus características extraordinarias han permitido establecer codificaciones de las religiones andinas primitivas, y hasta nuestros días constituye un poderoso símbolo que ha desbordado los contextos históricos de las culturas andinas.

 Existen petroglifos con figuras del ave que datan de hace miles de años, como las descubiertas en el desierto de Atacama, en Chile (D. Valenzuela, et alt.) y en Cerro Colorado (S. Gordillo) en Argentina. 

 Prácticamente en todas las culturas prehispánicas andinas aparece el cóndor como motivo artístico y religioso. De los muiscas de Colombia se conserva el afamado cóndor de oro, actualmente en el Museo Británico. Asimismo, bello y antiguo es el textil de algodón hallado en Huaca Prieta, en Perú, que muestra un cóndor con las alas desplegadas; se exhibe en el Museo de Historia Natural de Nueva York.

 En la cerámica mochica con figuras de cóndor, hay algunas piezas que llevan cántaros o vasijas que hacen presumir que el ave estaba ligada al agua, elemento fundamental del universo en varias culturas de los Andes. Por otro lado, el geoglifo de las líneas de Nazca con la figura del gran pájaro, en dimensiones monumentales, ha sido entendido como propiciador de la lluvia y la fertilidad, y como el principio conector entre los diversos mundos: el superior, el de aquí y el del inframundo.

Como todo símbolo, el cóndor fue cambiando de significado a lo largo de la historia. No siempre se lo ha representa como personaje independiente: en Chavín de Huántar (1500-300 AC), es el partenaire de dioses creadores relacionados con el agua primaria, el caos y la oscuridad. En el sitio epónimo se construyó una intricada red de galerías y canales para que corra el agua, lo que prueba el culto que ahí se rendía a este elemento primordial de la creación universal; el lugar donde se hizo el santuario es un tinku (confluencia de dos ríos) circunstancia que acentúa la relación de continuidad entre la obra y el espacio donde se la ubicó.

 Chavín de Huántar fue declarado “patrimonio cultural de la Humanidad” por la Unesco en virtud de la estrecha relación lograda por su arte y su mitología arcaicas, cuyas piezas escultóricas  más admiradas son la Estela Raymondi, el Lanzón, el Obelisco Tello, las figuras animal-hombre que representan el “árbol del mundo”, animadas todas ellas  por un singular código estético que podría calificarse de proto cubista: las imágenes, deformadas y fragmentadas, prescinden de la perspectiva y ocupan un mismo plano: en la talla “cabeza de cóndor” está muy clara la intención de sugerir una cabeza estilizada y lograr en el bloque lítico la forma de un paralelepípedo. Estas características llevaron a Pablo Picasso a afirmar que De todas las culturas antiguas que admiro, es la de Chavín de Huántar la que más me asombra, de hecho, en ellas están inspiradas muchas de mis obras (cita de Luis Gustavo Córdova, en su texto Patrimonios de la Humanidad en los países de América Latina, 2011).

 En Chavín de Huántar, el dios creador -¿Thunupa? aparece en la estela Raimondi con cetros en ambas manos y la figura con un gran tocado de plumería que rodea la cabeza de la divinidad ctónica. Las plumas, consideradas en el pensamiento mítico como lo más importante de las aves, y tomando en cuenta representaciones posteriores, simbolizan el cóndor en su papel de partenaire del dios creador.

 Tantas son las imágenes del cóndor en esculturas, placas labradas y cuencos de piedra encontradas en las galerías de Chavín de Huántar, que se ha pensado que el cóndor de la época preincaica cumplía funciones más amplias que las de “ayudante”, y que están -más bien- relacionadas con el caos, lo tenebroso, la fecundidad, el agua -en tanto elemento fundamental del universo- y con la morada subterránea del viento huracanado.  

 Volvemos a encontrar al dios creador con báculos en sus manos y a su colaborador, el cóndor, en la Puerta del Sol, en Tiahuanacu (Bolivia). El portal –  un monolito tallado en un solo bloque de piedra- fue sin duda la entrada a un lugar de especial sacralidad, quizás Kalasasaya; también ha sido declarado “patrimonio cultural de la humanidad”. La figura central es un relicto del dios Thunupa de Chavín de Huántar, pero en una época más avanzada. Esta vez se trata del dios incaico Wira Kocha, divinidad que ascendió desde las profundidades del lago Titicaca en representación de lo iluminado, ordenado, humano. A este dios se lo puede ver, y está considerado creador del sol, la luna, las estrellas y el tiempo.

Al frente y en la parte superior hay un friso con la figura de Wira Cocha sosteniendo báculos en sus manos; a los lados, dividido en cuatro cenefas horizontales y simétricas, también hay figuras de cóndores -estilizadas y ornamentadas- que se dirigen al dios doblando una rodilla y portando sendos bastones emblemáticos del poder. Alternando con las filas de aves, se pueden distinguir otras que dejan entrever formas humanas. Es posible que se trate de sacerdotes venerando a la divinidad.

