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jueves, mayo 2, 2024

EL FIN DE LA RESIGNACION EN EL TOBOGAN POPULISTA. Por Tomas Rodríguez León

Populismo es el “Todo vale para el convento”  Anónimo

Los populistas creen que cumpliendo limitadas expectativas sociales se compran pobres, menesterosos y lisiados. Pero los pobres no se dan ni fiados, solo festejan temporalmente, agradecen  y se van,  saben bien que no hay plata que alcance, ni dadiva que los cubra. Los pobres comprenden más rápido el derecho que la responsabilidad, entienden sus demandas  como “sujetos de derecho”, considerando  su actoría  en los límites de la gratitud y  la oferta, por ello buscan  reconocer a  quien más o mejor promete. Así,  el populismo es el gran configurador de la demagogia y a veces cuando sus competidores son más astutos en la promoción clientelar, se  convierten en víctimas de la ingratitud.

Como las demandas sociales son incrementales o progresivas (y bien que lo sean)  los derechos se expanden tanto como las imposibilidades. La asimetría entre oferta y demanda se descompensa porque pedir es más fácil que dar. Conducta y condición humana trágica, sino no se equilibra derecho con responsabilidad; verbigracia, el hijo que recibe  una bicicleta como derecho sin  carga de responsabilidad, terminará pidiendo  un carro y lo reventara muy pronto.

Marx y el marxismo no fueron jamás soporte teórico del populismo lastimero. Su ponencia teórico práctico se funda en la teoría del valor y no en la caridad. No siendo una programa de misericordia sino de desarrollo, el marxismo toma como eje revolucionario la respuesta a la explotación del trabajo en la categoría plusvalía, y desde su filosofía  propone el fin de la explotación y de la enajenación para liberar al trabajador de las ataduras  de la cosificación a la máquina y  a las estructuras del poder y del dominio. La liberación es posible entenderla solo como respuesta a todas las formas de sometimiento; económico, político, cultural. El populismo al generar dependencia y paternalismo repite el esquema no liberador.

Para el marxismo y para el trabajador, oponerse al desarrollo de las fuerzas productivas es reaccionario. La industrialización, la inversión, la conversión de los pobres en clase trabajadora es una necesidad existencial y una opción hacia la justicia y la libertad. Cuando Marx  confronta al capitalismo lo hace por dos razones: la sociedad capitalista no puede resolver la contradicción entre relaciones de producción y modo de producción: la primera fundamentación y la explotación del trabajo y sus secuelas como la segunda. Su oposición al liberalismo se centra en las relaciones de clase. El liberalismo es el partido de los capitalistas, el partido comunista es el partido de la clase obrera, pero tanto en la economía como en la política,  marxismo y liberalismo son una unidad dialéctica con el mismo  enfoque de desarrollo, el populismo no encaja.

Siendo el trabajo la fuente de valor, los ingresos totales de la economía no pueden depender sino  de las relaciones sociales de producción. Pero  el populismo enfatiza  que la economía no es solo resultado de productores directos, y asume al actor  Estado como recaudador  natural de  excedentes, orientador de  inversión,  renta, riquezas naturales y gran administrador de la “redistribución”. Podría creerse que existe parentesco entre el populismo y la socialdemocracia pero la diferencia estriba en el modelo, el estilo político y  la sobrecarga de roles paternales del estado

En la economía socialista, al igual que en la económica capitalista, los sujetos básicos de desarrollo están en la realidad económica y no en el imaginario político. Los factores de crecimiento e impulso productivo se juegan en las relaciones de producción, esto es en la extracción de plusvalía, la inversión productiva y el modelo de acumulación. Para el populismo, desde un voluntarismo arbitrario, las variables del desarrollo radican en la decisiones de sus líderes, muchas veces decisiones  reñidas con  la realidad. Por ello es cierto, los populismos tienen un éxito relativo cuando existen rentas, no como dinero efecto del desarrollo sino como copilación de capitales por venta de materia prima (otra muestra de atraso)

La debacle actual del populismo tiene su raíz en la reducción de ingresos en franco choque con el incremento sostenido de la política de subsidios y el gasto público. Es sorprendente por ejemplo observar como la enorme renta por los ingresos petroleros en dos décadas en Venezuela no se tradujeron en industrialización urbana y rural. Un chantaje ideológico asoma, cuando los exponentes defensores del modelo grandilocuente estatal, tachan la crítica del gasto público en su calidad  como neoliberal.

Políticamente los gobiernos populistas creyeron encontrar sostenibilidad, respetando  la propiedad privada capitalista, afectando muy parcialmente al sistema financiero e incluyendo a las corporaciones en el negocio de las utilidades de la política redistributiva. El estado generó producción de bienes y servicios, dinamizando la  economía, en tanto la fuente de ingresos por los altos  precios de los commodities lo permitía. Al caer, se desplomó su dinamismo y se abrió la confrontación entre socios.

La no orientación al desarrollo de las fuerzas productivas, el  no aprovechamiento de las ventajas competitivas, ni a la inserción productiva  en el mercado internacional, aportaron otros argumentos para entender la crisis actual, sobre todo en Venezuela y un poco menos en Ecuador. Como lo reconocen sus propios gobiernos, el tema agrario es un tema en deuda. Impresionante; Venezuela acusa un retraso impresionante de desarrollo agrícola siendo una de las tierras más fértiles del mundo, impactado por el Amazonas y el Orinoco. El resultado; estados petroleros con alta renta, no pudieron comprarse un modelo de desarrollo por quedarse sembrando misericordia. El  estancamiento y la inmovilidad social caracterizan la respuesta  pobrista del populismo.

Más allá de lo ecológico, la perspectiva del desarrollo sustentable, no entra solo en  la lógica prospectivo economicista liberal   (la economía es variable y frágil)  sino  en la racionalidad  de distribución  socialista que asume   el desarrollo como redistribución de la riqueza creada   sin explotación del trabajo.

 

 

 

 

 

 

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