Publicado originalmente
Jorge Ernesto Corral Fierro
Febrero 17, 2025
La idea de progreso mira el transcurrir de la vida como una serie de alteraciones que siguen una trayectoria rectilínea y ascendente; alteraciones que acontecen dentro de un receptáculo, el tiempo, que no es tocado por ellas y al que ellas no afectan. Es esta apreciación instrumentalista y espacialista del tiempo histórico como un lugar indiferente o ajeno a lo que que acontece en él, cuya constitución no tiene nada que ver con lo que el ser humano hace en su historia, la que está en la base, dice Benjamin, de la idea que el socialismo tradicional (social democracia) se hace de sí mismo como hecho histórico, de lo inofensivo de su ideal político e, indirectamente, del fracaso de su praxis. En este sentido, la crítica del progresismo que hace Benjamin va dirigida al núcleo más profundo de la modernidad en cuanto tal, como elección civilizatoria que ha entrado en crisis y que debe ser examinada en sus virtudes y en sus aberraciones; es una crítica de la manera en que el hombre moderno vive, percibe y concibe su historicidad, su temporalidad concreta. (Benjamín: mesianismo y utopía; Bolívar Echeverría)
Tras los resultados de la primera vuelta electoral a la presidencia del Ecuador, sectores de la población atemorizados por un posible nuevo triunfo de la derecha ecuatoriana, que articula a unas élites oligárquicas cada vez más desembozadamente violentas, llaman a la unidad entre el campo popular plurinacional (izquierdas) y el progresismo (Revolución Ciudadana o correísmo).
En esta línea, algunos sostienen que no es el momento de ventilar las diferencias, que luego de la segunda vuelta, habrá tiempo para “debatir los disensos”. Otros, situados en un púlpito imaginario, reproduciendo lo que critican, apelan a actuar en coherencia con una ética a favor de los desposeídos del neoliberalismo rapaz, negando las razones o la legitimidad de quienes insisten en que no hay diferencias entre las fuerzas que hoy compiten por la presidencia del Ecuador. No faltan quienes piensan que las posiciones encontradas del campo popular, plurinacional y de las izquierdas con el progresismo obedecen a actitudes agraviosas de lado y lado y que, en un acto de expiación, a través de las respectivas disculpas públicas, las diferencias se disolverían a favor de la tan anhelada unidad.[1]
En el fondo todas estas lecturas renuncian a la disputa política y democrática, hoy más necesaria que nunca. En realidad, estas posiciones se alinean con la polarización configurada, alimentada y reforzada por las fuerzas políticas hegemónicas de la política institucional, negando y silenciando, a nombre de una falsa unidad de los pueblos, la heterogeneidad de visiones y posiciones críticas que constituyen el abigarrado y complejo mundo de la política ecuatoriana contemporánea.[2]
Desde luego, que no se niega el peligro de la coyuntura actual. Es inocultable que los representantes de los poderosos grupos económicos han llegado en los últimos años a controlar sin mediaciones al Estado y que han llevado a cabo una operación violenta de empobrecimiento, racialización y militarización contra los pueblos del Ecuador. Y también es innegable que la posible reelección de Daniel Noboa, heredero, probablemente, de la fortuna más grande del país, afincada en los negocios bananeros de exportación, significaría inevitablemente un recrudecimiento de esta política hasta límites imprevisibles.
Aunque desde una perspectiva poco problematizadora, que es, en parte, la misma que anima a los discursos mencionados arriba, pareciera que, si sumamos los votos del correísmo, más los votos del sector popular, plurinacional y de izquierdas que se agruparon alrededor de la candidatura de Leonidas Iza, se podría impedir, en efecto, la reelección del siniestro personaje representante de las élites económicas y políticas ecuatorianas, no obstante, esto en los hechos no es ni tan obvio ni tan fácil que suceda.[3]
Las razones son múltiples, pero existe una que podría organizar a una buena parte de ellas y que está relacionada al hecho de que a los pueblos del Ecuador se les ha impedido debatir a profundidad el ciclo político progresista, que durante los 10 años de ejercicio gubernamental (2007-2017) intentó hegemonizar violentamente los sentidos de la transformación política, económica y social que se abrían en el Ecuador en el 2007, como resultado de un largo acumulado histórico de luchas, entre ellas, el combate a las políticas neoliberales dominantes en los ochentas y noventas del siglo pasado y en los primeros años del nuevo siglo.