 El crítico de arte boliviano J. Quino Choque en su estudio semiótico sobre las “cabezas de cóndor” de la Puerta del Sol de Tiahuanacu, opina que la memoria del símbolo “cóndor”, viene del pasado y va hacia el futuro, lo que revelaría que la memoria del símbolo es más antigua que la memoria de su entorno textual no simbólico. En las culturas andinas el significado del cóndor es siempre arcaico. La proximidad de la Puerta del Sol con  lago Titicaca retiene el significado de su relación con el elemento acuático.

 En la concepción incaica sobre el cóndor, el mejor ejemplo desde un punto de vista escultórico es el Templo del Cóndor de Machupichu. Las formas, los volúmenes, las líneas, las características topológicas hacen que en el sitio se “vea” al ave posándose en el centro del recinto.

Para los incas el cóndor era inmortal. En el metaforismo incaico, cuando el ave se sentía vieja, se situaba al borde de un precipicio y se dejaba caer, con las alas recogidas, pero no moría, resucitaba y regresaba a su morada. En este acto, el Apu cóndor simbolizaba a la tempestad y la fecundidad asociada con la lluvia.

Cuando los incas llegaron al territorio de los quitus, impusieron los topónimos quechuas y llamaron a uno de los montes nevados de significado sacro con el nombre de Condorazu (nevado del cóndor).    

Entre los cañaris del austro ecuatoriano, el 21 de marzo, equinoccio de otoño, cuando el sol se ubica en la línea del Ecuador, las comunidades de este pueblo de tradición antigua, celebran su fiesta anual con gran colorido y la solemnidad de los tambores. La fiesta está dedicada a la divinidad que baja de sus montañas sagradas; con seguridad se trata del cóndor porque los cañaris durante la ceremonia llevan cóndores embalsamados sobre enormes sombreros adornados con cintas y pañuelos teñidos con los colores del arco iris. Por lo visto, es un ritual anterior a los incas. Los hombres-cóndores desfilan por los bordes de la montaña, el viento sopla fuerte y la danza en círculos de los bailarines levantan las plumas de sus vestiduras creando la sensación del vuelo. Ahora la fiesta ancestral esta confundida con el Tayta Carnaval por imposición de la iglesia católica que vio en el culto al cóndor un significado de idolatría.

La procesión de los cóndores se inicia en el sitio sagrado de Cerro Narrío y termina en Shizhu, lugar igualmente venerado. Sería importante comprobar con datos de la arqueología, si la cabeza de cóndor de Shagli ha sido   labrada en la roca siguiendo el modelo universal del culto a la montaña que existía entre los cañaris, o si se trata de una coincidencia con las formas naturales del peñasco donde aparece.

 Los cañaris no solo conservan el mito del cóndor-antepasado, sino además el ritual con que se lo celebra. Durante los días que dura la fiesta se sacrifican cuyes y borregos marcados de acuerdo a una liturgia, en honor al cóndor que “ha descendido”. La festividad se identifica con las buenas cosechas, el florecimiento de los campos y el espíritu de los cerros.

 Vayamos otra vez al Perú y a la mitología de sus pueblos.  La idea importante de la oposición mitológica entre el cóndor y la llama, (el mundo superior y el inferior), se plasmó en una pieza de cerámica arcaica (cultura Cajamarca) conservada en el museo Amano, de Lima.

 La representación de lo alto y lo bajo (arriba las aves, abajo los ungulados) tan propio del pensamiento mítico, cambió desde la época colonial. En la nueva sociedad el cóndor pasó a significar al pueblo quechua dominado, explotado, despojado de sus tierras, y el toro a los españoles como explotadores, usurpadores de la tierra, dominadores. Cómo esta realidad se ha prolongado en la época republicana, la Yahuar Fiesta continúa vigente y cumple el papel de resistencia social en la memoria colectiva y sirve de estímulo para el fortalecimiento de la dignidad del pueblo quechua. El festejo se conserva todavía en Puquiu, departamento de Ayacucho y en Coyllurqui, departamento de Apurimac.

El espectáculo comienza con la captura de un cóndor que mora en algún risco de una montaña cercana, y de un toro montaraz de la alta puna. Ya entre los comuneros, se amarra el cóndor al lomo del toro y se sueltan los dos animales al ruedo de una plazoleta. El cóndor pugna por zafarse con rasguños y picotazos, abre las alas para mantener el equilibrio, mostrando la majestuosidad de su plumaje; a la vez, el toro se sacude con desesperación. La lucha se prolonga hasta que el toro se doblega y dobla las patas: el cóndor “ha vengado los sufrimientos de los indígenas”.

El cóndor es liberado de su tomento y es encerrado en un cuarto obscuro para que se recupere; se le da de comer y beber, luego de algunos días se lo saca y   adorna con cintas de colores y en procesión solemne se lo traslada hasta un sitio elevado del monte para soltarlo, permitiéndosele que vuele libremente. Es el momento de mayor emoción para los comuneros, que al menos por un tiempo, se sienten redimidos de su condición de seres dominados.              

