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POLÍTICAS DE LA COTIDIANIDAD (San Pedro, La Salud, Paulina Muñoz). Por Luis Ángel Saavedra

11 de Agosto 2015

  1. San Pedro y la disciplina

Las fiestas de San Pedro en Cayambe, cada 29 de junio, han tenido una evolución cultural interesante; por una parte, las organizaciones indígenas apuntaron a rescatar el verdadero carácter de la fiesta: el Inti Raymi, como una celebración por las cosechas y una veneración a la Pachamama y el padre Inti. Los indígenas se impusieron pese a la protesta de los párrocos católicos que trataban de mantener a San Pedro como eje central de la fiesta.

Por otra parte, el pueblo mestizo también empezó a mirar estas fiestas como parte de una identidad pluricultural que le era propia y, aún a disgusto de algunos indigenistas radicales, empezaron a participar en la fiesta ya no solo en los desfiles organizados por el municipio en el casco urbano, sino que se proyectaron a las denominadas “Octavas”, que se festejan en la parroquia de Juan Montalvo, al sur de Cayambe.

Así, tanto indígenas como mestizos pusieron de lado a San Pedro y asumieron la cosmovisión indígena como el principal fundamento de la fiesta del cantón, cuyas actividades inician a mediados de junio y se proyectan hasta mediados de agosto.

Las Octavas son una verdadera prueba de resistencia física que se realiza durante los fines de semana posteriores a la fiesta del Inti Raymi; se baila a lo largo de al menos veinte kilómetros en cada sábado y domingo, llevando encima pesadas vestimentas. La masiva concurrencia de los bailadores llevó al municipio cayambeño a intentar imponer un primer ordenamiento, hacer de cada fin de semana un espacio para un particular grupo social; de esta manera se dedicó un fin de semana a las instituciones bancarias, otro a las florícolas, otro a los barrios, y así por el estilo. Lo que pasó fue que, como al menos un miembro de cada familia estaba involucrado con un de los sectores sociales, igual terminaron bailando todos al mismo tiempo y todas las semanas, por tanto este ordenamiento no pudo reducir la cantidad de gente que se convocaba semanalmente a las Octavas.

Desde hace unos tres años se han inventado una nueva forma de control, argumentando la existencia de excesivos niveles de violencia y alcoholismo cuando la fiesta se prolonga hasta la madrugada. En estos tres años se ha registrado un muerto durante las Octavas; para el Intendente de Policía es un buen motivo por lo que dispuso que se limite la fiesta hasta las 2 de la mañana del domingo para las Octavas que empiezan el sábado, y hasta las doce de la noche del mismo domingo para las Octavas que empiezan ese día.

El primer año de la disposición fue patético mirar al Intendente tratando de convencer a la gente que abandone Juan Montalvo; pero ahora, en el tercer año de la disposición, han optado por métodos más convincentes como el quitar la luz de todo el pueblo para forzar la terminación de la fiesta, mientras que la policía inicia el desalojo desde el polo sur de Juan Montalvo.

Adicionalmente, la policía recorre el pueblo antes de la llegada de los bailadores, revisa en cada tienda si la chicha no está mezclada con aguardiente o si no tienen aguardiente artesanal, pues no se puede ya competir con el proveedor oficial de trago que tiene el país: El Juri. Así, las puntas, el caldo de gallina, el pájaro azul, están condenados a desaparecer.

Los antropólogos que han estudiado el rol de la fiesta durante la resistencia indígena en el norte del país saben bien que ésta siempre fue una forma de protesta, ya sea la protesta hecho fiesta, de ahí el carácter festivo de las marchas indígenas que llegan a Quito con guitarras, violines, tambores, quenas, churos y otros instrumentos musicales; o la fiesta hecho protesta, para exigir mejores condiciones de trabajo a los patrones de la hacienda “no podemos ir a recoger la cosecha porque estamos de fiesta” fue la explicación de los primeros paros agrícolas; la fiesta terminaba cuando el patrón accedía a las peticiones indígenas.

