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EL POPULISMO: TRAS LAS HUELLAS DE UN VIEJO DEBATE Por Patricio Pilca

PRIMERA PARTE

Junio 8 de 2017

“Los conceptos no solo testimonian la unicidad de los significados pasados, sino que albergan posibilidades estructurales” Faustino Oncina

En las últimas semanas se ha vuelto sobre un personaje que sin lugar a dudas aporto mucho al pensamiento social ecuatoriano, un intelectual que –tal como sostiene Alejandro Moreano– conjugo la política, la literatura y la sociología, y que seguramente las convirtió en un habitus, en una forma de vida. Agustín Cueva (1937-1992), en palabras de Rene Báez, cubrió el amplio espectro disciplinario de la historia, la sociología, la economía, la política, la filosofía y la crítica literaria. Era el intelectual orgánico por  excelencia.

Más allá de volver sobre el personaje, el siguiente escrito pretende volver sobre el cuerpo conceptual que desarrollo Agustín Cueva. Sin lugar a dudas, uno puede encontrar muchos conceptos desarrollados por él a lo largo de su vida, sin embargo, hay uno que fue eje de un gran debate, es más, en la actualidad sigue siendo un concepto problematizado. El concepto[1] de populismo ha sido muy debatido y cuestionado en América Latina. Sin lugar a dudas, el siglo XX se constituyó en el espacio-temporal donde esta problemática (teórico-político) adquirió gran peso, lo que dio como resultado un profundo enriquecimiento del concepto[2].

Vale mencionar que en la actualidad, fruto de los usos maniqueos, el concepto ha sido dotado de una connotación peyorativa, lo que ha producido una ambigüedad teórica. El populismo ha caído en las tinieblas conceptuales de la ciencia social. “Es todo y nada”. En ocasiones aparece como un concepto clave y en otras solo sirve para mencionar que “este o aquel es un régimen populista”, sin ningún rigor analítico. Más aún, se lo utiliza para tratar de explicar procesos políticos que tienen en su base una gran “masa homogénea”, cuyas características primordiales son la “dificultad de representar el mundo” y la presencia de un “mesías”. En síntesis, el populismo es un fenómeno político-social e histórico, que cuenta en su base con un pastor que guía a la gran masa.

En el caso ecuatoriano, en la década del setenta y ochenta, se dio un gran debate en torno a esta problemática, presentado por dos figuras importantes dentro del pensamiento social ecuatoriano: Agustín Cueva y Rafael Quintero. Ambos desde visiones distintas, pero centrándose en un mismo hecho histórico: el velasquismo (el primer Velasquismo de 1930), como fenómeno de masas. Este hecho permite que estos dos personajes reflexionen sobre el populismo como un fenómeno político y social.

1

El problema del populismo[3], dice Agustín Cueva en su texto titulado El proceso de dominación política en Ecuador  (1972), se da cuando hay un “vacío de poder”, que genera una profunda crisis política y conlleva una des-estructuración de la institucionalidad política. “Esta crisis de poder es el primer elemento que debe tenerse presente para una explicación correcta” (Cueva; 1981:90). La institucionalidad partidista tradicional, que perdió legitimidad, provocó un descredito en el aparataje estatal e impulso una desconfianza en la sociedad en su conjunto, permitiendo que aparezcan figuras populistas. A la par, junto a la crisis de legitimidad partidista (que indujo una fuerte crisis en las instituciones estatales), también se da una crisis económica. Es decir, que para que aparezca el populismo como fenómeno social, antes se ha producido una crisis de hegemonía[4] en la sociedad.

En Cueva, al menos en el texto que se está analizando, el concepto de hegemonía es entendido como control/dominio de la sociedad desde la clase social dominante. Por tanto, el populismo es una posible salida a esa crisis de hegemonía, donde las diversas clases sociales están luchando por obtener el poder hegemónico que otra clase lo perdió. El populismo es consecuencia directa del vacío de poder y la falta de legitimidad en los partidos políticos.

De forma complementaria, y siendo solo en esas circunstancias posible concebir el populismo, ocurrió un crecimiento constante de las urbes. Es así que, empiezan a tener más peso las ciudades en desmedro de las áreas rurales. El país pasa de rural a urbano: “(…) la composición social de las urbes se alteró de tal suerte en esos años que se volvió obsoleta la tradicional política de elites, con los viejos partidos de nobles, y fue necesario aceptar una forma política inédita que, sin atentar contra los intereses de dominación en su conjunto fuese adecuado al nuevo contexto” (Cueva; 1981: 92). “El éxodo rural a las ciudades de Quito y Guayaquil” (Cueva; 1981: 93), principales ciudades en el país, es el factor que permite entender el populismo como una problemática urbana.

Es un fenómeno de los “marginados”, pues muchos de estos migrantes (campesinos que se trasladan a las ciudades) no lograron insertarse en el mercado laboral, creando nuevas áreas de tensión económica, política y social que no resuelven las autoridades de turno. “(…) ninguna de dichas urbes se encontraba en condiciones de emplear esa mano de obra” (Cueva; 1981:93). Esto generó que la población urbana pobre, fruto de la crisis económica de 1930[5], también entrara en la desocupación y en el engrosamiento de la masa de marginados. En las ciudades, a esta masa se juntaron dos grupos: población urbana pobre y migrantes (ex campesinos); excluidos en la esfera económica y precarizados como fuerza de trabajo.