 Hace poco, por orden del gobierno peruano y también por influencia de los ecologistas, entre los que hay también quechuas, la fiesta-ritual ha sido atenuada o se la ha suprimido por completo.

 La Yahuar fhista (en quechua), con sus impresionantes rasgos y símbolos zoomorfos, han inspirado a artistas, inclusive no indígenas, para crear esculturas, pinturas, obras teatrales, videos y películas. Se destaca el cuadro de Oswaldo Guayasamín El toro y el Cóndor. En la plaza de Cotabambas, Perú, se levanta una escultura grande que guarda la memoria colectiva de la Yahuar fhista y sus significados, incluyendo el del ritual.     

 En mitos, leyendas y danzas populares de los quechuas andinos existen múltiples ejemplos del significado ancestral adjudicado al cóndor. En una danza de Ayacucho -Cóndor Tusuy- la figura del ave personifica al inca, augurando que este salvará al mundo. Las danzas que imitan el modo de caminar, el planeo y las alas del cóndor rememoran con clara intensidad vivencias  clánicas y totémicas propios de los quechuas.

 En los países andinos es muy popular el cuento sobre el amor del cóndor por una pastora que cuida un rebaño de llamas. Relata que un día el cóndor rapta a la joven y se la lleva a vivir con él en una caverna de una alta montaña. El padre de la pastora la busca sin desmayo por algún tiempo hasta que, al fin, la encuentra, pero con gran sorpresa nota que a su hija le han brotado alas y, para colmo, ella le confiesa que en su nueva condición se siente muy feliz. El cuento revela la capacidad de transmutación del mito, aunque ahora tenga carácter profano.

 La imagen del cóndor planeando en las alturas del cielo está presente en la conocida balada “El cóndor pasa”. La zarzuela homónima de Daniel Alomía se funda en el tema y la melodía de la pieza, que en realidad es de antiguo origen quechua; en la actualidad la canción se la interpreta en muchos idiomas y figura en los repertorios de prestigiosos artistas: Plácido Domingo, Ima Sumac, Simón & Garfunkel, el grupo Los Incas.

 El símbolo del cóndor ha pasado de una época a otra, penetrando en la cultura hispanoamericana para significar poder y progreso: está presente en los escudos nacionales de Ecuador, Bolivia, Chile y Colombia; se lo incluye también en otras expresiones culturales: en Quito hay una calle con el nombre de Condor Ñan, (camino del Cóndor); en Chile, René Ríos creó el personaje y la revista Condorito, que gozan de notable popularidad en nuestro continente.

En los países andinos hay algunos pintores que han tomado al cóndor como motivo para sus cuadros, entre ellos. Julia Codesido y Gloria Reinoso, del Perú; Javier Arturo Molina, chileno; Enrique Arnal, de Bolivia; Carlos Hoquart, en la Argentina; el ya citado Oswaldo Guayasamín y Jorge Chalco, en Ecuador. Resaltan los innumerables cóndores del colombiano Alejandro Obregón, que ha interpretado al rey de los Andes de tal manera que se lo asocia con la vida y la muerte, con el embrión sagrado del universo, con el mito y la poesía, con la libertad y la trascendencia. 

 La imagen del cóndor ha sembrado hondas raíces emocionales e identitarias también entre los no indígenas. En la parroquia Susudel, cantón Oña, 1923, sucedió algo poco habitual: en un acto muy emotivo fue homenajeado Arturo, un cóndor que creció en los cerros de la región y fue asesinado por cazadores furtivos: se develó una escultura de dos metros de alto, obra del cuencano Miguel Cajamarca. Los asistentes estuvieron profundamente conmovidos porque la escultura parece devolver la vida al ave.

 Entre los pintores quichuas de Tigua, el ave mítica está plasmada como símbolo de una cultura colectiva que fatigosamente ha resistido la colonización. La montaña es concebida como la morada del cóndor; el cerro y el ave comparten el significado mítico del mundo superior (el cielo, el sol, las nubes); en algunos cuadros el cóndor aparece por partida doble, no solo como imagen mítica de lo alto, sino como personaje del cuento antes mencionado.

 Actualmente se revisa, en los colegios de segunda enseñanza, el significado del cóndor como símbolo del estado ecuatoriano surgido en 1822 como Distrito Sur de la Gran Colombia, pero nada se dice de su naturaleza arcaica y de su origen en las culturas andinas. Para los indígenas el respeto a su pasado es la posibilidad de tener un futuro, y -como hemos visto- el cóndor se conserva aún en la memoria colectiva.

 Por otro lado, el cóndor, en tanto símbolo, tiene la capacidad de incorporarse a otros entornos culturales conservando cierto sentido: viene del pasado y se proyecta al futuro. En el arte de las naciones latinoamericanas, es un símbolo y referente que se muestra estable y en un continuum; sin embargo, el proceso de afirmación de la interculturalidad resulta lento, a causa de las diferentes posiciones que mantienen los distintos pueblos y países. En cualquier caso, el mayor y peor problema actual alrededor del cóndor es que se trata de una especie en peligro de extinción.

Foto: Ministerio de Ambiente                                           

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