Entonces, para el poder se tornó necesario controlar la fiesta y limitar su extensión como un mecanismo para asegurar la producción; de ahí que en las actuales fiestas de las Octavas, el domingo se deba ir a dormir más temprano para no afectar los horarios de trabajo del lunes, en tanto que el permiso del sábado sea algo más dilatado; esto nada tiene que ver con la violencia o el alcoholismo, temas que parecen preocupar sobremanera al Intendente del cantón Cayambe; más bien, yace de trasfondo un argumento económico.

Por otra parte, a más del control del cuerpo, el control de la fiesta es necesario para la imposición de la disciplina y la obediencia que buscan quienes ostentan el poder, pues la fiesta es el otro elemento lúdico a través del cual se expresa la libertad humana: disciplinar el cuerpo, especialmente con la abstinencia sexual y la moralidad; así como disciplinar la expresión lúdica, son las condiciones necesarias para que los totalitarismos se impongan; de ahí que los movimientos libertarios sean festivos y no tan encajados en la moral de los dictadores.

En este sentido, frente a los intentos por disciplinar la sociedad siempre habrán transgresores que se las ingeniarán para romperlos; este año en las Octavas ya se pudo observar a bailadores llevando linternas como parte de su atuendo y no sería raro que, bailando la última octava del domingo 16 de agosto, entre la gente que no desea desalojar Juan Montalvo haya alguien que dé la voz para iniciar el grito de moda: “fuera Correa fuera”, como una forma de canción que haga zapatear a la gente mientras se disgregan refunfuñando por lo corto que ha resultado el tiempo para festejar la cosecha y el Inti Raymi.

  1. La salud en tiempos de propaganda

Once de la noche en Carapungo, al norte de Quito. Una niña de 10 meses de edad empieza a arder en fiebre. La preocupación de su madre la lleva a buscar ayuda en el centro médico de una fundación en la que le habían proporcionado buena atención en una emergencia anterior, lastimosamente la atención solo se brinda de día y en la noche está cerrado.

La madre busca una segunda opción, y es el nuevo hospital de Carapungo, que ha sido promocionado por el gobierno. Al llegar allí se topa con una impresionante estructura, pero un guardia somnoliento la recibe y le dice que aún no hay atención.

Tercera opción, acudir al centro de salud del sector de la Ofelia. Llega, pero le informan que hay un solo pediatra y varias madres que están esperando turno, a lo mejor podrán atenderla en unas tres horas. Es ya la una y media de la mañana y la niña empieza a convulsionar por la fiebre.

El taxista que la trasportaba de un lado a otro y que, como todos los taxistas, se la saben todas por experiencia o se la inventan para ganar algo, le dice que se deje de vainas y vaya al Baca Ortíz. En efecto, llega y recibe atención inmediata cuando la niña tiene ya 42 grados de fiebre. En este hospital controlan la fiebre, diagnostican la enfermedad, le suministran medicamentos y la fiebre cede. La madre queda aliviada después de todo el trajín nocturno. Son las tres y media de la mañana.

Pero para hacer una crónica de estas no hay nada mejor que experimentarla en carne propia.

Lunes en la mañana, frente al espejo caigo en cuenta que mis ojos están llenos de sangre. Según las explicaciones vistas en internet ha ocurrido un derrame, que puede darse por varias razones, entre ellas quizá una alta presión arterial o problemas del corazón. Cunde la alarma y hay que buscar atención médica, para ello está el IESS.

Entro a la página de citas médicas por internet, lleno los requisitos y sale la página para elegir una cita: hay citas disponibles desde esa misma tarde del lunes y en todos los días de la semana. Pienso que el Presidente tiene razón: hay una sarta de sufridores empeñados en cuestionar su política y para eso no dudan en mentir, asegurando que el call center no funciona, que no hay citas, que se dan para después de un montón de meses, etc. etc. etc. La evidencia de que quienes critican son opositores mentirosos está en la pantalla del computador, hay citas disponibles en Carapungo, en Calderón, en Amaguaña, en el sur de Quito, pero también en el centro norte, en los alrededores del parque La Carolina, por la calle Moscú. Elijo una cita para el martes en la tarde en este último sector, porque parece ser un sector pelucón, así que debe ser un buen consultorio y una buena atención.

