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LA TERAPIA DEL DIALOGO ABIERTO EN LA SOCIEDAD ENFERMA: Breve teoría del dialogo. Por Tomas Rodríguez León

02 de junio 2015

“Nos quieren hacer creer que la política democrática es necesariamente la política del consenso”, “la democracia del consenso es una posición profundamente conservadora”.
Rafael Correa

“La libertad es para que se pueda pensar distinto, porque para estar de acuerdo no se precisa libertad”
José Mujica

El primer error es creer que lo opuesto a la confrontación es el consenso; sabemos por experiencia que la confrontación es oposición al dialogo. Siempre los que se niegan a dialogar terminan confrontando. El consenso puede ser más bien resolución temática y la confrontación un mal evitable, será sano rechazar la confrontación si el poder tiene dominios y armas para liquidar, pero es patología cuando el poder confronta al ciudadano.

Podría ser un derecho de los oprimidos la rebeldía, y aun así sería método fallido si no media el dialogo previo; como concepción político-militar la guerra de movimientos es mejor argumento. De cualquier forma el enfrentamiento desencarnado enferma a las organizaciones y a la sociedad.

El segundo error, creer que la democracia del consenso es profundamente conservadora. En realidad podría ser hasta utopía, ilusión encantadora y como tal revolucionaria, pero nunca será práctica reaccionaria. ¿Acaso los seres libres no siguen soñando con la gran fraternidad universal? ¿Acaso el comunismo no será la sociedad feliz del acuerdo humanizado con seres libres de poderes y deberes?

La terapia del dialogo abierto, como recurso reparativo útil y necesario, propone un proceso activo de habla y escucha; esquema rehabilitador para el individuo o para la sociedad que se enferma por las neurosis del poder. Siendo el diálogo condición previa para que la lucha cese o llegue hasta el final, será necesario reconocer que los componentes socio dialógicos de la comunicación no anulan la demanda social en pro de la justicia, ni la necesidad de la rebeldía reactiva, por lo tanto no suprime psicolingüísticamente la demanda de reivindicación social. La historia de las revoluciones siempre fue el trazador efecto de la dicotomía: lucha y dialogo o dialéctica de acción y triunfo. Romper el dialogo es también una estrategia que indica el fin de una etapa o la intrascendencia del mecanismo.

Las sociedades grandes y pequeñas fermentan mal por falta de dialogo y comunicación, este fenómeno no necesita mayor explicación, son empíricamente demostrables los efectos devastadores de la falta de dialogo en la pareja o en la relación padres-hijos, sin mencionar a las relaciones maestros- alumnos. En el caso de las formaciones sociales su ausencia o limitación daña en extremo, porque multiplica factores de confrontación innecesarias o construye pantanos inviables para el cambio o la conservación social.

El dialogo social jamás puede construirse sin alguna forma de democracia. La democracia liberal restringe el dialogo a la elección. En otro plano, la democracia del consenso y los fundamentos de la democracia participativa están íntimamente relacionados, el renegar de la democracia del consenso es renegar de la democracia participativa, y lo es porque la participación es un ejercicio plural que demanda de acuerdos globales. La democracia del consenso y la participación solo es superada por la democracia directa, porque esta última prescinde de la delegación en la toma de decisiones hacia niveles jerárquicos centrales.

También, el dialogo es vehículo para el surgimiento de ideas comunes, razón opuesta al pensamiento único. Los intercambios de significantes y significados desarrollan ideas plurales complejas y superiores propias del intelecto. Socialmente, dialogar es una condición y un derecho de la sociedad civil y una obligación de la clase dirigente; comunicar los problemas es esencial en la elaboración de plataformas, y el “pliego de peticiones” es ya un segmento de la apertura de diálogo previo a la acción. Pobre diálogo si no genera interlocución, buen dialogo si a más de receptores propone perceptores, porque para que las palabras tengan significado, requieren respuestas y no aplausos.

A menudo los poderes políticos o económicos se ven atrapados por su incapacidad de dialogar, porque en su mismo esquema de ejercitación de dominio, dialogar significa ceder posiciones. Una contundencia: la falta de diálogo preludia represión. Los consensos en la gestión social participativa son necesarios. En la comunidad, por ejemplo, es preferible que todos y por consenso decidan luchar contra la desnutrición infantil, por la promoción de la salud, y la solidaridad con los discapacitados. El ex vicepresidente Lenin Moreno sabe de diálogos y consensos.

Si un líder de cualquier nivel anuncia que el dilema a resolver es consenso o confrontación o toma partido por la confrontación, en realidad lo que hace es renunciar a toda forma de dialogo, y esto es poner fin a la democracia mínima, cerrar la democracia participativa y anunciar crisis psicótica en la vida política, indigna de la modernidad. La sociedad demanda nuevos lenguajes compartidos y saludables. Ver a Raúl Castro y Obama darse la mano, a EE UU y Vietnam llegar a acuerdos o en la Habana encontrar a las FARC y al gobierno de Colombia conversar, no es creer que las controversias han terminado sino que serán tratadas de manera diferente. Solo los fundamentalismos niegan el valor del diálogo, eligen la confrontación y dejan de soñar en consensos posibles. Pero eso es de Talibanes y de la Nación islámica

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