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martes, enero 14, 2025

SEÑORA CUIDE A SUS HIJOS… La Policía anda suelta

Opinion*
Por Gladys Montaluisa.
12 de enero 2024

En estos días, cuando finaliza un año y comienza uno nuevo, he esperado serena, quieta, pero emputadamente atenta a que alguien hable con propiedad de lo sucedido entre el 8 de diciembre de 2024 y el 1 de enero de 2025, un período en que toda la tensión imaginable se concentró en la vida, pasión y muerte de cuatro guaguas que una tarde salieron a jugar fútbol en una cancha vecina, con la condición de que al regreso traigan el pan para el café familiar, no el ingreso al sepulcro de lo que quedaba de sus amados cuerpos. En este tiempo de hondas tribulaciones he oído –como dije– de todo. De las expresiones de ira al llanto, de la grotesca risa al sarcasmo, de la solidaridad al ataque vil, pero a nadie he oído hablar con propiedad.

Recuerdo que allá por los años iniciales de este siglo –creo que era el 2008– pasaron cosas como las que paso a narrar: Cierto día, un “pelado” se ganaba unas monedas por hacer en grupo pintas de respaldo al candidato a alguna dignidad, de aquellas que se elegían a medio tiempo. A los chicos les había contratado el FRA y estando en lo suyo, ocurrió que pasaba por el lugar un patrullero de la policía y, sin más, zas, uno de los uniformados le encajó un tiro en la espalda y el chico, un grafitero por necesidad, quedó sembrado en el piso. El resto del grupo se dispersó a la carrera, horrorizados, y el silencio de la noche cubrió el episodio.

Recuerdo otro caso: eran tiempos en que los jóvenes de los colegios y las universidades de Quito salían a las calles a plantarle cara al tirano de turno y –claro– en aquel tiempo el “deporte” de los estudiantes era prender en media calle una fogata con llantas y trozos de madera; para esto, pedían a los choferes de los buses que les regalen un poco de gasolina o dinero para comprarla. En esa ocasión, se acercó un estudiante y le pidió al chofer lo usual; este sacó una pistola 9 mm y le encajó un tiro en la cabeza ante el estupor de los pasajeros; rápidamente dio marcha atrás, tomó impulso y se largó a toda velocidad por la avenida Pérez Guerrero, cerca de la Universidad Central. Hechas las averiguaciones se conoció que el chofer del bus era un chapa en su día de franco.  Entonces, decidimos hacer pintas en el sur de Quito, que decían: Señora cuide a sus hijos … la policía anda suelta.

Hablemos ahora de lo sucedido entre el ocho de diciembre de 2024 y el primero de enero de 2025. De todo lo que se ha hablado, de uno y otro lado, yo saco estos resultados:

a) Los cuatro de Guayaquil, son mis niños, pues a mis hijos (que ya me han dado nietos) les llamo “mis guaguas”. Es que, a la maternidad como un sentimiento esencial, yo no renuncio. Decir que el uno era un niño y los demás adolescentes, no lo acepto.

b) Para demostrar que eran víctimas y no delincuentes se ha dicho de modo legítimo que eran futbolistas, catequistas, buenos hijos, estudiantes aplicados, buenos  vecinos… Se han pronunciado los padres, los vecinos, los dirigentes del equipo de futbol, los maestros, el cura… El Estado, en  cambio, para justificar el hecho criminal dijo con desfachatez que eran ladrones, miembros de grupos de delincuencia organizada (GDO), sicarios, tatuados, que los detuvieron  infraganti tras un robo, que los taitas tienen la culpa por dejar salir a sus hijos a esas horas de la noche, que un civil los entregó, etc. También oímos voces salir desde las entrañas de las madres. Escuchamos a los voceros de la Iglesia, defendiéndolos. Y el presidente del Ecuador dijo su palabra tonta, y el ministro de Defensa con cinismo trató de deshonrarlos.

c) Daniel Noboa intentó pasarse de listo. Se tatuó un ave fénix a la que le siguen tres fénix más pequeños, que dijo que son sus hijos. Para entonces –y no sabremos jamás desde cuándo– él ya conocía que los niños de las Malvinas estaban muertos, acaso desde el día que les ofreció a los padres que los haría “héroes nacionales”. Entonces, Vera salió a la televisión y dijo “que se tramite la indemnización correspondiente a estos casos, que se la entregue a los padres y a voltear la hoja de esta historia, pues estos excesos son comunes en todos los gobiernos”.