El cierre violento de avanzar en la construcción democrática de un proyecto alternativo al neoliberalismo, supuso también en muchos casos la persecución, estigmatización y criminalización de las voces disidentes del campo popular y plurinacional, que incluyen “heridas” corporales y simbólicas muy reales. No olvidamos y no podemos olvidar, sólo por mencionar algunos casos, los asesinatos de Bosco Wisuma y José Tendetza, la implacable persecución contra Javier Ramírez y la brutal militarización de Nankints, todos vinculados a la defensa de los territorios y la naturaleza. También, en este contexto, no se puede dejar de mencionar que, en un escenario de exacerbación de la violencia contra las mujeres, este ciclo político impuso una política ultraconservadora sobre los derechos sexuales y reproductivos -Plan Familia-.
El bloqueo de un debate crítico, abierto y democrático sobre el ciclo político progresista, que en parte significa discutir ampliamente el carácter y el alcance de un proyecto anti y post neoliberal para el país, junto a la duda y al temor legítimos de que un nuevo gobierno correísta pueda reincidir, ahora reforzado, en sus políticas que pusieron en jaque a sectores amplios del campo popular y plurinacional, está, pienso yo, en el fondo de la reticencia de una parte importante de los sectores críticos de la sociedad ecuatoriana en apoyar a Luisa González (RC) en la segunda vuelta electoral.
Por eso es indispensable que, en esta breve coyuntura, sin recelo y, desde luego, sin aspirar a agotar el debate, se despliegue una crítica consistente al ciclo progresista, considerando, además, que no es posible entender las razones del avance de la extrema derecha durante los últimos años sino las articulamos al fallido y contradictorio proyecto político y económico que puso en marcha esta fuerza política.
Por otro lado, junto a la imperiosa necesidad de impedir la reelección de Noboa, está en juego, también, en este momento crucial, gracias al lugar estratégico que ocupa el campo popular y plurinacional articulado a la candidatura de Leonidas Iza, el derrotero de la política ecuatoriana de los próximos años.
Por todo lo dicho, enmarcar los diálogos entre las izquierdas, representada por Leonidas Iza y el Movimiento Indigena Ecuatoriano, y el progresismo dentro de la crítica profunda y sustentada al proyecto de la Revolución Ciudadana, no amenazan, por supuesto, la posibilidad de articular una coalición para evitar que en el Ecuador se consolide la derecha oligárquica y militarista, aliada al fascismo internacional en ascenso, como suponen los sectores que deciden ahora adoptar una estrategia autodefensiva, sino que, por el contrario, permitirá darle sustancia y credibilidad a este proceso de diálogo y coalición, al mismo tiempo que se colocan los asuntos fundamentales sobre los que hay que discutir, se delimita el alcance de los posibles acuerdos mínimos y también se trazan los horizontes de hacia dónde puede y debe transitar la política ecuatoriana en los próximos años.
En la misma perspectiva, dentro del marco de este proceso de convergencia democrática, “optar por el mal menor”, argumento propuesto para apelar a favor del voto correísta por parte de algunas voces atemorizadas con razón y otras interesadas, no significa sumarse pasivamente al progresismo ecuatoriano para impedir la reelección de Noboa, es, por el contrario, mientras se pone un cerco a la extrema derecha, confrontar políticamente al progresismo. Es decir, exponer, a partir de la experiencia política reciente, las profundas diferencias entre las izquierdas y el progresismo, sin soslayar, además, la dimensión sensible que las atraviesan.
Esta confrontación con el progresismo supone cuestionar además de los límites y los alcances de su proyecto político y económico, también, su estructura política cerrada y autoritaria, forjada al amparo del poder estatal e institucional, que reproduce, además, una relación vertical y poco democrática con su electorado de raigambre popular, con la finalidad de obligarlo a que se ponga en juego, a que se abra democráticamente hacia adentro de su propia organización y, principalmente, hacia la sociedad que le interpela agudamente, de tal modo que asuma la necesidad histórica de debatir a fondo su visión de país, que se desplomó y que requiere urgentemente ser sometido al escrutinio público informado, transparente y crítico.
