La administración de Donald Trump a diario presenta reportes de sus fracasos en la lucha contra el covid-19, hecho que contrasta con la realidad de sus colegas de Alemania, Japón y Corea del Sur donde la alta morbilidad expresa al mismo tiempo una baja mortalidad, un indicador de rechazo a la tesis fatalista de ciertos gobernantes que anticipan certificados mortuorios o establecen aritmética preconcebida con tasas de muerte admisibles.
Nuestros mandatarios, los mejores amigos de Washington tienen discursos similares a Trump, sus informes dan cuanta de fracasos y fatalismos. Con modelo de atención y de gestión diseñado por el expresidente Rafael Correa, Ecuador se esmera por echar la culpa de la epidemia a los indisciplinados y no a la falta de estrategias y de capacidad de respuesta.
El Ministro de Salud, en mal cálculo hasta afirmó que la letalidad afectaría al 1 por ciento cuando el 70 por ciento este afectado, sin especificar cuál sería el denominador. Si fuese así China hubiese tenido un millón y medio de muertos y Ecuador tendría 170.000 muertos en su población de 17 millones. Lo real es que Ecuador está mal parado frente a la epidemia, el puerto de Guayaquil tiene la mayor tasa de mortalidad de: 1,35 muertos por cada 100.000 habitantes, por encima de la de Sao Paulo (0,92) cifra que crece día a día.
“Las epidemias han tenido más influencia que los gobiernos en el devenir de nuestra historia”. George Bernard Shaw
La población en riesgo de morir mayoritariamente se sitúa en la tercera edad y en quienes tienen morbilidad comprometedora: hipertensión, diabetes, asma etc. El denominador técnicamente es el grupo de personas infectadas con riesgo de muerte y el numerador el número de muertes. Así se establecería la tasa de mortalidad. Pero si algo nos enseña esta pandemia es que no existe una tasa de mortalidad estándar. Hay países occidentales con mortalidad baja y morbilidad alta, los países de la órbita del mal, según Donald, son de baja mortalidad y casi nula mortalidad.
Solo para la estulticia de Trump y sus admiradores existen fatalidades. Cálculos de muerte asumidos como destino manifiesto, naturalización del evento que en la población causan terror. Pero en verdad, es falacia creer que la muerte debe llegar, puede llegar o es inevitable cuando ocurre una epidemia, porque es posible su contención con los actuales avances de la ciencia y la epidemiologia. Los epidemiólogos sabemos que debemos combatir las enfermedades colectivas tanto como debemos priorizar a eventualidad de la muerte para detenerla. Para controlar las epidemias se requiere sistemas de salud sólidos y políticas eficaces de protección a la vida.
Creer en el fatalismo y asumir la muerte con pasividad contradice el espíritu de la salud pública. demostrado esta, que se puede reducir la mortalidad a limites muy inferiores a los matemáticamente aceptables. Rusia es un ejemplo elocuente de baja morbilidad y nula mortalidad, pero también Alemania, Japón y Corea del Sur que rompen la ecuación demostrando que la cantidad de infectados puede ser inversamente proporcional al número de muertes, es decir, alta cantidad de infectados pero muy baja mortalidad. Este por supuesto no es el caso de Estados Unidos, España, Italia y Ecuador.
Evitar que los pacientes vulnerables enfermen y mueran es posible con la estratificación del riesgo y atención oportuna a grupos más infectados, esto reduce complicaciones. Acá en Ecuador como en el resto del mundo la población económicamente activa es la que más contagiada, pero a diferencia de quienes hacen bien la tarea a nosotros se nos están muriendo en dimensiones mayores a lo probabilísticamente calculado.
Los ingleses fueron los primeros que se plantearon la inmunidad de rebaño en su estrategia y al no darle consistencia o enfatizar más en la economía que en la vida, retrocedieron, hoy su primer ministro está infectado. La inmunidad “de rebaño” podría desempeñar un papel positivo en la progresión de la pandemia, porque ciertamente si se afecta al 70 por ciento la inmunidad llegaría toda la población, lo que nunca es ético es provocar dicha inmunidad con secuelas de muertes evitables. Impedir la masificación de la muerte es posible, reducir su probabilidad también si se gesta la priorización de atención especializada a los vulnerables y oportuna al resto de la población
Para Martin Hibberd, profesor de Enfermedades Infecciosas de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, si el 70% de la población se infecta y recupera, las posibilidades de que se produzcan brotes son muchos menores porque la mayoría de las personas serán resistentes a la infección. Mejor se expresa el profesor Matthew Baylis, del Instituto de Infecciones, de la Universidad de Liverpool, para quien al reducirse el número de personas que infecta una persona, por distanciamiento social y evitando las grandes aglomeraciones, se puede bajar el umbral en el que la inmunidad de rebañó se pone en marcha. Para Mathews como para Hibberd no se trata de comprimir el número de afectación poblacional sino de ralentizarlo, en el fondo piensan en la inmunidad de rebaño.
En Guayaquil el atrasó es evidente en todas las fases de la evolución epidémica y la estrategia de inmunidad de rebaño no ocurrirá como parte de una bien pensada estrategia de ralentización, evitabilidad de la muerte o atención oportuna. En nuestra catástrofe será como historia natural de epidemia, es decir, ocurría tal como en la edad media; con el heroísmo médico, la represión de asustados gobernantes, la oración, la fe y la solidaridad del pueblo que en la curva natural de descenso agradecerá a Dios por su piedad.
Pero a tiempo está el resto del país para modificar la estrategia y para que se hagan correctivos urgentes porque no es improbable que lo ocurrido en Guayaquil se replique en otras grandes poblaciones. Habrá tiempo para el juicio final, ahora hay mucho que corregir.
*Doctor en epidemiología, máster y especialista en salud pública y catedrático de posgrado.
Fotografía: Referencial de Rottonara / Pixabay.
Muy buen artículo, totalmente de acuerdo. Felicitaciones