Una mujer bella y solitaria camina por un camino polvoriento a la orilla del mar en un pueblo perdido. La mirada ansiosa de unos adolescentes deslumbrados por el despertar de la vida sigue los pasos de la dama. Cuando ésta ya ha pasado, ellos toman raudos sus bicicletas para avanzar por calles aledañas y colocarse más adelante por donde pasará la bella y misteriosa mujer, a la que ellos devoran con su mirada.
Esta escena común que reúne soledad, ambiente pueblerino, despertar de la adolescencia, no se convertiría en algo de indescriptible belleza si no estuviera acompañada por la música de Ennio Morricone, que te destroza el corazón.
Esa mujer, Malena, de la película del mismo nombre (dirigida por Giuseppe Tornatore, 2000), desafía todos los convencionalismos de un pueblo pequeño que es, a la vez, un infierno grande. La conjunción de imágenes y música hacen de éste, como de otros tantos filmes a los que Morricone puso música, algo memorable.
“Yo, Ennio Morricone, he muerto”, con esta lapidaria frase, el músico italiano se ha despedido de este mundo y ha entrado en la inmortalidad.
¿Ha entrado a la inmortalidad? ¿Es que hay que morir para entrar a la inmortalidad? No, Morricone estaba ya en la inmortalidad desde décadas atrás con sus partituras musicales para filmes inolvidables.
El renacimiento del western, para citar un género que todo el mundo ha visto, que se produjo en Europa a mediados del siglo pasado con los llamado “spaguetti western” no habría sido lo que fue sin la conjunción de tres nombres grandes del cine contemporáno: Sergio Leone, Ennio Morricone y Clint Eastwood.
“Yo, Ennio Morricone, he muerto”. Con esta lapidaria frase, el músico italiano se ha despedido de este mundo y ha entrado en la inmortalidad.
Samuel Guerra Bravo
Nadie que haya visto películas como “El bueno, el malo y el feo”, “Por un puñado de dólares”, “Érase una vez en el salvaje oeste”, “Navajo Joe”, “Por unos pocos dólares más”, “Los odiosos ocho”, “Kill Bill (vol. 1), o, en otros géneros, filmes como “Días de gloria”, “Cinema Paradiso”, “La Misión”, “Malena”, “La leyenda del pianista en el océano”, “Los intocables”, “Érase una vez en América”, “El profesional”, “Los mercenarios”, para citar unos pocos de los más de 500 filmes a los que Morricone puso música, podrá olvidar las conmovedoras notas que inundaban de belleza la mente y el corazón de los espectadores.
Esa música está allí, desde hace décadas, como patrimonio universal para que todos puedan escucharla y, en momentos de comunión con la belleza, que a nadie le falta, sacar su corazón, exprimirlo, y volver una y otra vez a disfrutarla.
Por eso decimos que él habitaba la inmortalidad desde mucho antes de morir. Como fueron inmortales antes de morir, por ejemplo, Copérnico, Beethoven, Einstein… en el contexto europeo, o Eugenio Espejo, Eloy Alfaro, Monseñor Leonidas Proaño…, en el contexto ecuatoriano.
¿Qué es la inmortalidad? ¿Por qué los personajes citados eran inmortales antes de morir? Porque la inmortalidad no es algo que cae de alguna parte, sino algo que se construye y se merece con aquello que se ha hecho o se hace en la vida o en una etapa de la vida y que sirve para que los seres humanos de nuestro entorno o de la humanidad en general, generen sentimientos, pensamientos, actos y realizaciones que dignifiquen la existencia y amplíen el horizonte de lo humano, de lo verdadero, de lo justo, de lo bondadoso, de lo bello.
No solo los elegidos pueden alcanzar la inmortalidad; ésta está al alcance de todos, desde los últimos del rango social que luchan a muerte por sobrevivir hasta las élites que no han vendido su alma a la ambición y al capital o que, si la han vendido, les queda un poquito de seso para pensar que no están solos en la Tierra. Todos pueden (podemos) hacer algo para que el pequeño espacio existencial en el que nos movemos sea mejor, más solidario, más humano, más bello. Si logramos mejorar un milímetro el ámbito en el que nos movemos, sea el del pensamiento o la acción, habremos labrado nuestra propia inmortalidad, porque nos habremos incorporado al devenir eterno de la existencia universal que se perenniza en las existencias individuales o colectivas.
La inmortalidad no tiene nada que ver con la vida ultraterrena. Es solamente el logro de quien con su pensamiento o acción, con sus habilidades y esfuerzo, logra hacer algo que aporta para la rehumanización de los hombres (sobre todo de los que viven bajo pobreza, marginalidad, patriarcalismo, racismo, intolerancia…), para la dignificación de la existencia cotidiana, la valorización y la promoción de nuestro ser y estar, de nuestro vivir y morir.
Ennio Morricone lo ha logrado con su música. Que todos nosotros como seres corporales, racionales, espirituales, hagamos algo que sirva para la elevación o liberación de nuestras alienaciones cotidianas, de las impuestas por el sistema y de las creadas por nosotros mismos. Entonces nos habremos hecho dignos de la inmortalidad.
“La inmortalidad no tiene nada que ver con la vida ultraterrena. Es solamente el logro de quien con su pensamiento o acción, con sus habilidades y esfuerzo, logra hacer algo que aporta para la rehumanización de los hombres”.
Samuel Guerra Bravo
*Samuel Guerra Bravo. Investigador independiente. Ha sido profesor de la Escuela de Filosofía de la PUCE. Autor de libros y artículos de su especialidad.