Una coalición formulada y articulada en estos términos, bloqueará la posibilidad cierta también de un gobierno de la Revolución Ciudadana que repita, incluso reforzada y ampliada, la violencia inherente a su proyecto político y económico. Esta coyuntura puede representar, gracias a la voluntad política del bloque popular y plurinacional, un salto que integre y supere la historia política ecuatoriana reciente y abra un nuevo ciclo político.
En resumen, la tesis central de esta apuesta política es, en esta coyuntura y más allá de ella, confrontar democrática y profundamente al progresismo, y por esta misma vía, acordar con esta misma fuerza política una coalición antineoliberal para la segunda vuelta, mediante un acuerdo mínimo, que supone definir unas líneas rojas, alrededor del programa de gobierno de la Revolución Ciudadana, y avanzar en la reconfiguración radical del campo político ecuatoriano. Esto supone, por supuesto, no aceptar un cogobierno, sino preservar la autonomía del bloque popular y plurinacional frente a un posible nuevo gobierno progresista y a la necesidad de vigilar el cumplimiento de estos acuerdos.
El rol histórico del Movimiento Indígena del Ecuador, con el liderazgo colectivo que representa Leonidas Iza, radica precisamente en politizar la crucial y decisiva coyuntura electoral, es decir, llevar hasta donde más se pueda la deliberación y la reflexión política. En este sentido, la construcción de acuerdos mínimos entre el campo popular y plurinacional y el progresismo supone, desde una perspectiva estratégica que rebase la coyuntura, asegurar que el nuevo ciclo político garantice una senda de democratización creciente para el país,. En otras palabras, poner en marcha, aunque ahora demarcado por los estrechos límites electorales, un debate abierto y democrático a largo plazo sobre los principales asuntos que preocupan al país y que necesariamente deben ser planteados sin maquillajes en el marco de la actual y profunda crisis de naturaleza civilizatoria del orden capitalista global.
Por supuesto, este horizonte crítico, que se abreva de las alternativas adelantadas por los pueblos en lucha, aunque en condiciones cada vez más extremas, concibe las vías de transformación social como procesos en diálogo crítico con la realidad, es decir, impugnador pero al mismo tiempo realista y viable, así como progresivo y cuidadoso, en el que la profundización de la democracia política, económica y social sea aquí y ahora el horizonte de la política. Frente al peligro y la urgencia del momento, esta coyuntura que parece inextricable es la oportunidad de “poniendo los pies sobre la tierra” desbrozar un camino para, recordando una no tan vieja consigna, acordar y avanzar hacia la configuración de otro (s) mundo (s) posible (s).
[1] Como si no hubiera diferencias de fondo y, principalmente, como si se trataran de dos posiciones simétricas, por un lado, la de un partido político que controló por una década todos los poderes del Estado, incluida la “gestión” de la fuerza y la violencia policial y militar, y, por otro lado, la población critica, cuya única, pero importantísima, fortaleza radica en su capacidad organizativa y democrática.
[2] Uno de los mecanismos fundamentales para reproducir la polarización es precisamente apelar a los sentimientos, es decir, a las heridas, a los oprobios, a las experiencias traumáticas y aprehenderlas en verdades reveladas, en slogans, en propaganda política. Sin duda este modo de afrontar la coyuntura no ayuda a discernir lo que en estas votaciones está realmente en juego.
[3] También se esperaría que una parte del voto nulo, que expresa en términos amplios a sectores importantes que cuestionan radicalmente la política institucional, se sumen a esta coalición.
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Foto de portada: Por Jorge Jorge Ernesto Corral Fierro
“Anuncio de los acuerdos mínimos programáticos entre las organizaciones sociales, los partidos y movimientos políticos de la tendencia centro-izquierda, izquierda y progresistas, de cara a la primera vuelta electoral, realizado el 29 de agosto 2024. Vale anotar que a este anuncio no asistieron los candidatos a la Presidencia del Ecuador Leonidas Iza ni Luisa González. Una posible coalición entre el campo popular y plurinacional (izquierdas) y el progresismo (Revolución Ciudadana) para afrontar la segunda vuelta para la elección de presidenta/e del Ecuador debe enmarcar los nuevos diálogos y discusiones en función del campo político trazado por las elecciones del 9 de febrero pasado.”
Florindo no es lindo, Borrego no es juego, el Diego y la Luisa te desdolarizan; hasta la miseria siempre.
Florindo no es lindo, Borrego no es juego, el Diego y la Luisa te desdolarizan; hasta la miseria siempre.