Media hora antes de la cita, tal como está en las instrucciones, llego a un edificio elegante, busco el número y está en una puerta pequeña a un costado del edificio, está llena de publicidad de estética odontológica; un par de ventanas también hacen publicidad de esta misma estética. Pienso que no es ahí y pregunto al guardia; me responde: “ahí mismo es, ahí hacen de todo”

Timbro, me abre una asistente; en el interior hay una pequeñísima sala de espera con dos asientos, hay tres cubículos de  madera que hacen las veces de consultorios. Hay dos personas en espera. Sale una persona de la consulta, la asistente le pide que llene una encuesta. Una de las personas que espera entra y sale casi inmediatamente; luego entra la otra y de igual forma sale pronto.

Me toca el turno, me llevan a una habitación y me toman la presión; luego voy al cubículo y se da una charla por demás surrealista:

  • ¿Qué lo trae por aquí?
  • Un derrame en el ojo
  • La presión y los latidos están normales. ¿Algo más?
  • En las mañanas amanezco con flema en la garganta
  • Eso es una reacción a procesos alérgicos. ¿Tiene algo más?
  • Un ligero temblor en las manos
  • ¿Tiene familiares con antecedentes de párkinson?
  • Mi madre

Ahí terminó la consulta. El médico y la asistente buscan en la computadora y finalmente me dan un papelito con un turno de consulta para el 23 de octubre en el hospital Carlos Andrade Marín, para análisis del corazón. Vamos a descartar corazón, dice el médico.

Salgo del cubículo y la asistente me pide que llene la encuesta. Al apuro pongo un visto en el casillero que dice buena y me voy corriendo, porque al parecer en ese lugar todo debe transcurrir a velocidad supersónica.

Ya en la calle empiezo a despertar. Han pasado cuarenta minutos desde que llegué al consultorio, el médico ha realizado tres consultas en ese tiempo. Ha pasado conmigo doce minutos y solo he quedado con una cita para tres meses después. ¿Cuánto cobrará el médico al IESS por esas tres consultas realizadas en poco más de media hora? ¿Esos consultorios cumplirán con los requisitos mínimos para una consulta médica?

Termino dando la razón a los sufridores que cuestiona a Correa; además, con el caso que he narrado al inicio y el mío propio puedo sacar una moraleja: en temas de salud revolucionaria, lo que en realidad funciona es la capacidad pública tradicional, lo demás es pura novelería, pero bien pagada.

  1. El escuadrón galante

En tiempos de León, tiempos realmente duros para algunos, existía el “escuadrón volante” que vigilaba en todo lado y al desgraciado que caía en sus manos lo molían a patadas. Decenas de manifestantes, decenas de travestis y otros transgresores fuimos testigos de la fuerza de sus botas. Yo lo fui en un par de ocasiones.

Denunciar al escuadrón volante era cosa de tercos, pues la culpa de todo la teníamos nosotros mismos por vandálicos según nos decían en las comisarías; creer que podíamos buscar justicia era cosa de ingenuos, pues estábamos en un país en donde se había tomado la justicia a punta de tanques militares; no como ahora que la justicia y todas las entidades del Estado están de oficio bajo la batuta del administrador del Estado, para ello lo elegimos.