El populismo, desde la visión de Cueva, es un hecho político propio de las ciudades, que busca una alternativa a la política tradicional, a los viejos partidos enquistados en el poder estatal. Aparece como una forma novedosa e inédita que se adecua al contexto social de los años treinta, cuyo sujeto son los marginados o “subproletariado urbano”. Son las masas desbocadas a las ciudades las que protagonizaron un nuevo papel dentro de la política: “Era imprescindible tomar en consideración las reacciones eventuales de las masas, que en adelante ya no intervendrían, como antes, solo en casos extremos, de insurrección o motín, sino también en las “contiendas” cívicas convencionales” (Cueva; 1981: 92).

Salen del anonimato las muchedumbres, históricamente alejadas de cualquier forma de política tradicional, sobre todo partidista, y empezaron a habitar las ciudades, convirtiéndose en sujetos políticos que colocan su voz en la esfera política. De esta forma se dio paso a un nuevo momento político, con nuevos sujetos políticos, con nuevas demandas ciudadanas y nuevas formas de hacer política.

Además, el fenómeno populista mantiene una lógica asistencialista, demagógica y con aires de inspiración nacional[6]. Para esto, se fundamenta en una estrategia de gastar más de lo que tiene, creando una base social amplia.

Ir por calles y plazas y campos buscando donde hay dolores que restañar, casas que construir, puentes que levantar, abismos que cerrar, viviendas, amigos, viviendas, servicio de asistencia social en todas las escuelas, médicos y libros en todo establecimiento agrario (…) eso es la conciencia nacional que todos debemos tener (Cueva, 1981: 107).

Estos nuevos sujetos, agregados a las ciudades como ciudadanos, cuya vida gira entorno a la “libertad”, busca, desde la visión de Cueva, un “mesías”, que dirija a la “masa”[7], que les dirija.

Para lograr establecer el populismo como política estatal hay que tejer alianzas con los diversos sectores de la sociedad, se empezó una alianza directa con las clases medias y con los partidos de izquierda. La insatisfacción con las políticas desarrolladas por los grupos oligárquicos hacen que las clases medias encuentren un nicho donde ampliar la base social. “El caudillo les ha devuelto, como él diría, el sentido de su dignidad” (Cueva; 1981:101).

En cuanto a las relaciones políticas con los sectores de izquierda, los comunistas, socialistas y marxistas decían ser antivelasquistas, pero “en la práctica, más de una vez lo han apoyado directa o indirectamente”. Es más, no faltaron aquellos personajes que decían a pie juntillas (casi como forma doctrinal) que se debería apoyar a Velasco para aprovechar el caos y agravar las contradicciones para hacer la revolución.

Algunos sectores revolucionarios no han dejado de alimentar la esperanza de que el “caos” velasquista agravara las contradicciones del sistema y creara así una coyuntura favorable a la revolución; y ha existido la convicción de que Velasco, con su demagogia, contribuye a elevar la efervescencia social, o que su falta de planes coherentes de gobierno es preferible al desarrollo o al reformismo (Cueva; 1981: 104)

En este contexto nace una de las frases políticas que en la actualidad ya se ha transformado en una perogrullada. “Optar por el mal menor”.

Notas

[1] De alguna forma provocó rever el concepto en su historicidad para desde ahí analizarlo. En este sentido el concepto anida experiencias pasadas y futuras, apuntando a expectativas (Oncina; 2013).

[2] Los aportes de Ernesto Laclau en este tema han resultado muy significativos pues han procurado sacar el debate del plano descriptivo y colocarlo en términos que rebasen la superficialidad y la vaguedad. Sin embargo se reconoce lo complejo de tratarlo: “Un rasgo característico persistente en la literatura sobre populismo es la reticencia –o dificultad- para dar un significado preciso al concepto” (Laclau; 2014:15), sobre todo porque cada vez que hay un fenómeno social que es difícil explicarlo se recurre al calificativo populista, y se logra una salida discreta.

[3] Los regímenes de  presididos por Juan Domingo Perón (Argentina), Getulio Vargas (Brasil), y Lázaro Cárdenas (México), son los regímenes que permiten colocar en la palestra académica el concepto de populismo en los años sesenta. Se podría decir que la década del se dan las primeras pautas para analizar este fenómeno histórico desde estas tres experiencias.

[4] Para Agustín Cueva, la crisis de hegemonía se daría porque los elementos del poder no se encuentran en una sola clase. “(…) la paradoja de una situación que no había permitido la concentración de todos los elementos del poder social en una sola clase, sino que más bien las había distribuido en varias, al conferir la hegemonía económica a la burguesía agro-mercantil, la hegemonía ideológica a los terratenientes de la Sierra y la facultad de “arbitrar” con las armas a una oficialidad muy ligada a la clase media” (Cueva; 1981:90-91).

[5] Cueva sostiene que la crisis de 1929 en los EE.UU es un factor importante en el fenómeno velasquista

[6] Si la política tradicional no les da las facilidades de habitar las ciudades a los nuevos sujetos, alguien tenía que utilizar como bandera de lucha esas necesidades.

[7] Roto el yugo feudal, que tenía en su base ideológica a la iglesia, la masa empieza a buscar un sustituto que guie el rebaño.

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