Recuerdo que en los años 80, León Febres Cordero, luego de cada episodio de sangre, tan diarios y comunes entonces, se atiborraba de whisky y cocaína, y “digería” así lo que sabía que a día seguido sucedería en las calles. En esos días, las botas militares eran aún más duras, audaces y crueles que ahora. Ahora, de buena tinta se sabe cómo ingiere alcohol el presidente, cómo chilla como chico emperrado, como se mete en su lujosa habitación, de la que no sale si mami no va a verle y a conminarle con aquel estribillo común que dice: Te metiste a soldado y ahora tienes que aprender…

Con estos antecedentes, paso a opinar sobre los niños de las Malvinas. Creo que nadie ha dicho hasta hoy lo que yo quería oír. O si se lo dijo, yo no lo entendí así, y conmigo, quizás mucha gente de las Malvinas, la Colmena, la Tola, la Cinco Esquinas, etc. ¿Qué es lo que queríamos oír al tratarse de un caso tan doloroso?

En el barrio las pobrezas todas están juntas. Los guaguas desde temprano conocen ciertos códigos y saben cómo reaccionar. Saben de los golpes en la puerta del cuarto en ciertos días cuando la dueña de casa viene a cobrar el arriendo, entonces el más pequeño sale y dice:— Señito, mi papá no está… Los guaguas saben la seña de cuando la mamá va a la tienda a fiar y para no más de una libra de papas y arroz se queda toda la mañana…

Conocen cuando se le manda a la profesora una nota diciendo que estás enfermo y que irás la otra semana, pero no le cuenta que no vas porque no tienes zapatos. Y así, con estas señales y muchas más, los guaguas aprenden y crecen desde chiquitos. La pobreza nos hace sabios para la vida. Y soñadores. Si creces en un hogar pobre, ¿sueñas con ir al colegio? ¿Te imaginas en la universidad para elegir la profesión que salvará a la familia? Pero resulta que creces, que tienes más hermanos, que tu ñaña ya tiene un guagüito en brazos, que tu papá se fue del hogar un día, que sigues en la misma casa (en el mismo cuarto), que el barrio no tiene agua, que las calles son de barro, insufribles para transitar cuando llueve, que vives robando la luz eléctrica del poste…

Pero un buen día ocurre una suerte de milagro: el presidente del país dice por televisión que la atención a la salud ya no cuesta; que te van a dar los uniformes, que la matrícula es gratuita, que te darán los útiles y el desayuno escolar. También ocurre que un payloader pasa por tu calle y de pronto la entrada a las Malvinas cambia de rostro, le dejan mejor que antes. Entonces, la mamá empieza a hacer muchines y bollos para vender al filo de la vereda al vecindario y ya no tenemos tanta hambre, pues, si no vende tenemos que comer. Con decir que acabamos la escuela, que los dos hermanos más chiquitos piensan ir al colegio cuando acaben la primaria. Pero, nunca es verde para siempre en el caso de los pobres. Resulta que eso, que parecía bueno, poco a poco se acabó, la entrada a las Malvinas se dañó en el siguiente invierno, los útiles se esfumaron junto con los uniformes, ya no hubo el desayuno escolar, los libros no podíamos usar pues teníamos que dejar para los alumnos del año siguiente. El colmo llegó cuando pidieron una cuota para pagar a los guardias para que cuiden que los ladrones no se roben lo que dejó ese gobierno para la escuela.

Y el drama no termina ahí. Mamá nos saca de la escuela y los días se hacen tan largos, y salimos a la calle, y entre todos los niños juntamos nuestras hambres, estiramos nuestras piernas, aprendemos a jugar fútbol. Los papás, en cambio, se aferran a todos los dioses y las vírgenes (a las once mil vírgenes, decía mi mamá), para que nos cuiden cuando ellos salen a trabajar. Pero los lobos están  cerca, son de todos los colores, visten como mi papá, de civil, otras veces visten como policías o de verde oliva; todos tienen armas, todos las usan, pero no todos las muestran. Todos los lobos son peligrosos, así al menos nos dicen nuestros papás.

Entonces, si nos olvidaron los del gobierno, si nos quitaron lo poco que nos dieron un día que ya quedó atrás, si cuesta más el pan o el arroz en la tienda… Si le siguen a mi hermana hasta la casa y esperan a que no esté papá o mamá para acosarla… Si ya no nos fían ni en la tienda, si la dueña de casa ha dicho que nos mandará el próximo mes por falta de pago… Si le hemos pedido a Dios y a la Virgen y a todos los santos que no nos vaya tan mal el próximo año… Pero parece que están muy ocupados o mismo no nos oyen… De modo que ¿qué esperaba la sociedad de nosotros? ¿Quién tiene la culpa de nuestra suerte?