Menos mal que esos tiempos ya pasaron, ya no tenemos escuadrones volantes; los escuadrones que ahora andan por ahí molestando lo hacen con flores y tarjetitas de cortesía; así lo hicieron con el administrador de la página de Crudo Ecuador, así lo hicieron con Betty Escobar, bloguera y columnista de Diario El Universo; así lo hicieron con una activista anti TLC con Europa, la compañera Paulina Muñoz; y así también lo hicieron con un par de opositores a Correa que no desean identificarse por temor; debo creer que es un temor por demás infundado, porque ya no es el escuadrón volante el que está actuando, lo han reemplazado con un “escuadrón galante” que actúa con romanticismo, filantropía y comedimiento.

Voy a referirme únicamente al caso de Paulina, cuyo inicio se remonta a unos ocho meses atrás, cuando recibe una primera carta en el buzón de su casa. En esta misiva le advierten que la están siguiendo y que le puede pasar algo; la misiva es anónima, pues al parecer este escuadrón galante no desea que se le agradezca por su comedimiento. Luego viene una segunda nota, esta vez es de felicitación por la brillantez con la que Paulina explica las nefastas consecuencias de firmar un Tratado de Libre Comercio con Europa, también se preocupan por la salud de su padre y le ofrecen ayuda; al parecer este escuadrón, además de filántropo, está muy bien informado y tiene buenas conexiones; tan buenas conexiones que hasta lograron meterse en su correo electrónico para darle enviando mensajes y así evitarle la fatiga.

La preocupación del escuadrón galante no podía quedarse ahí, pues debía hacerse presente también con un pequeño obsequio cuando Paulina regresó de México, luego de un periodo de descanso; la esperan con un ramo de flores y una nueva esquela; no pudieron entregarlo debidamente porque estaban apurados, seguramente debían hacer otras entregas, de ahí que hayan hecho sonar el claxon de su auto con demasiado estrépito para llamar la atención de Paulina y le hayan lanzado las flores sin más ni más. Pobre Paulina, asustarse de ganita.

Con susto y todo, Paulina decidió denunciar estos hechos en la Fiscalía; en la ventanilla la recibe una señora de mediana edad que, a medida que va leyendo la denuncia, se sonríe y le ofrece un hacker para descubrir desde donde se intervinieron su correo electrónico; luego le dice que no puede recibir la denuncia, que no hay delito, que revise lo que dice y le da algunos consejos. Paulina y su abogada se retiran medio confundidas.

Lo que Paulina no puede sabe, y tampoco sabe la abogada de derechos humanos que la acompaña,  es que la modernización de la justicia ha determinado nuevos procedimientos y estos son los nuevos servicios que ofrece la Fiscalía: en la ventanilla de recepción de denuncias se han puesto especialistas que saben qué se recibe y qué no, que saben qué es delito y que no; así se ha simplificado el proceso de la justicia y se han optimizado recursos; de esa manera a los fiscales ya solo les debe llegar las denuncias que la recepcionista, con sus grandes conocimientos y atributos de juez, permite que pasen.

Paulina, terca como ella sola, decide volver al día siguiente a insistir que le acepten la denuncia, esta vez una funcionaria joven en la ventanilla le dice amablemente que no la recibe porque no hay delito alguno que se denuncie; su jefe inmediato argumenta lo mismo y luego es recibida por el fiscal provincial, a cuyas oficinas decidió ingresar a la brava. Al parecer ya toda la fiscalía provincial sabía que vendría esa denuncia y tenían lista la respuesta: no recibirla.

¿A quién se le ocurre denunciar que le están regalando un ramo de flores?, se estarán preguntando los fiscales, aun cuando en este regalo esté implícito que el escuadrón galante sabe dónde vive, sabe dónde trabaja, sabe su situación familiar y sabe lo que escribe y a quien escribe.

Habrá que preguntarle al Fiscal General, como antiguo defensor de derechos humanos, si sabe que entre las múltiples amenazas que reciben los defensores y defensoras de derechos humanos, el recibir un ramo de flores de la forma que la recibió Paulina significa una amenaza de muerte, pues son el anuncio de las flores que recibirá en su velorio. Si no lo sabe, habrá que decirle que pregunte a sus colegas de Colombia o de México.

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