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miércoles, mayo 1, 2024

Filosofía moral de la pandemia

Por Tomás Rodríguez León*

La pandemia golpea y más estupor causa la conducta humana que transita sin piedad ante el dolor, se confabulan prácticas inmorales y quehaceres políticos, cual otra peste mayor. Los hilos de la solidaridad discurso vacío del poder, herramienta escatológica que sucede mientras el pueblo llora, cruel escenario donde los políticos frotan sus manos organizando  negocios, negociados y robos.

En el lindo Ecuador del alma presenciamos la bienvenida al covid-19 y no ha terminado la masacre. Los extremistas de derecha sin pudor se  dan a la tarea de organizar la fiesta de triunfo, una farsa de la actoría política que danza triunfal sobre miles de muertos y millones de infectados.

Los hechos modifican las certezas, la axiología de la vida, como reflexión médica o filosófica daba por sentada una moral que privilegia la existencia en construcciones de ciencia al servicio de todos. Pero sucede a la inversa pues los modelos políticos abordan pensamientos directivos sin dejar pasar oportunidades para viles procederes. Risa trágica nos provoca ver a ridículos y ridículas criaturas gobernantes hablar de soluciones médicas y protección a la vida

Por lo menos en epidemias, los paradigmas de la filosofía: vida y  muerte  deberían ser los mismos enunciados de la ciencia, en particular  la medicina  para  dar curso a la reflexión sistemática que convoque a  energías altruistas sin perversiones sépticas. Pero parecería que los buenos, pensadores y científicos no orientan nada porque el poder se reserva el derecho de admisión solo para bandidos

Y así, en nuestra realidad, las credenciales morales, se perdieron por acción de criminales con poder que asustan con sus trajes de vampiros formando eclosiones purulentas a repetición sin cesar. Continuidad sin rupturas, solo los 25 y un quemado, dan cuenta de que la reserva juvenil ha sido contaminada  y no por la epidemia. Quienes resignifican hoy los hechos de la coyuntura son los que renuevan lo más atrasado de pensamiento conservador. Que desgracia, los jóvenes en el poder no demuestran ser mejores. Y pensar que casi recientemente a los jóvenes que se alzaban contra el dominio,  un encaramado los tildaba de saboteadores y terroristas mientras alimentaba a sus tiernos chacales hoy devoradores de carne progenitora

La filosófica política inteligente que nos es lejana, nos enseña que a la juventud revolucionaria, luchadora natural contra el poder se la debe  mimar y proteger, porque en ella radica la esencia de la vida con sus afanes de purificación y justicia. Pero las bestiales dictaduras asesinaron a dos millones de jóvenes revolucionarios en América Latina y luego un aprendiz de tirano en Ecuador llamado Rafael se esmeró en reprimir draconianamente a todo adolescente que se alzaba irreverente, mientras era  nodriza de ratas en preparatoria para gobernar el Estado y sus maldades

Ecuador se expuso al mundo como una  estela funeraria  y los culpables de tanta tragedia a cuestas, vencedores prematuros vaya a saber de qué, en cálculo protervo organizan el robo futuro o encubren las malas artes del lleve vigente. Así estamos, consternados y rabiosos buscando cauces explicativos a tanta desolación, reducidos a tarea de extemporáneos pensadores. Gracias a la vida sobresalen prácticos héroes profesionales sanitarios que resisten en la cotidianidad.

“Y  pensar  que casi recientemente a los jóvenes que se alzaban contra el dominio,  un encaramado los tildaba de saboteadores y terroristas mientras alimentaba a sus tiernos chacales hoy devoradores de carne progenitora”

Por Tomás Rodríguez León

Que pena, la acción filosófica se ha vuelto descriptiva y narradora de dolores, mientras otras urgencias se anticipan perfilando la argumentación de los corruptos en lamento mayor para los desposeídos. Y para que las fechorías ocurran “que la calle quede bajo la autoridad, que la vigila”; “se ordena a cada uno que se encierre en su casa, con la prohibición de salir”; que “cada familia habrá acumulado sus provisiones”; que “cuando es absolutamente preciso salir de las casas, se hace por turno, y evitando todo encuentro”. El profeta es Michael Foucault.

El espacio público se llena de transeúntes mercachifles que se dan prisa  para los negocios, se llena también, como en la peste de Albert Camus de ratas  que deambulan vivas o muertas y se repiten raídas ambulancias que gimen lloronas entre furgones muerteros y soldados. La vigilancia al ciudadano funciona sin parar, con miradas permanentes pero nadie mira las manos sucias del poder.

Epidemia, emergencia frenética, que nos ofrece canjear la libertad por seguridad vital  en palabra clave que nunca fue solidaridad, solidaridad innecesaria e infecciosa frase porque los vectores de la peste moral son  más hediondos ya que obligan a otras bocas a cerrar  o a usar el tapa nariz que vuelve rala la respiración. Amenaza de asfixia como la muerte de Floyd.

Pandemia a la medida de las urgencias estatales que inmoviliza y desmoraliza, figura de terror que obliga a subsumir todas las otras necesidades existenciales y las repliega a roles secundarios o fuera de agenda, pero también es para las mentes libres y advertidas  un momento de aprendizaje y reflexión respecto del valor de un modelo de desarrollo en sus distintas expresiones: salud, educación, justicia, economía.

En el fondo estamos absortos frente a una realidad que nos obliga a un giro de tuerca no solo en el modo de vida, porque no se trata solamente de un biopoder y una política dominante sino que empezó un discurso o más bien un relato cada vez menos encubierto que sin empacho nos llama al sacrificio de la vida, a la caducidad de la existencia y a la ortogénesis selectiva que decide quien respira o no, protegiendo siempre el interés económico. Y estamos así, indignados pero inmovilizados, mientras el tejido social ya está en necrosis.

Nos queda la atopia limpia que llama a la revolución, si como antes, cuando se ofrecía entregar la vida por la justica dispuestos a acabar con los explotadores y opresores. Ahora en la lista de las prioridades revolucionarias debe estar la extirpación del cáncer de la corrupción en uso legítimo de la fuerza revolucionaria exterminadora porque los enemigos del pueblo son una triada de explotadores opresores y bandidos.

“Y estamos así,  indignados pero inmovilizados, mientras el tejido social ya está en necrosis”.

Por Tomás Rodríguez León

*Tomás Rodríguez León, máster en gerencia de salud pública, especialista en salud y educación; magíster en epidemiología. Docente universitario.

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