Ahora es cuando se me ocurren estos cuestionamientos:

• En el supuesto no consentido (como solemos decir los abogados, cuando empezamos a perder argumentos) de que los cuatro niños de las Malvinas hubieran sido delincuentes, ladrones, sicarios, ¿qué tan “malo” se puede ser cuando eres un mocoso de once años? ¿Qué tan avezado eres a los catorce años? ¿Cuánto dinero has lavado a los quince? Porque si tienes esas alas deberías haberte cambiado a la Mocolí, como Fito, que es vecino de don bigotes.
• Y si se supone que somos tan malos, ¿quién dice que hay que asesinarnos? ¿Qué ley autoriza a sacrificar una vida en flor? NO ES QUE NO EXISTE LA PENA DE MUERTE ¡CARAJO!
• Ahora, pongámonos en los zapatos de unos taitas que, ante la brutalidad de la vida en pobreza, en el lugar donde vives, deciden que solo Dios puede salvar a sus pequeños. Es cuando llevan a los hijos ante el Señor, además les hacen ocupar el tiempo libre con el deporte… Y que la Iglesia se ocupe de ellos y de sus deberes escolares a fin de que no pasen vagueando en la calle. Pero en la costa a las 11 de la noche todavía se juega en la calle, tengas diez o sesenta años. ¿Quién decide que, porque vives en las Malvinas, o porque tienes piel oscura, o pelo tieso o ensortijado, mereces la muerte?
• Las entrañas maternas –con conocimiento de causa lo digo– son calientes, rebeldes, irracionales, puñeteramente entregadas a sus frutos, si le parten el vientre en dos, si se los arrebatan, si los devoran y les devuelven como restos ¿Qué quieres que haga esa hembra llamada madre? ¿Se tiene idea de esta Navidad del 2024 y del año nuevo del 2025 con el fogón frío, entregando a la fosa a mis presentes, repasando sus cuadernos, ropas y travesuras?
• Además, resulta que en la casa no hay para la comida y además debo tener para contratar un abogado. Que debo tolerar que ofendan a los que siempre amaré y de paso  que me digan que fueron los  “malos” los que los mataron, porque yo les di permiso a que jueguen en la calle hasta entrada la noche. Así, ¿fueron los “malos” los que los subieron al cajón de la camioneta, los que los desnudaron y los expusieron en su intimidad? ¿Los que los destazaron y los incineraron?
• Somos malos nosotros que les mostramos a Dios, que les apoyamos en sus sueños deportivos, que les enviamos a la escuela, que les compramos su ropa y zapatos, que les dimos de comer, que les enseñamos a ser honrados y a amar. Y pensar que, a pesar de que somos “malos”, el presidente Noboa dijo que eran “héroes nacionales”. Yo sólo quería que se sienten a la mesa para comer juntos, eso les dije esa tarde del 8 de diciembre, no sé si me oyó. En todo caso, no entiendo cómo es que si somos malos somos héroes, tal vez porque somos sobrevivientes.

Como corolario de todo esto quiero que se tenga un momento de reflexión sobre las siguientes cuestiones:

• Hay un libro titulado “Las Cárceles Clandestinas de El Salvador” cuya autora es una valiente guerrillera salvadoreña del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Ana Guadalupe Martínez, que luego en los años 90 fue diputada nacional en su país. Ella describe el proceso de apresamiento, tortura, cebamiento y muerte en manos de “los guardianes del orden” y dice, entre otras cosas, que lo primero que hacen contigo es desnudarte, porque así te vencen en tu intimidad, te arrinconan en tu decencia, te hacen sentir su poder y en lo “cosita” que te vuelven, pasan al ultraje. La pregunta, entonces, es: ¿qué les hicieron previamente “los guardianes del orden” a los niños de las Malvinas? ¿Por qué los dejaron desnudos en plena carretera a Taura? ¿Les pusieron sobre aviso a las bestias depredadoras? ¿Se les fue la mano con el más tierno y tuvieron que matar alresto?
• Las declaraciones iniciales daban cuenta de que los militares estaban en una misión de escoltar un conteiner hacia la aduana de Guayaquil. Sin embargo, dicen que no había disposición escrita para la tarea, que no había cadena de mando, que no hubo disposición alguna para el secuestro. Entonces ¿qué contenía el vehículo custodiado? ¿Cómo una tarea llevada a cabo por un grupo militar no tiene mando? ¿O acaso los niños vieron algo que no debían y por ello debían morir? ¿Acaso les hicieron participar de algo y luego no se sentían seguros del silencio de los niños?
• Ahora resulta que cuando el tipo blanco se tatúa es un “padre luminoso y ejemplar”; pero si se tatúa el tipo oscuro de piel, es un delincuente. Al inicio, la narrativa contra los padres y los niños se centraron en que, si los niños eran tatuados, eran pandilleros. Pero ¿cuál es la diferencia entre la piel blanca y la negra o la cobriza? ¿Es marca delincuencial la piel?

Al terminar me recuerdo del valsecito peruano cantado por Chuy Rodríguez que dice: “Maldita sociedad yo te desprecio, porque nada vale el pobre para ti, maldita sociedad ¿por qué lo humillas si es humano y también quiere vivir (…)”

GEMT (Enero de 2025)

Foto: France 24 © Santiago Arcos / REUTERS


* El contenido de las columnas de opinión es exclusiva responsabilidad de sus autores. La Línea de Fuego reproduce este material en atención al derecho a la libre expresión, aunque no necesariamente comparte los términos en que ha sido escrito.

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